lunes, 7 de noviembre de 2016

El Vecino de la Embajada

El Vecino de la Embajada
(Autor: Teodora Nogués)

 Eran las 14:45hs cuando sentí la explosión y lo primero que pensé fue en Matilde. Eso fue lo que me salvó la vida, aquel 17 de marzo de 1992.  Bueno, creo que pensar en Matilde y buscar justicia junto a ella, es lo que me viene salvando el sinsentido que damos en llamar vida, desde aquel fatídico 24 de septiembre de 1976 en que se llevaron a nuestra hija, en que la vida dejó de ser tal, para convertirse en un infierno eterno.
 Pero el día del atentado a la Embajada, ese instante en el que temí por la vida de Matilde, salvó la mía. Yo estaba en la habitación de nuestro depto de la calle Arroyo y antes de entender de dónde venía el sonido de la explosión, salí corriendo para buscar a Matilde, un segundo después, el armario se me venía encima, mejor dicho, se me hubiera venido encima, porque cayó trabando la puerta por donde yo acababa de salir disparado en busca de mi esposa.

De eso me fui dando cuenta unos días después, cuando sacamos fotos a los daños del depto para el seguro. Me fui dando cuenta de que Matilde y el azar nos salvaron la vida a mi y a la muchacha.  Ellas estaban en la cocina a unos dos metros de distancia la una de la otra y la pobre chica, se asustó tanto que saltó a los brazos de Matilde y se acurrucó con ella. El techo de nuestra cocina estaba construido con cuadrados de vidrios de dos por dos, cayeron todos, todos menos uno, justo el que estaba arriba de Matilde, ese fue el único que no cayó. Por eso se salvaron Matilde y la muchacha que saltó a sus brazos. 
 El único daño físico que sufrimos ese día, fueron algunas pequeñas esquirlas de vidrio que se nos clavaron en la piel, a ellas dos y a mi que llegué a la puerta de la cocina justo en el momento en que se caían los vidrios del techo.

Terminé de caer cuando vi las fotos de los daños que sacamos para el seguro.  En el respaldo de mi sillón que está frente al escritorio, donde paso horas y horas, había clavado un pedazo de vidrio de la ventana. Parecía destinado a estar clavado en mi frente. Algo salvó mi vida ese día, el azar o mi amor por Matilde…diría que Dios, si lo hubiera, pero no hay Dios, no existe Dios. Tampoco vida, sólo el Averno.


miércoles, 28 de septiembre de 2016

La Gringuita y el Hombre en Llamas. Dibujo E Sobico

La Gringuita y el Hombre en Llamas
 (Cuentos de la Gringuita)
Autor: Teodora Nogués

   La gringuita acaba de decidir dejar de creer en Dios y en los hombres; dejar de rezar todas las noches pidiendo alivio al dolor de su alma y dejar de tratarse con  el supuesto médico naturista esperando alivio al dolor de su rodilla infectada.
   ¿Qué caso tiene? Ambos dolores persisten.
   Además esa tarde el médico intentó incumplir el trato: ella sólo se desnudaría para entrar en el sauna  natural,  armado por el médico, si estaba presente la señora.
    —Va a volver más tarde hoy, pero no te preocupes ¿Sabés cuantos cuerpos desnudos vi en mi vida?
    —No me importa, la espero.
   Su cuerpo no fue visto desnudo ni por su primer amor, el que prometió esperarla hasta que creciera un poco más, hasta que se cansó de esperar y procedió a desnudar a otra dejándola embarazada ( o tal vez ya venía embarazada y le enchufó el crío, como rumoreaban en el pueblo). Su cuerpo no fue visto desnudo por el hombre por el que todavía llora todas las noches en secreto. ¿Mirá si va dejar que sea visto por este médico chanta de mirada lasciva?
   Finalmente la señora del médico llegó. La gringuita tomó el baño de vapor con hierbas medicinales que supuestamente purificará su sangre y hará que la lesión (esa que le salió en los Valles Calchaquíes y se le infectó al mudarse a la tropical Yacuiba, en pleno Chaco Boliviano) se termine de curar.
   Tiene un aroma a plantas aromáticas en el pelo todavía húmedo. Ya se está haciendo de noche y en el patio de tierra apisonada de la casa del médico se siente fresco.
   Se prepara para irse, pero un ruido detrás del muro que da a la calle le hace dudar al ponerse el poncho. El ruido es de una explosión. La gringuita se pone el poncho, se lo saca, y se lo vuelve a poner.
   Se ve una llamarada detrás del muro.
   Se escucha un grito desgarrador.
   Un hombre envuelto en llamas salta el muro y cae en el patio. Tiene toda la ropa y gran parte de la piel quemada. De los restos de lo que parece haber sido una campera sintética brota un fuego implacable que se extiende por todo el cuerpo de la víctima, devorándole la piel.
   La gringuita, con una rapidez de reflejos que a ella misma le sorprende, se saca el poncho y cubre con él al hombre, apagando el fuego.
   —¡Llévenme al hospital, no sean malitos, no sean malitos! Grita el hombre como un niño.
   Alguien que viene de la calle y paró un taxi, le dice que se suba al auto, que lo van a llevar al hospital.
   La esposa del médico está paralizada. El médico no está. Reaparece un rato después cuando ya no hay una emergencia médica que atender en su propio patio. Pareciera que los cuerpos quemados en su haber no son tantos, como los cuerpos desnudos de adolescentes vírgenes.
   La gringuita vuelve a su casa.
   Dobla con cariño el poncho salvador, acaricia la mancha de tela sintética derretida, pegada para siempre en la lana tejida a telar.
   Piensa en la nobleza del material de su prenda de vestir favorita, mientras le cuenta a su madre lo ocurrido.
   Al rato llega su padre, que a su vez cuenta que un vecino le contó, que le contó otro que estaba de guardia en el hospital a donde llevaron al hombre quemado, que no lo quisieron atender porque no tenía cobertura médica. Tuvo que esperar bastante papeleo antes de recibir las primeras curaciones y finalmente fue derivado a alguna clínica de La Paz.
   La gringuita decide seguir creyendo en Dios un tiempo más. Lo necesita para rezar por el hombre desconocido, para rogar que se cure, que no le duelan tanto las quemaduras y  las injusticias.






 Autor: Teodora Nogués

martes, 6 de septiembre de 2016

La Gente es Envidiosa (Cuentos de la Gringuita) Dibujo E Sobico


Los viera a los pichagüeños, al cosechar los nogales
No se comen ni una nuez, se comerán los australes

La Gente Es Envidiosa
(Cuentos de la Gringuita)
Autor: Teodora Nogués
-La gente es envidiosa, envidiosa y mala, en cambio el Rafa es bueno- Solía decir el Rafa que a veces le daba por hablar de si mismo en tercera persona.
El Rafa era uno de los borrachines de Pichao, un pueblo de trescientos habitantes, seis de los cuales eran borrachos crónicos. A mi me llamaba tanto la atención ese alto porcentaje de alcoholismo, como que la mayoría de los habitantes de Pichao pudieran sobrevivir sobrios la mayor parte del tiempo en un lugar tan malditamente inhóspito, sin tirarse de la punta de algún cerro o hacerse el arakiri con una espina de los miles de cardones que crecían en el desierto circundante (idea que me rondaba seguido en mi añoranza solitaria de las luces del centro porteño). Igualmente, quien más, quién menos, eran todos de buen beber. Me pegué un cagazo de aquellos, la primera vez que vi a un joven padre de familia volar por los aires cuando su caballo se retobó asustado al cruzarse conmigo. El joven parecía estar casi en un coma etílico, pero se levantó del suelo zizagueante y volvió a montar puteando a su flete como si nada. Cuando comenté lo sucedido con mis vecinos linderos, me dijeron que eso al muchacho le pasaba siempre, que ya debía estar acostumbrado a estrolarse contra las piedras.
A fuerza de sacar piedras sin más tecnología que pico y pala para cultivar frutales en sus pequeñas quintas, las familias pichagüeñas habían logrado convertir a Pichao en un manchón verde salpicado entre los cerros descoloridos.
Siempre me pregunté qué suponía el Rafa que le envidaba la gente mala, porque que había gente mala era cierto ¿Pero qué le envidiaban al pobre Rafa? Sus posesiones más ostensibles eran su borrachera permanente y su hinchazón de vientre, esto último supongo, producto de la cirrosis. Tenía, además, un ranchito minúsculo y roñoso, ubicado, eso sí, en un terreno propio, con algunos árboles frutales que “arrendaba”, es decir, dejaba que sus vecinos cortaran hasta el último de los duraznos a cambio de unos pocos australes para comprarse el vino con el que subsistía, jamás lo vi ingerir otra cosa ni líquida ni sólida. 
Historia aparte eran los nogales del Rafa. Como todo buen pichagüeño los explotaba el mismo.
-Hola, Rafa ¿A cuanto tenés la nueces?- Le pregunté un día que me lo crucé en un sendero, viendo que llevaba dos bolsas cargadas del valioso fruto de su tierra.
-Hola, gringuita. Estas están a diez australes y las partidas a ocho.
Me quedé muda de asombro, no por el precio de las nueces, era el precio que cobraban todos, pero no podía creer escuchar al Rafa, por primera vez desde mi llegada al pueblo, un año atrás, completamente sobrio. Después supe que eso pasaba una sola vez al año, para el tiempo de recolección y venta de nueces.
Un día el hermano del Rafa, mejor dicho, el cadáver del hermano del Rafa, apareció en el agua. Seguramente un tropezón al llegar borracho a su casa que quedaba justo a orillas de la represa, había terminado con su vida. Mala idea para la ubicación del rancho de uno de los seis borrachines del pueblo. Ahora solo quedaban cinco y al poco tiempo solo quedaron cuatro, porque al agravarse la cirrosis y la pena del Rafa, una hermana que vivía en la ciudad, se lo llevó con ella. Ya no estaba en condiciones de vivir solo.
Ignoro si vivió un tiempo más o si la cirrosis lo terminó liquidando, pero por más mala que sea la gente, dudo que alguna vez alguien haya envidiado jamás su destino.
Autor: Teodora Nogués
Principio del formulario



lunes, 8 de agosto de 2016


                             UN DIA DE FURIA por Jorge Tuzi



Fue en la esquina de Av. Corrientes y Callao, en una de esas mañana de lunes invadidas por el aroma del café y las medialunas al paso. Cuando aquello ocurrió, recién había dado algunos pasos  sobre la calzada cruzando Av. Corrientes hacia el bar La Ópera; el hombre de gesto adusto  y de cuerpo y rasgos simiescos avanzaba delante mío como si a su paso la tierra se fuera dividiendo en dos.

Casi en la mitad de la calle, el coche que tenía una marcada línea deportiva había estacionado ante la orden de stop del semáforo cubriendo la senda peatonal; vestía spoiler, llantas de magnesio de alto valor y vidrios polarizados en su parte delantera; la carrocería estaba pintada de color púrpura y siguiendo la línea del capot hacia los costados se lucían  llamaradas pintadas en ambos lados cubriendo hasta la mitad de las puertas delanteras . Completando aquel cuadro la cara del conductor, de llamativos anteojos oscuros se alzaba con desparpajo respondiendo con una mueca de burla al gesto de desaprobación de los transeúntes que le indicaban su falta.

El andar de la mole impertérrita solo algunos pasos delante mio se interrumpió solo un instante; solo su mirada que escudriñaba la escena  unos breves segundos atrás cambió de un gesto de incredulidad al de ira contenida. Creo, a juzgar por la gran cantidad de gente que invadía la escena en aquella mañana invernal, que solo aquel hombre y yo sabíamos lo que estaba por suceder. La mole se acercó lo suficiente al mal detenido vehículo y puso su pie derecho en el capot tanteando rápidamente la firmeza del metal; advirtiendo que era lo suficientemente resistente para soportar su peso se elevó para colocar su pie izquierdo también sobre el mismo. La carrocería (como la de cualquier auto deportivo) se alzaba solo a unos pocos centímetros del piso y con cada paso golpeaba contra el asfalto, contra la rueda y contra ambas cosas a la vez.

El conductor permaneció inmóvil dentro del habitáculo mientras a cada paso el capot se hundía como papel.
Al hombrón solo le alcanzaron tres pasos para recorrer el ancho del vehículo,  luego descendió continuando su marcha como si en su mundo nada hubiera ocurrido. En aquel instante se sumaron dos nuevo olores al del café y las medialunas de la mañana de aquel Buenos Aires, el olor del miedo y de la rabia y ambos no provenían de la misma persona. 

jueves, 4 de agosto de 2016

MARISA MONTE por Jorge Tuzi

Marisa Monte es una brisa tibia en Copacabana que trae el olor de la fruta madura desde sitios arcanos. Es una palmera que se mece delicada y sensual en la cumbre de algún morro carioca. Es la gaviota que se arroja en picada hacia el centro del alma con dos alas prestadas, una de Tom Jobim y otra de Vinicius.

Marisa Monte tiene una voz esbelta, y una silueta suave y clara; tiene el cuerpo de una melodía brasileña si es que una melodía se pudiera ver. Estoy seguro que si una melodía se pudiera ver tendría el pelo color azabache bajando cual cascada o cual estallido por unos hombros firmes y armoniosos; tendría un cuerpo sinuoso, una piernas largas y unos brazos como alas. Por algo la melodía es mujer pues no creo que de otra manera tuviera encanto.

Marisa Monte tiene varias voces, una para cada quien que la escuche, no se trata de esa sirena de la que para protegerte de su voz deben atarte para que al perder la cordura no cometas ningún improperio, sino de ese canto que sale de una boca simple y serena, casi sin originalidades y que se abre en múltiples hilos conductores como una gran abanico y del que cada receptor descubre que no es verdad que le esté cantando a todos sino a cada uno. Quien osa escuchar su voz siente que se encuentra en el living de su casa con dos vasos de caipirinha prestos para un brindis, o en Ipanema tirado en una sombrilla con ella al lado convenciéndote una vez más que la naturaleza es malditamente sabia, o suspendido en un punto del espacio no muy lejano viendo a Río de Janeiro en toda su dimensión casi sin tener en cuenta que es imposible que el hombre pueda volar por sus propios medios, solo con la ayuda del éxtasis de una Bossa Nova que viene desde los confines más recónditos del paraíso.





miércoles, 3 de agosto de 2016

Día de los Enamorados

Día de los Enamorados

(Autor: Teodora Nogués)

-Yo me enamoro fácil- Dijo él
-Yo me enamoro solo los 14 de febrero- Dijo ella.
“Soy un pelotudo” Pensó él.
“Podría enamorarme de este pelotudo” pensó ella “Si tan solo se quedara en mi vida hasta el 14 de febrero”.

Él le acababa de contar sus historias de amor más importantes, incluso la de Mariana, que tenía marcada a fuego desde su infancia. Mariana siempre rodeada de sus admiradores,  con todos los varones del grado detrás suyo, pero que sólo le daba cabida a cuatro. Él había logrado, con mucho esfuerzo, ser del grupo de los cuatro, pero relegado al cuarto lugar en importancia. Fue el último en llegar a semejante elite. Le había tomado la mitad de la primaria, había llegado a fuerza de ser el mejor alumno, buen compañero,  bueno en matemáticas, rápido en hacerle la tarea a los demás y demás meritocracias que habían logrado paliar en algo su enorme timidez ¡Le había costado, pero pudo llegar, carajo!

-Tuve mi revancha, ya de adultos, nos volvimos a encontrar por casualidad. Ella se acababa de divorciar y tuvimos algo.
-¿Y prosperó ese algo?
-No, era difícil. Yo no me animé a dejar a mi novia de ese entonces. Mariana, por su parte ya tenía tres hijos, se complicaba vernos  y  además ella…había comido…

Ella estalló en una carcajada.
Él se estremeció. Le gustaba su risa. Fue lo primero que le llamó la atención  cuando la vio por primera vez rodeada por los otros expositores, admirada por ellos igual que Mariana por sus compañeritos. Sólo que ella, lejos de relegarlo al cuarto lugar, lo miró por un instante como si fuera el único hombre sobre la tierra y lo incluyó en la conversación dándole la espalda a los demás como si hubieran dejado de existir.
Su risa, su onda, su entorno y su “volumen”, le confesaría luego, con cierta deformación profesional de escultor, habían bastado para impresionarlo.
-¿Sos soltera?-Se animó a preguntar.
-Si- Respondió ella.
-Te invito a una visita guiada por mi casa/taller, venite el finde.
-Dale.

Él le dio un beso.
Ella le pidió prestada su guitarra.
Cantaron muy bajito sin perder contacto visual en ningún momento, como si estuvieran conversando.
Le devolvió la guitarra.
-Tocá algo vos.
-Si, pero un intervalo antes-Y le dio otro beso.
Cantaron un rato con pequeños intervalos de besos.
En el último intervalo él la desnudó.
-¡Qué belleza! Sos perfecta ¿Puedo entrar en vos?
Que no se le hubiera abalanzado encima en cuanto llegó a su casa y que aún estando desnuda en su cama no diera por sentado que estaba autorizado a penetrarla, la conmovió más que el halago. La enterneció, además, su ego más bien pequeño y su pija  más bien grande. Sobre todo porque, según su experiencia, cuando la combinación era a la inversa, resultaba en un carácter espantoso.

Mientras ella se vestía y juntaba sus cosas para irse, él tomó nuevamente la guitarra e improvisó una canción relatando su partida que a ella le sonó a despedida definitiva con algo de sorna.
-Quiero que seas mi Dulcinea-Cantó él.
-Para personaje literario, prefiero ser la Eulogia de Inodoro Pereyra.
Sentía ese deseo en serio. Muchos la habían amado, idealizándola como Dulcinea, pero nadie la había elegido nunca como la compañera que ella quería ser. Quería un compañero a quién  cebarle mate en el rancho al final de la jornada, no un caballero desquiciado y ausente ocupado en pelear contra molinos de viento.
Los dos intuyeron que no se volverían a ver, o si, pero ella había pasado a ser inalcanzable y él a ocupar, como mucho, un segundo, o más bien un cuarto lugar.
Ambos estaban cómodos donde siempre habían estado.




domingo, 24 de julio de 2016

A Tu País

A Tu País
(Autor: Teodora Nogués)
Nueve de diciembre del 2015. No es el mejor día para sacarme la bombacha y abrir las piernas delante de un desconocido. Pero hace varios años que no me hago un pap y colpo y conseguí turno justo para hoy en Hospital Modelo de Vicente Lopez . Está en la cartilla de mi obra social UP para Monotributistas. El plan me sirve para trabajar en algunos programas de Políticas Socio educativas, que, sospecho y confirmaré muy pronto, están siendo sentenciados a muerte en este mismo momento.
Mientras  espero, para distraerme de los pensamientos que me agobian, me pongo a escuchar la conversación de las dos señoras que tengo al lado, en realidad es un monólogo de una sola que le habla a la otra. Se nota que disfruta mucho del sonido de su propia voz.
-Me puse loca, empecé a golpear la puerta con la silla de ruedas, así pum pum. Él era extranjero, paraguayo…ecuatoriano…boliviano….bueno, no se…te decía, en ese momento me pongo a gritar: caradura, qué te pensás, paraguayo de mierda, encima que venís a matarte el hambre a mi país, tener el tupé de dejarme esperando así en el consultorio. Lo hice echar, no trabaja más acá.
Las palabras “matar el hambre” me atraviesan, se transforman en “matanza”, que derivan en “guerra de la triple alianza”, matanza de hombres mujeres y niños de un país próspero, arrasado, destruido por mi país,  y empobrecido por el resto de las generaciones venideras que tendrán que venir a matarse el hambre a mi país.
Siento la tentación de increparla, pero me quedo en silencio. Lamento no tener más conocimientos de Historia para argumentar. Se me vienen a la mente cuadros sinópticos al pedo,  que resumen guerras en “Causas y Consecuencias”, pero ninguno alcanza a describir  consecuencias tan nefastas, como la que tengo sentada al lado.
El doctor me hace pasar. Le escupo lo que acabo de escuchar y lo que no pude contestar.
-Bueno, habrá que ver cuál fue la situación.
-Pero, doctor, sea cual sea la situación, cómo alguien puede decir algo tan discrimin…
Vuelvo a quedarme en silencio, cobardemente. Mi aparato reproductor va a estar a su merced los próximos minutos, no me atrevo a contradecirlo.
Salgo de la consulta y voy al baño. Aunque hace un calor infernal, me cambio la musculosa por la remera con los ojazos de la jefa estampados y la inscripción Cris Pasión.  Me voy a Plaza de Mayo llorando la derrota, cantando:
Llora llora urutaú/en las ramas del cahjay/ya no existe el Parguay/ en el que nací como tú

Padre, madre, hermanos ay/ todo en el mundo he perdido/y en mi corazón partido/solo amargas penas hay.

lunes, 11 de julio de 2016



Miraba por la ventanilla como las casas se perdían en el cielo, la tarde oscurecía tan veloz que pronto solo pudo distinguir sombras contrastando con el horizonte violeta… el tren estaba a oscuras.

Difícil era entender hacia dónde se dirigía, los pies apoyados sobre el respaldo del asiento delantero la hacían sentir más cómoda, un único pensamiento ocupaba su mente. Se enteró del incendio por el noticiero, gran parte de la reserva ecológica donde semanas antes se hospedada estaba ahora destruida, lo primero fue recordarlo, es decir intentarlo.

Hizo algo ahí, lo sabía, podía traer a su memoria algunas imágenes recortadas del lugar, las playas, las carpas, las cabañas, el extrañar a alguien, ¿a quién? ¿cuándo fue y cuándo volvió?, y qué carajo hacía en ese tren.

Una señorita se sentó a su lado, sonriendo le empezó a dar charla sin más, ella continuaba inmersa en sus cavilaciones, volvió en sí cuando la muchacha mencionó el accidente, realmente no lo mencionó; dijo que estaba viajando hoy mismo para allá porque según su sexto sentido el novio la estaba engañando, entonces hablaron del incendio, del muchacho que estaba herido pero no grave, de como mantenían una relación a distancia y de como en los últimos días ella lo notaba extraño.

En el hostel había muy buena onda, iba recordando, se trata del mismo donde trabaja el novio de esta piba, pensó, a su mente llegó la foto del accidente, la cara del encargado buena onda al que obviamente se había garchado pero sin una pista de el cómo o de si estuvo bien o fue una cagada; recordaba promesas de volver a verse, y la muchacha seguía hablando de su novio y de la foto del accidente en el diario, le preguntaba si lo conocía porque era un lugar chico, insistía con que se lo tenía que haber cruzado.

-Sí, lo conozco, ¿está bien? El titular decía que se cayó al desmoronarse la cabaña.

-Estaba reparando el techo, y ¿qué te pareció? Es re buena onda Mati, ahí prácticamente todo lo hace él, va a tener que levantar de cero el lugar…

Por qué ella no sabía que Mati tenía novia, ¿se lo preguntó o dio por sentado que no? ¿cómo alguien tan copado podía ser un cerdo?, o lo sabía y tal vez fue a ella a quien le chupo un huevo, ademas por qué la novia estaba en el mismo tren hablándole de sus sospechas.

Lucrecia bajó, se despidió cálidamente prometiendo que mandaría muchos abrazos de su parte a Mati. Sola en ese cada vez mas tétrico vagón contemplaba sus piernas, sus zapatillas, su falta de ética su culpa, las plantas al costado de las vías, las casas que ahora podía ver gracias a que habían encendido las luces, miraba la noche tibia, pensaba en el amor dentro de esas casa, en las familias que estaban ahí metidas, pensaba en lo especial de las casitas ferroviarias, tanto en el sur como en el norte, en capital no, ahí solo hay concreto, pensaba en su imposibilidad de recordar, pensaba en volver al pasado y hacer las cosas bien, lloraba tanto que si en el tren hubiesen viajado otros pasajeros habrían usado el freno de emergencia, lloraba pidiendo que fuese todo mentira, lloraba queriendo ser otra, lloraba deseando un otro para amar, sin novia, mudarse juntos a una casita ferroviaria, tener un jardín, una huerta y un patio trasero desde donde saludar a los maquinistas y a los pasajeros.


Aún asustada y con el estomago revuelto se despertó, aún no había sol, miró la hora, no pensaba ir a trabajar en esas condiciones, abrazo muy fuerte a su compañere y se volvió a dormir.

lunes, 4 de julio de 2016

A Ver Si La Rata Encara (Otro Cuento de Ciencia Aflicción)



A Ver Si la Rata Encara


(Otro Cuento de Ciencia Aflicción)


En cuanto me sacó a bailar sentí una necesidad intensa de abrazarlo fuerte. No quería pasar otra noche de invierno en soledad. Presioné sus brazos con mis dedos y pegué mi pecho al suyo casi hasta sentir su carne a través de su buzo polar y mi saco de lana. Me volvió el calor al cuerpo y se me fue la angustia que me estaba atormentando desde hacía un tiempo sin razón aparente. Me saqué el abrigo y lo dejé en la silla más cercana a la pista que encontré; él hizo lo mismo. Ya con los brazos desnudos, recuperé algo del pudor que parecía haberse esfumado con el primer baile.
-¿A qué te dedicás?- Me preguntó -¿Bailás y qué más hacés?
-Bailo y en mi tiempo libre trabajo en lo que me gusta.
-Yo también trabajo en lo que me gusta, soy biólogo.
Recuperamos nuestros abrigos y nos fuimos a la barra.
-¿Cómo es tu trabajo de biólogo?
-Podría decirse que… trabajo con ratas.
“Si, tenés medio cara de rata” fue la primera frase que se me vino a la cabeza, pero no se lo dije. En cambio le hice las preguntas menos originales, que supuse habría respondido miles de veces a lo largo de su carrera.
-No, no soy impresionable. Y a la rata no la veo sufrir, porque una vez que le inyecto la anestesia ya no siente nada.


Mientras hablaba, me dediqué a observar en detalle su cara, sus ojos oscuros, lindos, pero fríos, su mirada algo inexpresiva que imaginé analizando ratas torturadas por sus manos que hasta hacía unos instantes había sentido cálidas en mi espalda y mis brazos. Noté que tenía los dientes algo desparejos, los colmillos levemente prominentes, la boca grande, carnosa y una línea oscura que en la penumbra del lugar no podía distinguir qué era, le surcaba todo el labio inferior.
-En algunos ámbitos, lo que te estoy contando podría resultar fascinante, pero no se si este es el ámbito…
Ese no era el ámbito, él no parecía ser una persona habituada al juego de seducción y yo no era la audiencia más indicada. Recordé la rata que hacía unos meses, había aparecido en el inodoro de mi casa una noche de tormenta, recordé la mezcla de asco, impotencia y lástima que sentí por el animal pataleando desesperadamente sobre la loza donde sus garritas resbalaban. Yo no podía hacer nada para evitar el sufrimiento de esa criatura de dios diminuta y repulsiva; más que irme a dormir hasta que se me ocurriera algo más que “me cago en la moraleja de las dos ranitas en el barril de crema, por más que esta rata inmunda patalee, no va a amanecer en una manteca de mierda sólida”. Al amanecer el animalejo seguía pataleando, pero más despacio, con sus patitas cansadas. Tenía que hacer algo. Sobreponiéndome al asco intenté rescatarla con la escobilla. El impulso que le dio el susto, la ayudó a darse vuelta y escapar por la misma cañería por donde había venido. Juraría que antes de huir, me miró agradecida.
El hombre rata me seguía hablando de su trabajo.
-Hay que ver si la rata encara.
-¿Qué significa que la rata encare?
-Que reviva, no perderla. Llegué a hacerles masaje cardíaco Tengo un colega que les mete una jeringa por la garganta para sacarles el líquido en los pulmones y así logró revivir a varias, para que te des una idea, en un ser humano es el equivalente a intubarlo…


Igual no me daba ninguna idea. Lo odié con toda mi alma aunque lo acababa de conocer. Odié con fuerzas renovadas a todos los hombres que alguna vez me habían herido. Pero al recordar mis malos amores, pensé en una característica común a todos ellos…eran buenos tipos, literalmente incapaces de matar ni una mosca, mucho menos de clavarle un bisturí a una rata y sin embargo me habían lastimado, engañando y traicionado con una crueldad aparentemente impropia de su naturaleza.
El odio por el hombre rata se transformó en deseo. Al menos, antes de lastimar a una rata, tenía la deferencia de inyectarles anestesia. Eso era más cuidado del que habían tenido conmigo en mis últimas experiencias amorosas. Casi sentí envidia por las ratas agonizando en sus manos. Imaginé sus manos acariciando todo mi cuerpo con una precisión quirúrgica. Quería pasar mi lengua por sus dientes desparejos, morder sus labios carnosos.
-Yo me voy en taxi ¿Te alcanzo a algún lado?
-Si, al metro bus, pero bailemos un poquito más, por favor, solo un ratito más.
No me inspiraba confianza como para que supiera donde vivía, pero quería sentir el calor de su cuerpo bailando una vez más.
Bailamos, intercambiamos números de teléfono y me acompañó a la parada.


-Vení, estás muerta de frío- me dijo mientras esperábamos, me puso el abrigo sobre los hombros, tomó mis manos y me atrajo hacia él.

Me dio un beso en la boca que yo retribuí muy suavemente, apenas rozándolo. No metí mi lengua entre sus dientes ni mordí sus labios, en parte porque en ese momento vino el colectivo, pero lo que más frenó mi impulso fue que todavía no había podido dilucidar si la línea oscura que surcaba su labio inferior era una mancha de vino, una paspadura que podría dolerle, o un herpes contagioso.

Subí al colectivo con una sensación de plenitud que me duraría mucho tiempo. Había desaparecido mi depresión. Sentí que el hombre rata me había salvado del suicidio.

Miré por la ventanilla, pero solo alcancé a ver su cola desapareciendo por la alcantarilla de la parada del metro bus y por un instante, antes de desaparecer del todo, sus bigotes volvieron a asomar y sus ojos me echaron una mirada fría, pero agradecida.



miércoles, 29 de junio de 2016




Hubo una etapa de sucesos truncos y amores que no fueron… por suerte.

Los chicos muertos no se fijan en chicas muertas, eso lo aprendí demasiado rápido, pero en terreno de varones me gustaban los inviables, los que escasean, los imposibles y solo esos, sin matices, aquellos que te complican la existencia aún cuando desconoces sus nombres, su edad, su sexo, su religión y sobre todo no sabés si votan a la derecha.

El gusto por la muerte se diluyó entre el sufrimiento propio y ajeno recibido en dosis no homeopáticas… a mí me gusta la vida...por ahora.

Cuidado con pedir demasiado al universo, cuando este colapsa tu pedido puede llegar inoportunamente tarde, en la oscuridad de un bondi (y vos ,que hasta hace dos horas atrás no entendías el por qué de la maraton de películas de terror te das cuenta de que el universo tiene un plan para todos… o no).
Lo conocía de otras noches, él a mí no... hasta ayer. Creo haber oscurecido un poco este semestre, no lo suficiente como para ser inapetecible solo lo necesario para aparentar ser interesante; lo sé porque me clavó una mirada que llegaba 7 años atrasada, entendí entonces, los chicos muertos son perversos y era en ello donde radicaba mi fascinación, la aventura de romperte a pedazos consensuadamente… y morir irremediablemente.
He visto suficientes películas como para saber que ante un psicópata lo mejor es mantener la calma e ignorarlo sobre todo cuando este te resulta inapropiadamente excitante… lo mismo se aplica para un varón que viste como vampiro y que tiene su nariz peligrosamente cerca de tu nuca… en nuestra corta aventura chacarita paternal jugamos a acorralar al ratón… lo que no sabemos es quién era el ratón y quién el vampiro.

martes, 28 de junio de 2016

Prodigios

Prodigios

Para Teodora

(Autor: Gerardo Barbieri)

Tras los contenedores, el tráfico,
más atrás pibas y pibes pidiendo un ayuda, vendiendo lo que sea
gente caminado
corriendo
en derredor la ciudad:
las torres, los ventanales, las oficinas
los sótanos de la ciudad…
Arriba, el sol todavía ilumina sobre el smog;
como un fuego que todo renueva.
En la avenida, alguien detiene el ritmo de su pulso
enciende las balizas y baja del auto.
La pupila
ahora
despierta,
en una mirada que perdona lo necesario:
-…abrí los ojos, profanador que no fuiste,
senador, concejal, mecánico frustrado;
persona ante todo.
Abrí los ojos a un sopor de aire
que podés respirar
a una senda donde alejarte de la ferocidad
de toda ferocidad…-
La bocinas insultan al universo.
El hombre observa y contempla;
de a poco, parece comprender que descuidó su apuro
pero ganó parte de su tiempo.
Un Hada,
desde la vereda, realizó el prodigio.
Yo lo sé.
Me lo dijo el viento, quien la ayudó
que después la empujó de vuelta, suavemente,
a otra calle,
a una plaza
junto a su canasta repleta de títeres
para realizar otra maravilla.

Gerardo Barbieri




jueves, 23 de junio de 2016

El PRIMER PECADO por Jorge Tuzi

Fue en tu cumpleaños número once, en esa edad donde tu cuerpo siente que la niñez se te está yendo como agua entre los dedos, lenta e irremediablemente, dando lugar a nuevas fantasías, nueva visiones de un mundo que aún hoy a los cincuenta y cinco te resulta no del todo comprensible. Por eso, cuando sonó la puerta, tu mama la abrió y entró Guille y notaste que el regalo que traía en sus manos no era lo habitual que un niño suele recibir. Era un envoltorio  blanco, rectangular y duro del tamaño de un ladrillo , lo palpaste tratando de adivinar su contenido cumpliendo con el ritual de la sorpresa pero tu ansiedad pudo más, así que en pocos segundos rompiste el envoltorio y ahí estaba: blanco,  reluciente, el primer libro de tu propiedad.
La portada tenía una ilustración increíble, un buque medio averiado, a su lado un submarino de forma extraña y un grupo de personajes mirándolo con sorpresa, vestidos de navegantes de mediados del siglo XIX. El título era Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino y el autor era Julio Verne. Las noches siguientes procuraste leerlo despacio como quien saborea un helado en pleno invierno.

Dos semanas después tu sensación de vacío fue notable, ese “juguete” ya había cumplido su ciclo y el viaje había terminado, así que resolviste crear tus propias historias Tomaste un viejo cuaderno al que le sobraban hojas en blanco y un lápiz negro. Tenía que tratarse de un submarino, era la manera en que te hubiera gustado recorrer el mundo, ese tipo de vehículo rara vez aparecía en la superficie, lo hacía solo para recoger lo indispensable y luego se volvía a sumergir inevitablemente en su mundo de peces extraños, cetáceos inmensos, abismos insondables y viejas ciudades sumergidas. Tenía que ser parte de un proyecto secreto, como todo lo que uno hace a los once años. La escritura empezó a revelar los capítulos con un desesperado frenesí que se consumió en poco tiempo, nunca pasaste del capítulo cuatro a pesar de que los personajes habían empezado a tomar cuerpo y mente propia, ese fue tu primer pecado, los dejaste solos y a la deriva,  quizás aquello te asustó, no estabas preparado para ser amo y señor, juez y parte de  aquel universo. A veces ellos se te aparecen entre sueños, reclamando que les asignes un destino pues ese abismo sin final en el que quedaron inmersos, hoy, aún hoy, les resulta insoportable.

miércoles, 8 de junio de 2016

Después del Olvido por Jorge Tuzi



¿El departamento de la calle Cuenca en Villa del Parque,? me preguntó la empleada, sí señor Sánchez, está disponible, es de unos 30 metros cuadrados, dos ambientes y una cocina muy pequeña, ideal para un hombre solo como usted, todo este tiempo estuvo muy bien cuidado, no tendría que hacerle ninguna reforma.
Me dirigí hasta allí sin esperar más tiempo, tomé el tren en Retiro y me bajé luego de unos veinte minutos, rodeé un terreno de casi una manzana y llegué a una calle de veredas cortas y pequeños árboles donde parecía que el otoño se había quedado a vivir para siempre. La casa en cuestión era la segunda después de la esquina, donde una señora de unos 60 años esperaba la llegada de posible inquilinos. Me miró como sorprendida, perdón, ¿lo conozco?; le dije no recordarla, le conté donde vivía, que era muy lejos y que muy difícilmente nos hayamos cruzado alguna vez. Mucho gusto, mi nombre es Dora y soy la dueña. Vivo aquí, al lado.
Pasamos al interior de la casa y una extraña angustia me invadió, las baldosas brillantes, las paredes pintadas de amarillo y las máculas de la pared revelaban el esqueleto inanimado de una biblioteca pequeña.
¿Quién vivía aquí? disparé con falsa curiosidad; “una niña” respondió mi interlocutora. En realidad una mujer jovencita, de unos 25 años, formó una pareja y el lugar quedó algo pequeño por eso ambos decidieron mudarse a una casa más grande y cerca del centro.
Ingresé al dormitorio y con una curiosidad inusitada y no muy propia de mis costumbres repasé el lugar vacío; seguro que allí hacia la derecha estaba la cama, y el televisor contra la pared izquierda. Inspeccionando el placard encuentro un poncho bien guardado en uno de los recovecos, era rojo y negro de una lana firme y tejida prolijamente. ¿ésto es suyo pregunté conociendo la respuesta, Dora me miró extrañada, no, seguro se lo olvidaron durante la mudanza, se lo voy a hacer llegar a la dueña en cuando pueda, lo olfatee disimuladamente y su perfume traía reminiscencias de inviernos lluviosos, de largas caminatas y de soledades prolongadas.
No me despedí de la mujer sin antes ver la cocina, impecable hasta la obsesión y guardando en su muebles historias de hogares que no fueron.
Un vez en la calle emprendí el camino de vuelta, una chica de campera verde musgo, larga hasta las rodillas me cruzó en el camino, tenía el pelo negro y largo como las alas de un cuervo, caminaba con una parsimonia digna de quien tiene toda una vida por delante. La vi alejarse sin que ella repare en mi presencia.
Volví a mi casa a la noche, tarde, después de tomar unas copas, solo y pensativo en el bar de la esquina. Dejé mi campera en el sofá y me acerqué a una repisa que guardaba aquellos libros que nunca leo y extraje uno muy pequeño con varias ilustraciones pintorescas y cuentos breves, corrí la primer hoja y con letra delicada y amorosa se encontraba una dedicatoria: “Porque te quiero mucho, María”. Cerré el libro y lo volví a guardar cuidadosamente en el mismo lugar.

martes, 7 de junio de 2016

Aveces descubrís, en el éter, el amor a un cuerpo que sobra y a unas ideas que bastan para que el conocerte sea innecesario.
Te creo oculto tras las letras, se agita mi corazón ante tu presencia tan inmaterial como falsa... porque mi espíritu es metafísico este sentir es inevitable, como un átomo a una molécula, sin quererlo siquiera pienso en ti, serás una parte de la ilusión que mantiene mis pies en esta dimensión y no serás nadie.
El amor platónico no necesita de sujeto, por ende es innegociable. Firmaré mil acuerdos, me puedo olvidar del deseo pero a tus ideas nunca me las voy a olvidar, en un rincón de mi pensamiento hay un espacio para adornarte de falsos atributos y construirte como ejemplo de una humanidad confiable que no representas. Serás mi musa, mi muso, mi nadie, mi todo, el lugar donde voy cuando quiero ser ese otrx que tal vez te presenté.

Capitulo final
Yolanda vagabundea por las esquinas, conn el bigote crecido y las piernas enfundadas en panties de red. No parece inofensiva, por qué mentir, no lo es. Le gusta bailar, los días de sol y rescatar animalitos, ha pensado seriamente hacerse vegana. Tiene el cabello rojo, ondulado y la tez blanca como la de un cadaver.
Ella tampoco entiende por qué está ahí,en algún momento la única forma de ser ella era serlo en la parte más vil de la ciudad. Fuma mucho, no siente frío pero está cansada. Camina chueca con los tacones, ella definitivamente prefiere las botas.

Yolanda tiembla esperando el bondi , esta amaneciendo, un aroma a churros le abre el apetito y se prende otro pucho.
A una cuadra entre la neblina y los faroles de mercurio un muchacho joven se acerca caminando con una bici que tiene pinchada la rueda. Él la saluda, ella no sabe que sentir, le pregunta qué pasó, él niega con la cabeza mientras arrodillado en la vereda mojada y fría desarma las partes de su vehículo.
Se sientan juntos, van rumbo a tigre. Yolanda deja de temblar aún cuando atraviesa la ventanilla un viento helado, respira profundo. El muchacho abre un libro de Cortazar, ella lo mira por sobre su hombro y le comenta que leyó esa misma obra unas 10 veces.
Finalmente, intrigada por la naturaleza del muchacho, este – que adivina- responde. Tiene una isla, durante el verano es hospedaje pero este invierno están haciendo trabajo colectivo para armar la huerta y ayudando a los guardaparques, es temporada de cazadores furtivos- termina la frase y sus ojos se opacan, su mente ha volado a otros pensamientos más oscuros. Ella pregunta entusiasmada si puede ir, el muchacho sonrrie y asiente con la cabeza, el sol que se refracta en el cristal tiñe de colores sus rulos.
Yolanda no volverá a su casa esa mañana y tal vez no vuelva a esa esquina nunca más. Suben a la lancha colectivo y por primera vez Yolanda huele el río.

No tenemos derechos sobre esta Imagen  


Carta a un compañerx
El amor es como el peronismo, se explica, se entiende, se comparte o se rechaza, se lo tacha de fascista machista católico o ateo feminista y libertario.
El amor no es un sentimiento, ni es pasión, calentura, enamoramiento, romanticismo puro, ilusión e idealización, es crudo, explícito, es todo junto o nada, no es cuantificable pero lo hermoso reside en que no hay en él medias tintas pues el amor es una libre decisión, decidís amar, no surge de generación espontánea, no es apolítico y tiene credo, tiene acuerdos y sus miembros no son vitalicios, debe sortear pruebas y además es mortal, como quieras entenderlo.
El amor tiene objeto, lo desviste, lo mira en lo bueno y en el defecto, lo elige o lo acepta, esto no es romántico, es real, y por eso nuestro amor puede vestirse de rosa  y salir a pasear el 14 de febrero, por eso no necesita acostarse con terceros y puede jurarse eterno.
El amor no viene dado, se construye a cada paso, Javier el amor es como el anarquismo, pocos lo viven como lo predican.
(original: caligrama)  

lunes, 6 de junio de 2016

Cuando Exista.


Cuando Exista
(Autor: Teodora Nogués)

 A ver...yo tengo diez, él tiene  veinti uno. Cuando él tenga veinti seis, seguro que va a ser tan lindo como ahora, pero yo a los quince, no se si todavía...¿Cómo seré a los quince? No, capaz tendría que esperar a tener veinte, entonces él va a tener treinta y uno...va a ser un poco viejo ya ¿Cuánto más viejo?¿Puede envejecer esa cara?¿Puede ser tan linda una cara?¿Puede ser un ser tan perfecto?¿O sólo me parece a mi?
 Puede ser por lo raro, porque me acostumbré a vivir en esta isla donde son todos mulatos y de pronto apareció él que es chino...tahitiano en realidad, de padre chino y madre tahitiana. No se si lo lindo es por chino o por taitiano. Parece que la mezcla da eso, pero ¿Existirá otro chino, taihitiano o ser humano como él?
¿Nos volveremos a encontrar cuando yo exista?

jueves, 2 de junio de 2016

Mi Otra Mitad (Un Cuento de Ciencia Aflicción)

Mi Otra Mitad

(Un Cuento de Ciencia Aflicción)

La intervención quirúrgica a la que me iba a someter era relativamente sencilla.  Se trataba, básicamente, de extirpar la mitad derecha de mi cuerpo y reemplazarla por el nuevo modelo robótico de silicona para mejorar fuerza, elongación y flexibilidad.
Las pruebas pre quirúrgicas habían sido un éxito, al igual que la práctica de coordinación entre mi mitad real y la robótica.
Pero en la última entrevista con el cirujano, un día antes de la entrada al quirófano, caí en la cuenta de que, siendo diestro, el período de rehabilitación post quirúrgico, se me iba a complicar. Que mi mitad derecha fuera la reemplazada, tenía la ventaja extra de mejorar la estética de la mano que tengo con tendencia a brotarse por la psoriasis, y aunque me daba lástima no aprovecharla, esa ventaja no justificaba el no poder comer y escribir cómodamente lo que durara la rehabilitación (después de todo, la zona de mi mano afectada por la psoriasis es ínfima).  Dudé un momento más, pensando en el inconveniente de no poder puntear los acordes de la guitarra, si me extirpaban mi mitad izquierda, pero eso podía esperar;  además de la otra manera, tampoco iba a poder rasguearla. Así que le planteé mi decisión al cirujano:
-Mirá, doc, estoy pensando que mejor reemplacemos mi mitad izquierda en vez de mi derecha, porque el tema es que soy diestro ¿viste?
-Y…pero ahora es un kilombo, hay que reprogramar el quirófano, mandar hacer otra prótesis…
-Si, te entiendo, pero entendeme vos a mí, que va a ser un kilombo no poder usar mi mitad derecha durante la rehabilitación.
-Pero que me avises así, a último momento…
-Bueno, disculpame, es que me di cuenta ahora.
-Está bien, vamos a reprogramar la cirugía.
-Gracias, doc, y disculpá la molestia.
Me fui preocupado, pensando cómo iba a resolver el tema del cambio de días de licencia en el laburo, preocupación que iba en aumento, como bajando de mi cabeza al resto de mi cuerpo, sintiendo los pies cada vez más pesados, hasta no poder dar un paso más.
Me desperté gritando. Instintivamente me agarré los testículos con la angustia de sentirme amputado todavía latente. Corroboré que todo estaba intacto, mi integridad física y mi habitual erección matutina no estaban afectadas por la pesadilla.
Abracé a Laura que seguía durmiendo, pero mis palpitaciones y la preocupación no se me iban. Le susurré al oído.
-Laura, Laura.
-¿Qué pasa, mi amor?
-Suspendé, suspendé.
-¿Qué cosa, gordo?
-La operación, suspendela, por favor.
-Pero, mi amor, si es una operación super sencilla. Con lo contento que estabas...
-No es por eso, Laura, sos hermosa, sos hermosa así, no te operes, no te agregues nada, no te pongas las lolas, sos hermosa, Laura, sos hermosa...





Autor: Teodora Nogués

lunes, 30 de mayo de 2016

Cuentapropista Precaria

Cuentapropista Precaria

-¡Saliste en la contratapa de La Nación!-Me dijo alguien en la calle.
Me acerqué con mi canasta de títeres al puesto de diarios de Santa Fe y Pueyredón. Unos días antes, una fotógrafa me había pedido permiso para sacarme una foto.
-Tal vez la usen  para algo en el diario donde trabajo, no sé para qué, pero me parece muy pintoresca  esa canasta que llevás llena de títeres…se parecen a vos.
-Es que estamos hechos por la misma persona.                                                                
 Las caritas pintadas en las cabezas de madera eran muy sencillas, pero mi mamá era muy minuciosa en los pequeños detalles que hacían que cada uno tuviera una expresión especial.
Compré el diario imaginando encontrar  algo relacionado con los artistas plásticos, o con el teatro de títeres, o “pintoresco”.
 Ocupando casi media contratapa, la foto me mostraba sonriente, mi piel blanca contrastaba graciosamente con el colorido de los títeres  y estos,  con el título de la nota que rezaba:
“La Mafia de la Venta Ilegal Ambulante”.
 Abajo y bastante más pequeña aparecía la foto de una señora boliviana vendiendo verduras en la calle.
“Cuentapropistas Precarios. Una vida nada fácil, perseguidos por la policía, odiados por los comerciantes y esquilmados por sus explotadores”,  se podía leer al pie de mi foto.

Entré al bar empapada, con el diario húmedo en una mano y el canasto con los títeres protegidos por un cobertor de plástico en la otra.  Esteban y Daniel me esperaban en una mesa junto a la ventana.
-Hola, soy una cuentapropista precaria esquilmada por sus  explotadores- los saludé,  y  al verbalizar mi indignación no pude evitar que me brotaran algunas lágrimas.
-Bueno, amor, eso deja muy mal parada a tu vieja-  Intentó bromear Esteban para consolarme.
-Si, creo que me esquilma, no estoy segura porque no tuve tiempo de buscar en el diccionario el verbo esquilmar. *
-¿Querés tomar algo?
-No tengo un mango, con esta lluvia no pude vender ni un solo títere. Es la tarde más improductiva de mi vida…soy un fracaso hasta como cuentapropista precaria…
-Invito yo, vida ¿Qué querés tomar?
- Una lágrima…
Mientras Esteban llamaba al mozo, saqué una lapicera de mi riñonera y me puse a escribir rápido en una servilleta que luego arrojé sobre la mesa. Pensé en el sinsentido de lo escrito y lo vivido. Quise destruirlo, pero una mano amiga, más precisamente la mano de Daniel, salvó la servilletita de mi furia autodestructiva, como si ya tuviera claro que en ese borrador catártico iba a encontrar las herramientas necesarias para rescatarme del abismo existencial en el que estaba cayendo.

Daniel, yo no lo sabía entonces, pero lo intuía, llegaría a ser un gran pedagogo. Ya era un grande  que se asomaba a la vida de adulto joven  creciendo a pasos agigantados, sin perder la capacidad de asombro y de admiración por sus semejantes.
Estudiaba flauta traversa, tocaba piano y guitarra. Cursaba el profesorado de nivel inicial y en las prácticas probaba la música  que estaba componiendo para un cancionero infantil.  Las canciones que no gustaban a sus pequeños alumnos, quedaban fuera del repertorio.
Hacía arreglos de canciones de Silvio Rodríguez y componía para un coro al que me invitó a cantar. Decliné la invitación porque ya me había comprometido a participar en uno que me había recomendado una amiga, que resultó ser el mismo al que me había invitado Daniel. Acepté que el destino había decidido que  yo cantara sus canciones.
Había publicado un libro de poemas, en cuya presentación me enteré que de chico dirigía, junto con su mejor amigo Ernesto, una revista escolar que llamaron Danesto.  La madre de Ernesto fue quien lo contó; y cuando se le quebró la voz por el llanto, supe que Daniel también conocía el dolor de la pérdida temprana de un ser querido.
Daniel y Esteban se habían conocido en el Regimiento 1 de Patricios. Eran clase 75, la última que hizo el servicio militar obligatorio. Ahí Esteban me presentó a Daniel, en ese espacio castrense totalmente ajeno a su naturaleza.
-¿Vos sos la famosa…?
Con esas primeras palabras me nombraba, me empoderaba, me ubicaba reinante en el corazón de Esteban y en sus conversaciones de músicos conscriptos.

Daniel leyó en voz alta mi servilleta:

“La cuentapropista
En estado precario
Salió a la autopista
A vender un canario.

Yo quisiera uno, 
Pero está lloviendo
Decía la gente 
Y salía corriendo”

-Esto es genial,  es genial ¿Me lo puedo llevar? Le quiero poner música.
Me sequé las lágrimas. Sentí el alma acariciada por las palabras de Daniel que, una vez más, me empoderaban.
Pocos días después, mi canción del canario tenía música y una estrofa agregada por Daniel que hablaba de un cangrejo otario.
El dolor por la precariedad y las ausencias que siguieron a esa tarde lluviosa, se me fueron desarraigando del cuerpo con los años.  La melodía alegre de Daniel, en cambio, viene todavía a rescatarme de las dudas existenciales, cada vez que la necesito, no como respuesta a nada, sino como pregunta transformadora.
Autor: Teodora Nogués.


*nota del traductor: Tengamos en cuenta que la historia transcurre alrededor de 1995. Estos jóvenes conversan en  la mesa de un bar sin ningún smartphone en la mano. Nuestro personaje tendrá que esperar a llegar a su casa para buscar en el diccionario el significado de “esquilmar”. No existe aún el concepto cotidiano de googlear.



Del Más Allá

Del Más Allá
(Autor: Teodora Nogués)

 Anoche soñé que lo llamaba. Esta vez estaba totalmente decidida a decirle que venga: 



-Venite, dale, ya pasó mucho tiempo, demasiado ¿Sabés qué? En todo caso, si vos no venís para acá, viajo yo para allá.

 Durante la mañana caí en que no es posible que el venga para "acá" y en la promesa onírica realizada de viajar para "allá". 
 Espero que sepa entender si mi viaje se demora un poco...ojalá se demore lo suficiente. Tengo mucho por hacer acá todavía.


Alberto

Alberto
-Pará de remar, Alberto, que encontré algo flotando.
-¿Dónde?
-Acá, a estribor. Un poco más acá…listo, lo agarré!
-¿A ver qué es?
-¡Mirá!
-¡Nena, tirá eso inmediatamente!
-¡No!¿Por qué? ¡Si está buenísmo este globo! Mirá que forma rara tiene…
-Pero está pinchado, tiralo.
-No, nada que ver, mirá, no está pinchado.
-¿A ver, mostrame?¡Listo!

-¡Ey,Alberto!¿Por qué tiraste mi globo?¡Qué forro que sos!
Autor: Teodora Nogués

Lo Que Más Me Gusta Son Mis Pies

Lo Que Más me Gusta Son Mis Pies
-Les doy la bienvenida a la carrera de Recreación y Tiempo Libre, a la cual, les aclaro, todos van a ingresar, pero por una cuestión de vacantes, solo la mitad podrá hacerlo ahora; la otra mitad lo hará el próximo cuatrimestre. Sé que el sorteo no es el mejor método, pero por ahora es el mejor que encontramos.
El que nos hablaba, era un hombrecito de unos cuarenta y pico de años bien llevados, llevados con una sonrisa encantadora y una mirada dulce atenta a todo.
Su voz algo ronca, suave, pero enérgica a la vez, logró disipar algo de mi mal humor y el de las otras doscientas personas amontonadas en el SUM.
No estaba segura de estar en el lugar correcto, esperando a ser sorteada para ingresar a una carrera con un nombre, al menos, polémico.
-Yo, si me toca el segundo cuatrimestre, no la voy a hacer.
Ahora la voz de una amiga, que estaba sentada a mi lado, la misma que me había convencido de anotarme en la carrera de nombre controversial, me hizo crecer la duda. Ella me había dicho que se iba a anotar, porque después de tanto estudiar en la UBA, sentía que esta carrera la iba a desestructurar un poco. Cuando me contó de qué se trataba, pensé que, por el contrario, con mi carencia de estudios formales, a mi me iba a estructurar. Y allí fuimos a anotarnos las dos, por la misma razón, esperando resultados opuestos.
-Yo tampoco la voy a hacer si me toca el segundo cuatrimestre….es más, si me toca este tampoco…
Ya me estaba levantando del piso donde estaba sentada, porque ni sillas había en el SUM de esa carrera de nombre poco serio, pero la voz ronca y enérgica me detuvo.
-Se que la situación es tensa. Probemos para distender, mientras esperamos el sorteo, les propongo hacer una danza.
Se puso a cantar y a bailar, haciéndonos repetir cada estrofa:
“Con mi cabeza yo me llevo muy bien,
Pero lo que más me gustan son mis pies.
Con mis brazos yo me llevo muy bien,
Pero lo que más me gusta son mis pies…”
En ese momento, por primera vez en mi vida, escuché a mis pies. Ellos quisieron quedarse, ellos supieron que habían llegado al lugar correcto.
Entré en el primer cuatrimestre y me recibí de recreóloga. Mi amiga salió sorteada para entrar en el segundo y nunca la volví a ver.
Diez años después de recibirme, volví a tener noticias del hombrecito de voz ronca, amante de sus propios pies.  Estaba dando unos cursos en Salta, algo sobre el cuerpo en juego. Nunca volvió, pero dicen que allí donde lo llevan sus pasos, deja una estela mágica que nunca se olvida, y a mí me consta que es así.

Autor: Teodora Nogués




Flores de Noche (Cuentos de la Gringuita)

Flores de Noche
(Cuentos de la Gringuita)
Autor: Teodora Nogués

-¿Conocés las flores de noche?
Su voz  alzándose por encima del sonido del agua que corre por la acequia y su mano rozando levemente mi cara, sin llegar a ser una caricia, detiene mis pasos y llevan mi mirada hacia el lugar de la finca que señala su dedo.
 Allí donde al salir, hace unas horas, era todo verde, ahora está lleno de flores amarillas iluminadas por la luna y las estrellas que en ese cielo de los Valles Calchaquíes parecen estar muy cerca, pegadas a los cerros, a la acequia, al río seco lleno de cuarzos, blancos, traslúcidos, rosados y celestes. Parecen estar muy cerca incluso a uno mismo, o que uno mismo es el que está dentro del cielo.
-Son muy hermosas-le digo-muy  hermosas, nunca las había visto.
-Sí, son hermosas, pero no sólo eso, chunca e tero, cortá unas cuantas que te muestro algo.
Me toco las pantorrillas, tienen algo más de tono muscular que cuando llegué a los valles, ya no se parecen tanto a las patas de un tero. Intento protestar, pero él ya está lejos, metido dentro del manchón amarillo de flores de noche.
Me acerco a las flores y el aire limpio se vuelve perfumado. Corto los tallos sintiendo el frío en mis dedos. Cierro los ojos, el perfume de las flores va cediendo lugar a su perfume, tengo su cuello casi pegado a mi nariz.
-Mirá, cortales el tallo por acá.
Corta los tallos, se lleva las flores a la boca y les da un chupón rápido. Lo imito, tengo en mi mano unas dos docenas de flores y al chupar los 24 tallos sale una gotita ínfima de un líquido dulzón. El néctar de las flores de noche, es lo más parecido al sabor, que imagino, deben tener los ríos del paraíso.

Autor: Teodora Nogués