lunes, 7 de noviembre de 2016

El Vecino de la Embajada

El Vecino de la Embajada
(Autor: Teodora Nogués)

 Eran las 14:45hs cuando sentí la explosión y lo primero que pensé fue en Matilde. Eso fue lo que me salvó la vida, aquel 17 de marzo de 1992.  Bueno, creo que pensar en Matilde y buscar justicia junto a ella, es lo que me viene salvando el sinsentido que damos en llamar vida, desde aquel fatídico 24 de septiembre de 1976 en que se llevaron a nuestra hija, en que la vida dejó de ser tal, para convertirse en un infierno eterno.
 Pero el día del atentado a la Embajada, ese instante en el que temí por la vida de Matilde, salvó la mía. Yo estaba en la habitación de nuestro depto de la calle Arroyo y antes de entender de dónde venía el sonido de la explosión, salí corriendo para buscar a Matilde, un segundo después, el armario se me venía encima, mejor dicho, se me hubiera venido encima, porque cayó trabando la puerta por donde yo acababa de salir disparado en busca de mi esposa.

De eso me fui dando cuenta unos días después, cuando sacamos fotos a los daños del depto para el seguro. Me fui dando cuenta de que Matilde y el azar nos salvaron la vida a mi y a la muchacha.  Ellas estaban en la cocina a unos dos metros de distancia la una de la otra y la pobre chica, se asustó tanto que saltó a los brazos de Matilde y se acurrucó con ella. El techo de nuestra cocina estaba construido con cuadrados de vidrios de dos por dos, cayeron todos, todos menos uno, justo el que estaba arriba de Matilde, ese fue el único que no cayó. Por eso se salvaron Matilde y la muchacha que saltó a sus brazos. 
 El único daño físico que sufrimos ese día, fueron algunas pequeñas esquirlas de vidrio que se nos clavaron en la piel, a ellas dos y a mi que llegué a la puerta de la cocina justo en el momento en que se caían los vidrios del techo.

Terminé de caer cuando vi las fotos de los daños que sacamos para el seguro.  En el respaldo de mi sillón que está frente al escritorio, donde paso horas y horas, había clavado un pedazo de vidrio de la ventana. Parecía destinado a estar clavado en mi frente. Algo salvó mi vida ese día, el azar o mi amor por Matilde…diría que Dios, si lo hubiera, pero no hay Dios, no existe Dios. Tampoco vida, sólo el Averno.