domingo, 24 de julio de 2016

A Tu País

A Tu País
(Autor: Teodora Nogués)
Nueve de diciembre del 2015. No es el mejor día para sacarme la bombacha y abrir las piernas delante de un desconocido. Pero hace varios años que no me hago un pap y colpo y conseguí turno justo para hoy en Hospital Modelo de Vicente Lopez . Está en la cartilla de mi obra social UP para Monotributistas. El plan me sirve para trabajar en algunos programas de Políticas Socio educativas, que, sospecho y confirmaré muy pronto, están siendo sentenciados a muerte en este mismo momento.
Mientras  espero, para distraerme de los pensamientos que me agobian, me pongo a escuchar la conversación de las dos señoras que tengo al lado, en realidad es un monólogo de una sola que le habla a la otra. Se nota que disfruta mucho del sonido de su propia voz.
-Me puse loca, empecé a golpear la puerta con la silla de ruedas, así pum pum. Él era extranjero, paraguayo…ecuatoriano…boliviano….bueno, no se…te decía, en ese momento me pongo a gritar: caradura, qué te pensás, paraguayo de mierda, encima que venís a matarte el hambre a mi país, tener el tupé de dejarme esperando así en el consultorio. Lo hice echar, no trabaja más acá.
Las palabras “matar el hambre” me atraviesan, se transforman en “matanza”, que derivan en “guerra de la triple alianza”, matanza de hombres mujeres y niños de un país próspero, arrasado, destruido por mi país,  y empobrecido por el resto de las generaciones venideras que tendrán que venir a matarse el hambre a mi país.
Siento la tentación de increparla, pero me quedo en silencio. Lamento no tener más conocimientos de Historia para argumentar. Se me vienen a la mente cuadros sinópticos al pedo,  que resumen guerras en “Causas y Consecuencias”, pero ninguno alcanza a describir  consecuencias tan nefastas, como la que tengo sentada al lado.
El doctor me hace pasar. Le escupo lo que acabo de escuchar y lo que no pude contestar.
-Bueno, habrá que ver cuál fue la situación.
-Pero, doctor, sea cual sea la situación, cómo alguien puede decir algo tan discrimin…
Vuelvo a quedarme en silencio, cobardemente. Mi aparato reproductor va a estar a su merced los próximos minutos, no me atrevo a contradecirlo.
Salgo de la consulta y voy al baño. Aunque hace un calor infernal, me cambio la musculosa por la remera con los ojazos de la jefa estampados y la inscripción Cris Pasión.  Me voy a Plaza de Mayo llorando la derrota, cantando:
Llora llora urutaú/en las ramas del cahjay/ya no existe el Parguay/ en el que nací como tú

Padre, madre, hermanos ay/ todo en el mundo he perdido/y en mi corazón partido/solo amargas penas hay.

lunes, 11 de julio de 2016



Miraba por la ventanilla como las casas se perdían en el cielo, la tarde oscurecía tan veloz que pronto solo pudo distinguir sombras contrastando con el horizonte violeta… el tren estaba a oscuras.

Difícil era entender hacia dónde se dirigía, los pies apoyados sobre el respaldo del asiento delantero la hacían sentir más cómoda, un único pensamiento ocupaba su mente. Se enteró del incendio por el noticiero, gran parte de la reserva ecológica donde semanas antes se hospedada estaba ahora destruida, lo primero fue recordarlo, es decir intentarlo.

Hizo algo ahí, lo sabía, podía traer a su memoria algunas imágenes recortadas del lugar, las playas, las carpas, las cabañas, el extrañar a alguien, ¿a quién? ¿cuándo fue y cuándo volvió?, y qué carajo hacía en ese tren.

Una señorita se sentó a su lado, sonriendo le empezó a dar charla sin más, ella continuaba inmersa en sus cavilaciones, volvió en sí cuando la muchacha mencionó el accidente, realmente no lo mencionó; dijo que estaba viajando hoy mismo para allá porque según su sexto sentido el novio la estaba engañando, entonces hablaron del incendio, del muchacho que estaba herido pero no grave, de como mantenían una relación a distancia y de como en los últimos días ella lo notaba extraño.

En el hostel había muy buena onda, iba recordando, se trata del mismo donde trabaja el novio de esta piba, pensó, a su mente llegó la foto del accidente, la cara del encargado buena onda al que obviamente se había garchado pero sin una pista de el cómo o de si estuvo bien o fue una cagada; recordaba promesas de volver a verse, y la muchacha seguía hablando de su novio y de la foto del accidente en el diario, le preguntaba si lo conocía porque era un lugar chico, insistía con que se lo tenía que haber cruzado.

-Sí, lo conozco, ¿está bien? El titular decía que se cayó al desmoronarse la cabaña.

-Estaba reparando el techo, y ¿qué te pareció? Es re buena onda Mati, ahí prácticamente todo lo hace él, va a tener que levantar de cero el lugar…

Por qué ella no sabía que Mati tenía novia, ¿se lo preguntó o dio por sentado que no? ¿cómo alguien tan copado podía ser un cerdo?, o lo sabía y tal vez fue a ella a quien le chupo un huevo, ademas por qué la novia estaba en el mismo tren hablándole de sus sospechas.

Lucrecia bajó, se despidió cálidamente prometiendo que mandaría muchos abrazos de su parte a Mati. Sola en ese cada vez mas tétrico vagón contemplaba sus piernas, sus zapatillas, su falta de ética su culpa, las plantas al costado de las vías, las casas que ahora podía ver gracias a que habían encendido las luces, miraba la noche tibia, pensaba en el amor dentro de esas casa, en las familias que estaban ahí metidas, pensaba en lo especial de las casitas ferroviarias, tanto en el sur como en el norte, en capital no, ahí solo hay concreto, pensaba en su imposibilidad de recordar, pensaba en volver al pasado y hacer las cosas bien, lloraba tanto que si en el tren hubiesen viajado otros pasajeros habrían usado el freno de emergencia, lloraba pidiendo que fuese todo mentira, lloraba queriendo ser otra, lloraba deseando un otro para amar, sin novia, mudarse juntos a una casita ferroviaria, tener un jardín, una huerta y un patio trasero desde donde saludar a los maquinistas y a los pasajeros.


Aún asustada y con el estomago revuelto se despertó, aún no había sol, miró la hora, no pensaba ir a trabajar en esas condiciones, abrazo muy fuerte a su compañere y se volvió a dormir.

lunes, 4 de julio de 2016

A Ver Si La Rata Encara (Otro Cuento de Ciencia Aflicción)



A Ver Si la Rata Encara


(Otro Cuento de Ciencia Aflicción)


En cuanto me sacó a bailar sentí una necesidad intensa de abrazarlo fuerte. No quería pasar otra noche de invierno en soledad. Presioné sus brazos con mis dedos y pegué mi pecho al suyo casi hasta sentir su carne a través de su buzo polar y mi saco de lana. Me volvió el calor al cuerpo y se me fue la angustia que me estaba atormentando desde hacía un tiempo sin razón aparente. Me saqué el abrigo y lo dejé en la silla más cercana a la pista que encontré; él hizo lo mismo. Ya con los brazos desnudos, recuperé algo del pudor que parecía haberse esfumado con el primer baile.
-¿A qué te dedicás?- Me preguntó -¿Bailás y qué más hacés?
-Bailo y en mi tiempo libre trabajo en lo que me gusta.
-Yo también trabajo en lo que me gusta, soy biólogo.
Recuperamos nuestros abrigos y nos fuimos a la barra.
-¿Cómo es tu trabajo de biólogo?
-Podría decirse que… trabajo con ratas.
“Si, tenés medio cara de rata” fue la primera frase que se me vino a la cabeza, pero no se lo dije. En cambio le hice las preguntas menos originales, que supuse habría respondido miles de veces a lo largo de su carrera.
-No, no soy impresionable. Y a la rata no la veo sufrir, porque una vez que le inyecto la anestesia ya no siente nada.


Mientras hablaba, me dediqué a observar en detalle su cara, sus ojos oscuros, lindos, pero fríos, su mirada algo inexpresiva que imaginé analizando ratas torturadas por sus manos que hasta hacía unos instantes había sentido cálidas en mi espalda y mis brazos. Noté que tenía los dientes algo desparejos, los colmillos levemente prominentes, la boca grande, carnosa y una línea oscura que en la penumbra del lugar no podía distinguir qué era, le surcaba todo el labio inferior.
-En algunos ámbitos, lo que te estoy contando podría resultar fascinante, pero no se si este es el ámbito…
Ese no era el ámbito, él no parecía ser una persona habituada al juego de seducción y yo no era la audiencia más indicada. Recordé la rata que hacía unos meses, había aparecido en el inodoro de mi casa una noche de tormenta, recordé la mezcla de asco, impotencia y lástima que sentí por el animal pataleando desesperadamente sobre la loza donde sus garritas resbalaban. Yo no podía hacer nada para evitar el sufrimiento de esa criatura de dios diminuta y repulsiva; más que irme a dormir hasta que se me ocurriera algo más que “me cago en la moraleja de las dos ranitas en el barril de crema, por más que esta rata inmunda patalee, no va a amanecer en una manteca de mierda sólida”. Al amanecer el animalejo seguía pataleando, pero más despacio, con sus patitas cansadas. Tenía que hacer algo. Sobreponiéndome al asco intenté rescatarla con la escobilla. El impulso que le dio el susto, la ayudó a darse vuelta y escapar por la misma cañería por donde había venido. Juraría que antes de huir, me miró agradecida.
El hombre rata me seguía hablando de su trabajo.
-Hay que ver si la rata encara.
-¿Qué significa que la rata encare?
-Que reviva, no perderla. Llegué a hacerles masaje cardíaco Tengo un colega que les mete una jeringa por la garganta para sacarles el líquido en los pulmones y así logró revivir a varias, para que te des una idea, en un ser humano es el equivalente a intubarlo…


Igual no me daba ninguna idea. Lo odié con toda mi alma aunque lo acababa de conocer. Odié con fuerzas renovadas a todos los hombres que alguna vez me habían herido. Pero al recordar mis malos amores, pensé en una característica común a todos ellos…eran buenos tipos, literalmente incapaces de matar ni una mosca, mucho menos de clavarle un bisturí a una rata y sin embargo me habían lastimado, engañando y traicionado con una crueldad aparentemente impropia de su naturaleza.
El odio por el hombre rata se transformó en deseo. Al menos, antes de lastimar a una rata, tenía la deferencia de inyectarles anestesia. Eso era más cuidado del que habían tenido conmigo en mis últimas experiencias amorosas. Casi sentí envidia por las ratas agonizando en sus manos. Imaginé sus manos acariciando todo mi cuerpo con una precisión quirúrgica. Quería pasar mi lengua por sus dientes desparejos, morder sus labios carnosos.
-Yo me voy en taxi ¿Te alcanzo a algún lado?
-Si, al metro bus, pero bailemos un poquito más, por favor, solo un ratito más.
No me inspiraba confianza como para que supiera donde vivía, pero quería sentir el calor de su cuerpo bailando una vez más.
Bailamos, intercambiamos números de teléfono y me acompañó a la parada.


-Vení, estás muerta de frío- me dijo mientras esperábamos, me puso el abrigo sobre los hombros, tomó mis manos y me atrajo hacia él.

Me dio un beso en la boca que yo retribuí muy suavemente, apenas rozándolo. No metí mi lengua entre sus dientes ni mordí sus labios, en parte porque en ese momento vino el colectivo, pero lo que más frenó mi impulso fue que todavía no había podido dilucidar si la línea oscura que surcaba su labio inferior era una mancha de vino, una paspadura que podría dolerle, o un herpes contagioso.

Subí al colectivo con una sensación de plenitud que me duraría mucho tiempo. Había desaparecido mi depresión. Sentí que el hombre rata me había salvado del suicidio.

Miré por la ventanilla, pero solo alcancé a ver su cola desapareciendo por la alcantarilla de la parada del metro bus y por un instante, antes de desaparecer del todo, sus bigotes volvieron a asomar y sus ojos me echaron una mirada fría, pero agradecida.