martes, 26 de septiembre de 2017

El Perro Turquesa. Autora: Teodora Nogués. Foto: Marina Martinez

El Perro Turquesa

 Le voy a ser sincero, no tengo un mango para pagarle  al analista, así que necesito contarle mi sueño a alguien.
   Resulta que estoy en mi cama, que no es mi cama, en una casa que no es mi casa…como ocurre siempre en los sueños, así que digamos que estoy en mi cama, para simplificar. En eso, me parece ver a mi gatito, el que se fue hace poco, supongo que a morirse, vio como son los gatos, a diferencia de los perros que vienen a morirse a los pies de sus dueños, los gatos cuando son viejitos, como era el mío y sienten que se van a morir, se van lejos, como para evitarles a uno el mal rato. Cuestión que yo no sé con certeza que mi gato, efectivamente se haya muerto, así que no me llama la atención que aparezca en mi ventana.
 Veo la silueta de lo que parece ser mi gato acercarse, pero resulta ser un perrito hermoso, tipo peluche. Abrazo al animalito que se muestra muy  a gusto conmigo. Veo que tiene una medallita, así que busco mi teléfono móvil para llamar al número que aparece en la medalla. Pero me cuesta mover el brazo, porque lo tengo a upa y está tan lindo y mimoso que no lo quiero molestar. Entonces le pido a mi madre, que no es mi madre (y esto sí tengo que aclararlo, como verá en un rato), que llame ella, que yo le dicto el número. Pero fíjese que también me cuesta leer los números porque cambian como si la medallita del perro fuera un reloj digital con poca pila. Lo que parece ser un cero, de pronto es un ocho, o un tres.
  Salgo al patio para ver mejor, donde está el resto de mi familia, que no es mi familia, con el perrito en brazos y en eso noto que su pelaje es de color turquesa, la cosa más linda que haya visto. Claro, en el sueño me parece totalmente posible que un perro sea de color turquesa, aunque me llame la atención. Aclaro que aunque estoy cada vez más encariñado con ese animal maravilloso, no dudo en ningún momento que hay que devolverlo
  Tampoco me parece raro que el perro traiga, además de correa una cartera. Para mi es obvio que la cartera se le perdió al dueño junto con el perro. Está abierta y alcanzo a ver en su interior varios billetes, uno de quinientos, algunos de cien y otros más chicos.
 Ya veo los números con claridad y se los dicto a mi madre que no es mi madre.
-Avisale que también encontramos su cartera con la plata- le digo cuando logra comunicarse con el dueño del perro.
-Si, ya le digo y ahí le acomodo las cosas de la cartera.
Me contesta mi madre que no es mi madre y vuelvo a aclarar que no es mi madre, porque mi madre, paz descanse, no robaría ni en sueños, ni en los sueños de ella ni en los de otro ¿Me explico? Mi madre era de las que si le daban vuelto de más, lo devolvía, así fuera en un una cadena de supermercados que qué les importa unos pesos de menos, pero ella los devolvía igual. Y yo heredé de ella esa incapacidad de quedarme con un vuelto de más.
-Ya está, ya le acomodé la plata, hay ochenta y cinco pesos.
-¿Cómo ochenta y cinco?- Le grito- ¡Había mucho más!
-Ya está, hijo.
-¡No mamá, esos no son los valores que me inculcaste! ¡Devolvé la plata!
Grito indignado, dolido, porque me siento traicionado por mi madre que no es mi madre y mi familia cómplice que no es mi familia.
 ¿Vio cuando uno trata de gritar en un sueño, pero la voz no le sale y entonces se despierta y le queda como el nudo en la garganta? Bueno, así me desperté hoy.
   Mi santa madre (la de verdad, no la del sueño) decía que Dios, en su infinita misericordia, cuando uno hacía una buena acción en un sueño, se la computaba como una buena acción real; en cambio, si uno cometía un pecado en sueños, no era contado como real. Pero yo no sé si es tan así, por eso que dicen en catequesis de que se puede pecar de palabra, pensamiento y obra ¿Entonces un sueño no valdría lo mismo que el pensamiento?
En ese caso ¿Cómo cuenta mi sueño para el Señor? ¿Cómo buena acción porque intenté devolver la plata? ¿O mala, porque no pude evitar que mi familia se la robara?
    A lo que voy ¿Por qué desde que me desperté, me sigue a todos lados este hermoso perro turquesa? ¿Es un premio o me está persiguiendo para que le devuelva la plata robada a su dueño?


Autora: Teodora Nogués

martes, 16 de mayo de 2017

Yo También (Autor: Teodora Nogués)

Yo También
(Autor: Teodora Nogués)


-Te quiero- Le dije al despedirnos.
-Gracias- Me contestó.
No era la respuesta que quería, pero sí para la que me había preparado. Sólo tenía que caminar hacia la avenida Corrientes para tomar el subte B, con la dignidad propia de los que sufrimos amores no correspondidos, sin mirar atrás, para hacer más fácil la derrota.
 Caminé unos pasos.
-¡Ey!-Me gritó con una sonrisa
-¿Si?- Contesté, ya adivinado en sus labios el tan anhelado "yo también"
-Corrientes está para el otro lado.


martes, 25 de abril de 2017

El Sueño de Tomás (Cuentos de Ciencia Aflicción) Autor: Teodora Nogués

El Sueño de Tomás
(Cuentos de Ciencia Aflicción)
(Autor: Teodora Nogués)
 Tomás
 Hay una pared mojada a punto de derrumbarse.
 Estamos en mi casa, pero no es como mi casa, es como la casa de mi hermano.
 Necesito salir corriendo a ver qué pasa en el edificio, pero no puedo porque no encuentro mi zapato. A Ella le pasa lo mismo, los dos terminamos de vestirnos, pero nos falta un zapato que no aparece, estamos inmovilizados.
 La casa se empieza a llenar de gente, pero no conozco a nadie. Pregunto si alguien es del edificio, para dar con el vecino de la pared contigua.
 Aparece una vieja que me empieza a acosar. Ella se ríe viendo como trato de sacarme a la vieja de encima; le pregunto si no vio mi zapato.
-Ah, si, tu zapato lo vi por ahí- Me contesta, todavía riéndose.
 Siento que hace una eternidad que estoy atrapado por no tener el zapato para salir corriendo. Y ella supo dónde estaba todo el tiempo, ella tenía la solución y no me lo dijo.
Ella
 Siento muchos celos de la vieja que está forcejeando con Tomás. El esfuerzo que hace  para sacársela de encima, nunca lo hará por mí, ni para sacarme de su vida, ni para que me quede.
 La pared se está viniendo abajo. Tomás me pregunta si no vi sus zapatos. Quiero que salga corriendo descalzo conmigo, para que la pared no nos aplaste, pero él insiste y  sé que no puedo obligarlo a obrar como yo quisiera. Veo sus zapatos debajo del sillón que está justo contra la pared que se está cayendo. Si le indico dónde están, va a ir por ellos aunque le cueste la vida.

La Vieja
 Estoy en la casa de mi infancia, pero no es la casa de mi infancia. Me doy cuenta de en realidad estoy en Argentina, porque lo veo a mi nieto en la habitación, pero hay un bombardeo como los que había en mi tierra.
 Una pared está a punto de derrumbarse sobre mi nieto, lo abrazo para protegerlo con mi cuerpo, que no es el de ahora sino el que tenía cuando era joven. De pronto mi nieto no es mi nieto, es su abuelo con la misma apariencia de cuando lo conocí. Lo abrazo, lo acaricio, le digo que lo extraño todos los días desde que partió, pero él me empuja y ya no es más él, es mi nieto que de pronto ya no es mi  nieto, es un joven que no conozco.
La Pared
Siento una humedad que nace de mis cimientos. Me resquebrajo, me voy desmoronado lentamente. Hay mucha gente a mi alrededor, pero es como si estuviera sola. Nadie intenta sostenerme. Todos se alejan y me dejan caer.
El Zapato
Intento no respirar, para que el sonido del aire no me delate. Sé que si él me ve, no tengo escapatoria. De pronto, ella descubre mi escondite, le hago una seña, le suplico con la mirada que no diga nada. Unos instantes después siento las manos de él agarrándome y su pie que me aplasta.
El Hermano
Veo toda mi casa, pero no estoy en mi casa.
 En mi cama veo a Tomás y una mujer desnuda que le besa un hombro antes de levantarse.
Empieza a brotar agua de una pared, entonces Tomás también se levanta. Ambos buscan sus ropas desparramadas por la habitación, el pasillo y el living.
 Ya están vestidos, pero descalzos cuando la pared empieza a desmoronarse.
La mujer le extiende una mano a Tomás y le señala la puerta. Tomás le pregunta por su zapato.
 Ella duda, mira la puerta, mira el sillón y lo señala. Tomás se tira bajo el sillón para agarrar su zapato mientras ella sale corriendo sola.

Veo que la pared se le viene encima a Tomás, intento gritar, pero no sale ningún sonido de mi boca y nadie ve mis movimientos desesperados por salvar a mi hermano, porque en realidad no estoy ahí.

jueves, 13 de abril de 2017

Composición Tema Un Día de Campo (Cuentos de la Gringuita)

Composición Tema Un día de Campo
(Cuentos de la Gringuita)
(Autor: Teodora Nogués)

  El señor maestro está feliz con mi composición. Soy la única que entendió la consigna. Me gusta que le guste, pero siento  un poco de vergüenza, por mí y por él, vergüenza ajena, creo que se llama eso que siento. Porque yo sé escribir como una nena de ciudad y lo que es salir a pasear al campo. No es que haya tenido tantos días de campo en mi vida, pero entiendo el concepto.
Soy la única dentro del aula, que compartimos los doce alumnos de sexto con los tres de séptimo, que nació y vivió en una ciudad. Mis compañeros de grado nunca vieron un edificio ni se lo pueden imaginar. Ninguno de los cincuenta alumnos de mi escuela se lo puede imaginar.
 Una nena de tercero sintió  curiosidad el otro día y me preguntó en el recreo:
-¿Y viste alguna vez un edificio de tres pisos?
- Si, y de más también. Mi abuela vive en un edificio de catorce pisos.
-¡Callate! ¿Existen edificios de catorce pisos?
-Si, en algunas ciudades hay hasta de cien…
-¡Callate!


El señor maestro pasa lista.
-¿Juana Rosa Corregidor?
-Presente, señor maestro.
-¿Tu composición?
-No la hice.
-¿Sos bruta? Sos la peorcita de los Corregidor, tus hermanos no eran así.
 Para Juana Rosa todos los días son un día de campo, pero no de paseo. Ella y su hermano Aníbal que está en quinto, se levantan siempre a las cinco de la mañana, toman unos mates cebados y caminan dos kilómetros para ir al corral donde los Corregidor tienen sus cabras. Vuelven a su casa, se bañan y caminan tres kilómetros hasta  la escuela. Entramos a las ocho. A las diez nos dan mate cocido  y comemos el pan casero que traen los alumnos por turnos. Le toca llevar una horneada a una familia cada semana.
Apenas son las nueve de la mañana, Juan Rosa hace cuatro horas que se levantó, caminó siete kilómetros, llevó a pastorear a sus cabras, todavía no ingirió nada más que unos mates amargos y el señor maestro ya le está preguntando si es bruta porque no escribió la composición tema un día de campo. La compara con sus hermanos mayores que son los que “triunfaron”. La hermana está cursando sus estudios secundarios en San Miguel de Tucumán mientras trabaja cama adentro en una casa de familia. No hay secundaria en el pueblo ni sus alrededores.
El hermano mayor trabaja en una zapatería en Santa María. Lo vi un par de veces cuando vino de visita para las fiestas. Se viste canchero y huele rico.
 Juana Rosa y Aníbal son los que me enseñaron el camino a la escuela y a pelar el maíz en su mortero de piedra. Son los que me prestan su mortero cada vez que en casa (si puede llamarse casa la tapera en la que vivimos de prestado) queremos cocinar un locro. Porque yo tendré muy claro cómo escribir sobre un día de campo, pero mi familia “los hippies” no tiene ni un pedacito de campo donde poner un mortero.
 Comprendo mejor que nadie la expresión “no tener un lugar donde caerse muerto”.  Y no es lo que más me preocupa, el problema de no tener donde caer mientras vivo es lo que me desvela.
 Quiero defender a Juana Rosa, decirle al señor maestro que no es ninguna bruta, que el bruto es él, pero entonces me acuerdo de la última vez que fui a pelar maíz a la casa de los Corregidor. Juana Rosa me recibió cagándose de risa.
-¿Qué pasó, Juana?
-Los hermanos Escobar  violaron al hijo de la vecina.
-No te entiendo.
-Que los hermanos Escobar violaron al hijo de la vecina.
Me cuesta entender lo que dice y quiero creer que lo dice en chiste, aunque no le veo la gracia.
 Detrás de la casa de los Escobar vive una mujer mayor con su único hijo  que tiene un retraso madurativo severo.
 No sé si es verdad lo de la violación.
Me doy cuenta de que yo también creo que Juana Rosa es bruta, pero no por la misma razón que el señor maestro.
No puedo creer nada de lo que se dice dentro y fuera de la escuela. Los chicos dicen cualquier cosa y los no tan chicos también.
 Si voy dejarme llevar por los rumores, a Juana Rosa le crecieron los pechos, porque cacho “se los formó”.  No entiendo mucho de sexualidad, pero sé perfectamente que los pechos crecen con la pubertad, sin ayuda externa de nadie y que Cacho nunca en su vida tocó a una mujer, seguro que nunca vio una teta ni de lejos, tal vez las de su madre si es que fue amamantado, pero lo dudo.
 El sexo para él, pasa por hacer gestos obscenos, secundado por sus amigotes cada vez que el señor maestro sale del aula.
 Cacho está en sexto grado, ya perdió la cuenta de cuantos años repitió. El año que viene va a cumplir 16 y  va a estar en séptimo. De los doce alumnos, sólo vamos a egresar cuatro. La Quela y yo porque supuestamente estamos mejor preparadas que los demás; Cacho y Mingo, porque el señor maestro dice que si repiten otro año más ya les va a tocar el servicio militar y todavía van a estar en la primaria.
Cacho me provoca repulsión y  miedo. Es el más grande de la escuela, no solo de edad sino de tamaño. Dentro del aula es el líder de los varones. Afuera yo creía que también.
 Estamos volviendo de la escuela, de pronto los varones empiezan a gritar:
-¡Ahí viene la hermana de Cacho, la hermana de Cacho!
Viene del pueblo con su bebé en brazos. Una chica muy joven. Es soltera, pero casi todas la madres de mis compañeros tuvieron al menos  un hijo “en soltera”, sino a ellos mismos, a sus hermanos mayores. No sé por qué el ensañamiento con la hermana de Cacho.
-¡Ahí viene la hermana de Cacho, viene con la guagua!
-¡Vení que te hago una guagua!
  Algunos le tiran piedras que no llegan alcanzarla a ella ni a su bebé, pero le pasan cerca.
 Lo miro a Cacho. Claramente no le gusta la situación, esta vez no se está riendo como siempre con las guarangadas de sus amigos, pero no hace nada y no entiendo por qué. Baja apenas la cabeza. Cacho es gigante, con dos manotazos podría voltear a cuatro de los adolescentes enclenques que están intentando lapidar a su hermana. O simplemente mandarlos callar con un solo grito.
 Dejo de tenerle miedo a Cacho en ese momento para pasar a tenerle lástima.


Cuando estamos llegando al pueblo, justo pasando al lado de las primeras alamedas, empieza a soplar un viento agradable que vuela las hojas amarillas y ocres de los álamos.
 Corremos y saltamos tratando de atrapar las hojas. Por un momento siento que somos un grupo de niños y adolescentes normales, o lo que yo entiendo como normales, de los que escriben composiciones sobre días de campo y hacen paseos que no implican apedrear a tu prójimo. Dura poco el momento, lo interrumpe la voz áspera de Carmen detrás de mí.
-¡Ey, jipa!
-¿Por qué me decís jipa, Carmen?
-Porque sos la hija de los hippies.
-¿Por qué le decís hippies a mis padres? ¿Vos sabés que son los hippies?
-Sí, una raza, una raza muy fea.
-En realidad fue un movimiento norteamericano de los  sesenta…-Intento explicarle, pero me interrumpe.
-Jipa, tenés todo manchado de rojo atrás.
Me miro el pantalón con la ilusión de haberme hecho señorita, pero no veo que esté manchado.
-¿Dónde tengo manchado, Carmen?
-Atrás, tenés todo rojo, todo rojo ¿Qué te van a decir tus padres? ¿No te van a cagar matando?
-¿Por qué harían algo así? ¿Porque me vino?
-Si, porque ya no sos virgen.
 Entonces entiendo, en este pueblo infernal al que me trajeron a vivir los hippies roñosos de mis padres, por alguna extraña razón que desconozco; en este inframundo, las criaturas que lo habitan, creen que las tetas crecen sólo cuando alguien las apretujó, que sodomizar a un retardado es gracioso y que la menstruación le viene solo a las chicas que ya tuvieron relaciones sexuales.
 Entiendo también que todavía no me vino. Carmen me mintió porque quiere sonsacarme, que confiese un crimen que no cometí y tal vez verme terminar mis días muerta a pedradas.
 Carmen tiene catorce años y está en quinto grado. Poco antes de cumplir quince, queda embarazada, no llega a cursar sexto grado, no llegará nunca a saber nada sobre contracultura de la década del 60, ni  a hacer la composición tema Un Día de Campo.


jueves, 16 de marzo de 2017

Tiempo Loco (Autor: Teodora Nogués)

Tiempo Loco
(Autor: Teodora Nogués)

 Vamos por la mitad de la primera tanda. Está sonando La Yumba.
 A veces pasa que la conexión entre dos bailarines en una milonga es inmediata. En cuanto los cuerpos entran en contacto, o incluso unos instantes antes, cuando las miradas se encuentran y el varón te invita a bailar con un gesto sutil, se produce una comunión casi sagrada, una santa trinidad de movimientos armoniosos compuesta por él, vos y Osvaldo Pugliese con su orquesta típica, o algún otro inmortal de los que ha dado a luz nuestro bendito suelo argentino.
  Nada de eso está ocurriendo en este momento. El joven que me sacó a bailar con un cabeceo aparatoso sin la más mínima gracia, me da tirones bruscos y rígidos que nada tienen que ver con el ritmo de la música. Avanza hacia mí sin “marcar”, es decir sin ninguna señal que anticipe sus movimientos, por lo que me pisa en cada avance y me hace tropezar en cada retroceso.
-I’m sory- Me dice en cada pisotón.
 Estoy acostumbrada a que supongan que soy extranjera, pero por lo visto, este pibe cree que soy extranjera y estúpida, que vivo acá desde hace bastante tiempo, el suficiente para bailar tango a la perfección, pero que no aprendí ni una palabra de castellano. Me habla con mímica entre tango y tango. Agita las manos delante de su cara y me explica  silabeando lentamente cada palabra:
-Ha ce ca lor.
-Sí, hace un calor de re cagarse- Le contesto marcando mucho la “r”
-¡Ah, sos de acá! Pensé que eras de afuera- Se sorprende.
-¡No, qué de afuera, soy argentina, viejo! ¡Y hace un calor del orto!
-Sí, hace un calor de la concha de la lora.
-Un calor de la reputísima madre de dios.
Ahora nos estamos entendiendo. Esquivo sus pisotones haciendo “lápices” y otros adornos que invento  para sobrellevar el mal momento.
Termina la tanda. Nos despedimos con una reverencia respetuosa.



Los Hermanos de Lola (Autor: Teodora Nogués)

Los Hermanos de Lola
Juli
Un poco de amor era lo único que le pedía, sólo un poco de amor. Fueron muchos años de mendigar cariño sin tener aún las palabras para expresarlo. Y me quedó después  la costumbre de mendigar, de hacer todo por un poco de amor. Yo te hago el asado y un pete al mismo tiempo.
Me dicen que no se puede vivir con rencor, que hace mal, que te enferma ¿Pero, sabés qué? ¡Yo puedo vivir perfectamente con todo mi rencor, hacia él! De hecho fuimos mi hermana y yo las que le pedimos a mamá que por favor le iniciara un juicio por alimentos, que le embargaran el sueldo si era necesario. Mamá no quería, prefería estar tranquila y seguir haciéndose cargo ella sola de nosotras como siempre. Pero yo decía, a papá lo único que parece importarle es la plata. Entonces quería darle donde más le duele.
Todos los sábados lo esperábamos a papá, con nuestras mochilitas hasta que  mamá nos avisaba que “no había podido llegar”, pero nosotras seguíamos esperándolo. Rechazábamos invitaciones a cumpleaños y no hacíamos ningún otro plan para el fin de semana más que esperarlo. A veces llegaba. Entonces nos llevaba a su casa, nos dejaba cuidando a nuestro hermanito, mientras la esposa daba clases de canto en el living y él se iba todo el día. Venía recién a la noche.
 Una de las noches que cenamos en casa de papá, mi hermana no quiso comer porque no le gustaba la tarta de atún. Y yo digo ¿no? Si no me ves casi nunca ¿No podés por una vez malcriarme, cocinarme otra cosa, decirme está bien, no te comas la tarta de atún si no te gusta? Más mi hermana, que nunca fue una nena caprichosa…ella siempre fue tan perfecta…la amo tanto….no era grave, a la piba no le gustaba la tarta de atún.
 Papá, totalmente desbordado, le dijo que era lo que había para comer y punto. Ella dijo que no se la iba a comer, que no le gustaba. Entonces él la mandó a la cama sin cenar y yo por solidaridad me levanté de la mesa y también me fui a la habitación.
Ella lloraba angustiada y yo la consolaba como si  fuera la hermana mayor, en realidad sólo soy un año menor, tampoco es tanta la diferencia de edad.
 Papá entró  gritándole y ella se puso a llorar más fuerte. Yo salté a defenderla. Papá dijo que éramos unas malcriadas que la culpa era de nuestro abuelo. Y cuando osó nombrar al papá de mi mamá, que era como mi padre, con el que vivíamos, el que nos cuidaba cuando ella salía a trabajar, a quien amo con toda mi alma, me puse como loca, a gritarle que de mi abuelo no hablés.
La esposa de mi papá no se metía nunca, pero esta vez entró a la habitación para decirle a papá que se calmara, que nos dejara en paz. Mi hermana empezó a decir que quería irse con mamá. La llamamos y a los diez minutos mi abuelo nos vino a buscar, diez minutos de casa a Ramos Mejía le metió.
 Esa fue la última vez que fuimos a casa de papá. Yo no lo volví a ver ni a él ni a mi hermanito hasta que fui adulta. Nunca pude perdonarle su abandono, tampoco hizo demasiado mérito para ser perdonado.
Mi papá, el que yo llamo papá, es el esposo de mi mamá y padre de mis hermanos menores.


Nati
 Yo hubiera podido perdonarlo, pero quería empezar de cero, olvidarme de todo; y él en su afán de justificarse metía el dedo en la llaga una y otra vez, no haciéndose cargo, responsabilizando a otros de su ausencia.
 Retomé contacto con él varias veces, pero no pude sostenerlo cuando me dijo que su actual pareja estaba embarazada, que él no quería tener hijos, que ella quería y él simplemente le había hecho el favor. Fue muy fuerte, viniendo de alguien que nunca había podido hacerse cargo de sus tres primeros hijos con sus dos primeros matrimonios. Y el detalle de que su actual pareja tuviera mi edad y que él dijera que no estaba seguro de que el hijo que estaba esperando fuera de él, no dejaba de chocarme un poco.
 Dejé de hablarle y él no intentó acercarse ni cuando estuve internada. La pasé muy mal, no sabía que tenía ni cómo controlar mi enfermedad. Creí que me moría, pero ahí estaban los que siempre estuvieron, mi mamá, su esposo,  mis hermanos y abuelos maternos manteniéndome con vida. Mi abuela paterna había muerto hacía tiempo, mi abuelo paterno era un discapacitado afectivo. Una vez le dijo a mi papá que él no había querido tener hijos, que la que quería era la abuela.
 A mi abuelo también dejé de verlo, me hacía mal su indiferencia y la actitud conciliadora de su nueva esposa que no tenía demasiadas luces.
 Me enteré por casualidad de la muerte de mi abuelo un año después de ocurrida.
Cuando le reclamé a mi padre por no haberme avisado, me contestó que madurara, que yo ya no era una nena de quince años, que me hiciera cargo de mis decisiones y que no me preocupara, que en sus últimos días de internación el abuelo había estado tan mal que ni se enteró de que no lo fuimos a ver.
 Lamentablemente, cuando yo estuve internada, sí me enteré de que no  habían venido a verme ni mi abuelo, ni mi papá.
 No tuve la posibilidad de despedirme, de decidir cómo hacer mi duelo, ni de perdonarlo.
Juani
Yo de mi abuelo, sí pude despedirme, porque papá me avisó cuando lo internaron. Una de las últimas veces que fui a su casa a una reunión familiar, me llamó la atención su relación con Lola. La nueva bebé había causado en la familia como una revolución de la alegría. Y mi abuelo, que jamás nos había dado pelota, ni a mí, ni a mis hermanas, ni a mis primos, de pronto era el abuelo ejemplar, totalmente embelesado con mi hermanita.
El detalle de que Lola no se parecía en nada a mi papá, ni a nadie de la familia me parecía una ironía de la vida. Pensar que tal vez la única nieta por la que mi abuelo alguna vez demostró tener sentimientos, no fuera su nieta biológica no dejaba de provocarme cierta gracia.

“El abuelo quiere verte” me dijo papá. Fui al hospital. Estaba muy consumido, hablaba muy bajito
-No puedo más- fueron sus primeras palabras al verme.
-Está bien, abuelo, ya podés irte tranquilo si querés.
-Perdón.
-Está bien.
Me despedí pensado que no pasaba de esa noche, pero no se murió. Le dieron el alta y vivió un año más.
 A papá siempre le tuve miedo. Nunca me pegó, jamás le levantó la mano a mamá, pero era muy violento. Yo quería que papá se fuera de casa, había algo en él que no me gustaba y no podía descifrar qué. Era sombrío, creo que porque le pasaron muchas, perdió laburos, un socio lo cagó, todos los emprendimientos le terminaban saliendo mal.
 Mamá lo bancaba en sus proyectos, poniendo guita de su sueldo, que era bajo, pero estable. “Si a vos te parece que puede andar, dale para adelante” le dijo cuando puso el supermercado. Y anduvo un tiempo hasta que el socio se quedó con la guita y con la llave del local.
 Hubo un tiempo en que viajaba mucho. Eso era una de las cosas que no me cerraba y tardé mucho años en entender que pasaba muchos días fuera de casa, laburando y acostándose con otras minas.
 A mí como que nunca me registró demasiado. Mamá se dio cuenta de que yo era gay desde que empecé a caminar. Papá creo que hasta ahora no lo sabe. Tampoco me dan ganas de contarle, ni eso ni nada.
 Cuando tenía trece años, los niveles de violencia en las peleas de papá y mamá ya eran insoportables. Al parecer no quería separarse por mí, hasta me preguntaron qué pensaba “Yo quiero que se separen y que papá se vaya de casa” les dije y ahí parece que ya no les quedó la excusa de no separarse por el nene.
 Después de separarse, venía cada tanto a verme, pero nuestros encuentros eran como la nada misma, incómodos. La salida era invitarme a almorzar a un bar, nos sentábamos a comer, él sin saber de qué hablarme y yo menos.
 Hasta que no lo quise ver más y él no insistió demasiado.
Reapareció al tiempo, me dijo que quería hablarme de algo “voy a tener una hija” me informó, y quería retomar contacto conmigo. Le dije que estaba bien, pero que me diera tiempo para asimilarlo.
 Quedamos en vernos. El día pactado vino a buscarme, abrí la puerta y estaba con Lola en brazos. Fuimos a almorzar, la misma situación incómoda de antes y a eso sumado…Lola, que todo bien con Lola, es una beba hermosa, pero yo no sentía que tuviera nada que ver conmigo, no podía verla como a una hermana.
 Cuando papá quiso volver a verme, le dije que sí, pero sin Lola, al menos los primeros reencuentros. Me dijo que era imposible, que él no podía no hacerse cargo de su hija, no podía dejarla para venir a almorzar conmigo.
Le dije que todo bien y no nos vimos más.
 Me llamó para avisarme cuando volvieron a internar al abuelo. Me dijo si quería ir a despedirme. Le dije que no, que ya me había despedido de él.



 Autor: Teodora Nogués

miércoles, 15 de febrero de 2017

Excelentes Relaciones Interpersonales

Excelentes Relaciones Interpersonales
(Autor: Teodora Nogués)
1
-Laura, te busca un señor Acuña en el mostrador- Me dijo Guille, y sentí que el corazón me daba una patada y se aceleraba como queriendo salirse de mi pecho.
 Era una reacción frecuente en esos días, pero esta vez fue mucho más fuerte.         Más fuerte que el día que nos hicieron subir al primer piso para escondernos y salir luego por la puerta de emergencia de la sucursal para esquivar las pedradas que siguieron al cantito “chorros chorros chorro, devuelvan los ahorros”. Se veía venir, pero a los empleados no nos permitieron retirarnos antes. Para el momento de las pedradas, nuestro CEO, en cambio, hacía rato que se había retirado de su oficina.
 Más fuerte que cuando en la caminata hacia la Avenida Córdoba,  esa tarde de diciembre con Edu sacándose la corbata y poniéndose el pullover con cuarenta grados de sensación térmica, para que no se le viera la camisa que delataba su condición de empleado bancario al escuchar los gritos de :
-Eh, vos el puto del pulovercito!
 Priscila, la justiciera impulsiva con más sangre caliente en las venas de la oficina, me masculló al oído.
-Ese tipo, lo está molestando a Edu, lo voy a cagar a trompadas.
-Priscila, vos no vas cagar a trompadas a nadie, seguí caminando…
-Tenés razón, Laura, porque si el tipo me la quiere devolver, mejor entro a correr, no?
El tipo en cuestión tenía el tamaño de cuatro Priscilas.
 Caminé hacia el mostrador, mis palpitaciones era cada vez más fuertes.  Sabía que debía haber muchos Acuña en el mundo, pero quería creer que ese señor Acuña que había preguntado por mi era mi padre. Hacía diez años que no lo veía ni sabía donde vivía, ni siquiera si vivía. Por unos minutos, tal vez por la locura de esos días, se me ocurrió pensar que él había tomado la iniciativa de averiguar mi paradero, mi lugar de trabajo y venir a buscarme. Me imaginé abrazándolo.
 El señor que estaba esperándome no era mi padre, y lo que menos me inspiraba eran ganas de abrazarlo. Tampoco se apellidaba Acuña. El mensaje original que le habían pasado a Guille “Hay un señor que busca a Laura Acuña” había sufrido una modificación por un efecto de teléfono descompuesto y había llegado como “Hay un señor Acuña que busca a Laura”.
 Putié internamente a Guille por la inversión del orden de las palabras, que a diferencia de los factores, sí había alterado el producto y mis nervios, mientras le preguntaba con una sonrisa al cliente en qué podía ayudarlo.
 No me respondió, me dio un celular y me dijo que me iban a hablar.
-Hola ¿Ves ese señor que tenés delante?-Era la voz de otro empleado del banco.
-Si, lo estoy viendo-Contesté, no terminando de entender por qué me encontraba en una situación tan ridícula.
 La voz del otro empleado, tan pichi como yo, pero con aires de superioridad, me ordenó que le diera al señor cierta información de su cuenta. Información a la cual yo no tenía acceso. Le dije que se lo iba a pasar a Guille.
-No, no. Atendelo vos porque es urgente, está muy apurado, lo necesita ya.
-Guille está acá y lo va a atender todo lo urgente que pueda.
“Hubiera sido más rápido hacer ese trámite por las vías normales, en vez de jugar al personaje influyente con la payasada del teléfono” pensé, pero no lo dije, porque en ese entonces todavía me sentía en la obligación de cumplir con lo que había puesto en el CV para conseguir  el puesto que ocupaba “Excelentes relaciones interpersonales”, era casi lo único, a mi entender,  que justificaba que yo estuviera allí con mi absoluta inexperiencia bancaria.
-¿Y por qué no lo podés hacer vos?
-Porque la bendita empresa para la que trabajamos vos y yo, se cuida de que cada uno de nosotros tenga información limitada y funcionemos como compartimentos estancos y no podamos hacer chanchullos, porque trabajamos en un sistema basado en la desconfianza,  y porque al ser tan solo un número de legajo…
-Está bién ¡Pasáselo a Guille!
Le pasé el fardo a Guille y corrí al escritorio de Silvita. No teníamos casi nada en común, pero por su historia, tan particular, era el único ser humano que sentía que podía llegar a entender el estado confuso en el que me había dejado la supuesta presencia del señor Acuña.

2

-Silvita, necesito hablar con vos -Me dijo Laura con la voz algo quebrada y me abrazó.
 Sentí sus palpitaciones y me asusté. Por un momento pensé que estaba cayendo en mis brazos otra víctima del stress.
 Todavía me impresionaba la caída en terapia intensiva del oficial de inversiones de nuestra sucursal, como consecuencia del corralito. Ese día  nefasto, se había quedado hasta tarde atendiendo, tenía la información que se había filtrado, el horario exacto del cierre del corralito, pero para cuando terminó de procesar la última operación de extracción, sus propios ahorros de toda la vida, quedaron “acorralados”. Se hacían chistes con que su mujer seguramente  lo habría cagado a pedos al llegar a su casa. Lo que si fue en serio, es que trabajó unos días más soportando los insultos de los ahorristas ( “a ustedes les chupa un huevo porque ya sacaron toda la guita” le había gritado uno), hasta que en un momento colapsó y tuvo que ser internado. Cuando le dieron el alta, ya no era el mismo, hablaba y caminaba con mucha dificultad.
 Pero Laura no parecía afectada por el corralito. Solía bromear con eso “Yo estoy bien, no me quedó nada de plata ni adentro ni afuera del corralito”.
-¿Salimos a almorzar?- Le pregunté sin soltarle el abrazo. Sus palpitaciones bajaron.
-Si, por favor ¿Nos vemos a la una abajo?
-Dale.
 Hacía mucho que no nos tomábamos la hora del almuerzo. Comíamos a las apuradas en nuestros escritorios, o nos juntábamos varios en la salita de reuniones. Pero Laura, si no almorzaba conmigo, salía sola. Dejó de participar de los almuerzos grupales después de un comentario de una de las chicas sobre los manifestantes “esto con los militares no pasaba”. Laura la fulminó con la mirada, pero nadie más que yo se dio cuenta. Nunca más pidió comida con nosotros. Laura no confrontaba, pero tampoco negociaba sus principios.
 Fue lindo volver a tomarnos el tiempo de ir a Chino Central. Era caro, pero pedimos para compartir un plato principal, una entrada, un té de jazmín y uno de rosas. Nos gustaba más el perfume a flores que salía de las tazas que las infusiones en sí. Laura decía que era un negoción, compartir el plato conmigo, porque con mi contextura de mini top model, yo no consumía casi nada. Así me llamaba “la mini top model”,  cuando entré a hacer la pasantía y nadie más que ella me dirigía la palabra.
-¿Qué te pasó, Laurita?
-Nada, Silvi, pero necesito que me cuentes qué sentiste cuando te reencontraste  con tu papá.
 Me tomó por sorpresa su pregunta. Era la única persona de la oficina a la que yo le había hablado de  mi papá. Por alguna razón, había sentido que ella me entendía.
 Yo casi no tenía recuerdos de mi papá, salvo uno de muy chiquita, curiosamente de una vez que me dio una cachetada. De los pocos recuerdos que hubiera podido conservar, ese fue el que dejó la memoria selectiva. Nadie me explicó nunca, por qué no lo podía ver. Un día dejé de preguntar y cuando me preguntaban en la escuela empecé a contestar que estaba muerto.
Y estuvo muerto en mi memoria hasta el día de mi accidente, el día que casi muero yo. No se cuantas vueltas dio mi auto cuando choqué, ni durante cuantas cuadras me persiguieron los chorros a los tiros desde el auto robado. Lo  único que recuerdo es que desperté en el hospital con la columna retorcida por la contractura, sin poder mover el cuello, llorando como una criatura pidiendo por mi papá.
Mi madre a mi lado me contestaba.
-Acá está mamá.
-No, yo quiero a  mi papá, yo quiero a mi papá.
Lloré hasta quedarme dormida. Cuando volví a despertarme, mi decisión estaba tomada y mamá no pudo oponerse. Iba a  reencontrarme con mi papá.
 Tuve varias sesiones de rehabilitación y usé un cuello ortopédico durante bastante tiempo. Mientras tanto mi tía, la hermana de mi papá, organizaba el reencuentro. Mi tía había estado presente siempre. Cuando era chiquita, mi mamá me llevaba a su casa todas las semanas. Supe que mi mamá le había permitido mantener el contacto conmigo con la condición de que no me hablara  nunca de mi papá. Ella aceptó el trato y lo cumplió. Me adoraba y no quería  arriesgarse a perderme. Pero en cambio, mantenía al tanto a mi papá de toda mi vida mandándole cartas y fotos mías.
 Mi papá viajó desde Entre Ríos en cuanto su hermana le dijo que yo quería verlo. Nos encontramos en casa de mi tía. Nos miramos y los ojos se le llenaron de lágrimas. Me abrazó durante un rato largo.
Tuvimos varios encuentros más antes de que se volviera a Entre Ríos. Hablamos mucho.
-Cuando nos separamos, tu mamá me prohibió verte- Intentó justificar en una de nuestras charlas.
-¡Cerrá el orto!-Le contesté-Si hubieras querido, me hubieras visto igual ¿Tan fácil te diste por vencido, loco? Si el día de mañana tengo un hijo, no va a haber fuerza de la naturaleza que me impida estar con él. El tiempo perdido no vuelve. Yo no voy a volver a ser niña nunca más, eso vos te lo perdiste. Por más que intentes justificarlo, eso nadie te lo va a devolver.
 Nunca más volvió a hablarme mal de mi mamá.
 -Lo que sentí al ver a mi papá y al abrazarlo, aunque no recordaba su cara, es que lo conocía de toda la vida-  Le dije a Laura.
-Yo no se si buscar a mi papá. Suponiendo que lo encuentre, que esté vivo…aunque sea eso necesito saber ¿Pero cómo se si voy a querer que esté en mi vida si nunca estuvo? ¿Cómo sigue la historia?
-Sigue como vos quieras, Laura.


3

-¿Dónde vas a pasar navidad, Rubén?-Me preguntó Silvia dejándome la bolsa que traía ayudada por Laura al lado de mi escritorio junto a las otras donaciones.
-En Gualeguay, como siempre, solo que esta vez viajo con mis hijos que quieren conocer a mi padre.
-¿Tus hijos no conocen a su abuelo?- Preguntó Laura.  No parecía sorprendida, pero si conmovida por mis palabras.
Acomodé las bolsas para que no estorbaran el paso de la oficina. Ese año, pese a todo, la recaudación de ropa y juguetes para el hogar, mi hogar venía siendo tan buena como siempre.
-No, no lo conocen. Yo mismo casi no lo conozco. Me enteré hace poco de que vive en una islita poco menos que como un linyera. Seguramente los vecinos deben pensar qué malos somos lo hijos que lo abandonamos al pobre viejo, pero yo sé cuál es la verdad.
-¿Y cuál es la verdad, Rubén?-Preguntó Silvia implacable.
-La verdad es que el viejo nos abandonó a mí y a mis hermanos cuando murió mi mamá. Nos dejó en el hogar para el que les pido donaciones a ustedes todos los años. Es mi forma de devolverle a la institución todo lo que hizo por mí. Viví ahí desde los cuatro años hasta que terminé el secundario. La gente del hogar es mi familia, la responsable de que yo haya podido terminar mis estudios. Gracias al título pude venir a trabajar a Buenos Aires, tener un buen pasar, conocer a la madre de mis hijos. Esa es otra historia, de ella me separé, pero quedé en buenos términos. Me mudé a una casa de distancia, para que mis hijos puedan ir y venir cuando quieran, más allá de los días de visita acordados. Ellos son lo más importante de mi vida. Por ellos me reencontré con mi padre, no por culpa ni nada parecido. Yo no siento que le deba nada. No lo juzgo, no sé por qué fue incapaz de hacerse cargo de nosotros. Que yo sepa, no teníamos grandes apremios económicos que le impidieran criarnos. Solo sé que cuando murió mi mamá, quedé  huérfano de madre y de padre, él dejó de existir. No le guardo rencor, pero tampoco ningún afecto.
 Las chicas me miraron con ternura. Laura parecía tildada.
-¿Y a esta qué le pasa? ¿Se le colgó sistema?- Dije mirando a Silvia.
Silvia sonrío. Se despidieron y me desearon felices fiestas.
Las escuché hablar mientras se alejaban por el pasillo.
-¿Qué vas a hacer, Laurita, lo vas a buscar?
-No se.
-¿Vos qué querés?
-No sé qué quiero.
Ese año pasé por primera vez la navidad con mi padre y mis hijos. Ahora me acompañan todos los años a llevar las donaciones a mi hogar y a pasar unos días con su abuelo. Nunca les hablé mal de él. Ellos lo quieren.
4
-Olvidate de esa rubia, Martín- Le dijeron sus amigos.
 Se lo habían dicho muchas veces. Cada vez que lo veían llorar. No sabían qué otra cosa decirle. Nunca lo habían visto así, de hecho nunca habían visto a ningún hombre sufrir tanto por amor. Pero de eso me enteré mucho después. Martín lloró mucho tiempo, hasta que se resignó a ser mi amigo.
 Nos conocimos en las mejores vacaciones de mi vida, en un hotel de las sierras cordobesas. Mis amigas y yo pegamos onda con su grupo de amigos. Nos juntábamos a charlar y bailar todas las noches, nunca me había reído tanto.
 Una de esas noches nos quedamos los dos solos en el lobby. Estábamos borrachos y nos dimos un beso que apenas recuerdo. El alcohol me había desinhibido, pero también había disminuido mi percepción.
Lo que sí recuerdo, es que al día siguiente, ya sobrios, él quiso volver a besarme y yo no quise saber nada.  Sentía que no había piel ni química entre nosotros.
  Él quiso quedarse en mi vida en el lugar que yo le permitiese. Por suerte quiso quedarse. Tuvimos una amistad entrañable que duró un par de años.
-Olvidate de esa rubia-Le repitieron sus amigos. Pero Martín nunca me olvidó. Ya no lloraba, pero me quería y estaba yendo a mi casa a cuidarme.
 Con la relativa calma que vino después de la vorágine del corralito los empleados del banco pudimos volver a tomarnos nuestra hora de almuerzo. Fue entonces cuando Guille me invitó a comer sushi un mediodía en Puerto Madero. Quedaba bastante lejos de la oficina y al volver me sentí muy mal. El sushi estaba en mal estado. Caí en cama intoxicada.
 Martín vino a cuidarme todos los días.
 Mientras estuve enferma tuve tiempo para pensar mucho. Recordé a mi ex novio, hijo de milicos, hijo también de un camión lleno de re mil putas. Un tipo autoritario, machista y egoísta. Cuando tuve el accidente con el auto, antes de reencontrarme con mi papá, su contención brilló por su ausencia. No vino a la clínica ni una sola vez mientras estuve internada. Todavía estaba haciendo rehabilitación cuando él me exigió que fuéramos al casamiento de su mejor amigo. Lo más loco fue que yo accedí a ir. Era verano. Mi vestidito de fiesta era precioso, el cuello ortopédico me hacía transpirar como una condenada. Y cuando pensé que no podía sentirme más infeliz, él se me aceró y me dijo al oído:
-Silvia, sacate ese cuello ortopédico que te queda horrible.
 El reencuentro con mi padre me decidió a poner fin a mi noviazgo. Decidí que ningún hombre volvería a hacerme sufrir.
 Ese día en que Martín vino a cuidarme, como todos los anteriores desde mi intoxicación, ya me sentía bien, algo débil aún por la pérdida de peso, pero sin nauseas.
 Lo miré. Él me había sostenido el pelo mientras vomitaba, me había ayudado a cambiarme. Caí en la cuenta de que me había visto semidesnuda, flaca y demacrada. Estaba allí, de pie con su metro noventa y cinco,  y yo que apenas pasaba el metro y medio, lo miraba como a un gigante.
 Esta vez lo besé yo. Fue un beso con la química de dos personas que se sienten atraídas por primera vez y la ternura de un amor verdadero.
Fue mi compañero  inseparable desde entonces, en las buenas y en las malas. Y Dios sabe que pasamos malas.
5
-¡Me acarició! No fue una patadita como las otras. Tu hijo me acaba de acariciar la panza por dentro.
-¿Estás llorando, Laura?
-No, nada que ver.
-¡Estás llorando y te estás riendo! ¿Querés que pare en la banquina para que nos abracemos?
-No, no frenes que se hace tarde.
 Tenía miedo de llegar tarde a la oficina, pero a veces pienso que tendríamos que haber frenado y darnos ese abrazo; detener el tiempo en el instante en el que supe que el vínculo entre el ser que estaba en mi útero y el que estaba a mi lado sería indestructible.



6
-¿Viste lo de Videla en la tele?- Me preguntó el gordo, mientras me sostenía amablemente la puerta de la oficina.
-Si, algo vi…lo van a enjuiciar por el robo de bebés…
-¿A vos te parece? Qué barbaridad, ya fue, ya pasaron treinta años, que se dejen de joder, déjenlo vivir tranquilo al  pobre viejito.
Me levanté de un salto de la silla, en realidad no había llegado a sentarme. Estaba cursando casi el octavo mes de embarazo y las nauseas de las primeras semanas todavía seguían. Venía de vomitar del baño, primero en el inodoro y después en el lavatorio cuando me estaba enjuagando la boca. Sentí ganas de vomitar otra vez.
-¿Tu nene tiene once años, no?-Le dije al gordo respirando profundo.
Justo el día anterior lo había traído al trabajo. Era un muchachito hermoso, dulce, de apariencia delicada que en nada se parecía a su padre, el cadete osco, bigotudo y obeso, pero claramente orgulloso de su pequeño retoño.
-Si ¿Por?
-¿Y si te lo hubieran robado de bebé después de torturar y asesinar a su madre? ¿Vos ya habrías dejado de buscarlo? Imaginate si yo te dijera que ya pasaron once años, que te dejes de joder, olvidate de Juancito, Gordo, dejá tranquilo al asesino de su madre ¿Te olvidarías ahora, o dentro de diez, o veinte o treinta años? ¿Te olvidarías de Juancito? ¿Dejarías de buscarlo y de pedir justicia? ¿No te das cuenta de la pelotudez que estás diciendo?
-Bueno…visto así...puede que tengas razón-Balbuceó el gordo. Agarró las cajas que había dejado en el piso para sostenerme la puerta y se fue.
-Lo que me cagué de risa- Me dijo Rubén, que había observado la situación desde su escritorio-Entre el gordo que tiene pocas luces y vos que tenés pocas pulgas, pensé que ibas a  cagarlo a trompadas. Te salía espuma por la boca, Laurita.
 Rubén tenía razón. No sé si era porque la concepción de mi hijo había despertado en mí un nuevo grado de conciencia del mundo que le iba a dejar o una simple revolución hormonal, pero había cosas con las que ya no podía dejar de confrontar.
 Estaba empezando la mejor parte de mi vida, esperaba a mi primer hijo, cosa que me parecía imposible de pensar nueve años atrás; pero no toleraba la perspectiva de tomar solo noventa días de licencia y dejar a mi bebé de 45 días en una guardería, como hacían la mayoría de mis colegas. Algunas le pedían a sus obstetras que les falsificaran la fecha probable de parto y aguantaban trabajar hasta los últimos días previos al parto, para después poder tener más tiempo junto a sus hijos “estirarlo” hasta que tuvieran al menos dos o tres meses.  Las que se tomaban los seis meses adicionales sin goce de sueldo, se veían perjudicadas por el reciente sistema del banco de calificaciones semestrales. El semestre que faltaban recibían una mala calificación de desempeño y si la anterior era mala también, cosa que muchas veces sucedía por la fatiga del embarazo, eran despedidas al volver de su licencia.

7

-¿Te enteraste lo de Laura?- Me preguntó Silvia.
Nos habíamos encontrado de casualidad en la terminal de Retiro esperando el mismo micro  a Entre Ríos con nuestros hijos.
-Si, yo fui el que avisó al banco, la vi ese día. De hecho, le salí de testigo al marido en el juicio que le  hizo a la línea 70
-No sabía que habías sido vos.
 Nos acomodamos en el micro. Mis dos hijos quisieron sentarse juntos y los de ella también.  Silvia se sentó al lado mío.
-Lo que no puedo entender es que nadie más la haya visto ¿Cuántos la conocían en la sucursal?
- Nadie más que yo se acercó al lugar del accidente ese día, nadie del banco, estaban todos muy apurados.
 Yo también estaba apurado esa tarde, iba a encontrarme con mi hijo mayor. Así que me fui temprano de la oficina, mejor dicho, hice la excepción de irme en horario en vez de irme más tarde como siempre. De todas maneras nunca nos pagaron horas extras.
 Al llegar a la esquina, la vi tirada boca abajo sobre la senda peatonal en un charco de sangre. Me acuerdo que me preguntó eso el abogado del colectivero en el juicio, cómo estaba su cuerpo con respecto a la senda peatonal, supongo para ver si había chance de que ella hubiera cruzado mal.
-¿Qué contestaste?
-Que la bloqueaba.
Ella, sin duda,  había cruzado por la senda peatonal con luz verde a su favor. Cuando me acerqué, estaba consciente aunque en estado de shock. Justo la dieron vuelta para acomodarla en la camilla y ahí me di cuenta de que estaba embarazada.
“¿Qué me pasó?”Preguntó mientras se tocaba la panza como corroborando que su bebé estuviera bien.
“Te atropelló un colectivo”Le contestó uno de los camilleros Te estamos llevando al hospital”
  Le pregunté quién era su supervisor directo y le dije que se quedara tranquila, que todo iba a salir bien, que yo iba a avisar al banco. Me estaba yendo y me di cuenta de que no le había preguntado a que familiar llamar. Me quise acercar otra vez, pero la policía no me dejó.
-¿Y el marido cómo se enteró?
Un médico del hospital lo llamó desde el celular de ella.
-¿Llegó a tiempo?
-Creo que no, cuando llegó ya…
En ese punto de la charla, me quebré y no pude seguir. Silvia no me hizo más preguntas.
-Al menos el chico tiene al padre que es un amor
No hablamos mucho más durante el resto del viaje.
Al llegar a Entre Ríos a Silvia le estaba esperando su papá y sus hermanos,
Sus hijos corrieron a abrazar a sus tíos y a su abuelo. Ella abrazó a sus hermanos. Su padre la abrazó a ella con devoción, ella lo saludó fríamente.
8
-Señor, lo busca una señorita Acuña en el mostrador- Me dijo el cadete. Sentí que el corazón me daba una patada y se aceleraba como queriendo salirse de mi pecho.
Caminé hacia el mostrador, mis palpitaciones era cada vez más fuertes. Sabía que debía haber muchas Acuña en el mundo, pero quería creer que esa señorita Acuña que había preguntado por mi era mi hija. Hacía veinte años que no la veía ni sabía donde vivía, ni siquiera si vivía. Por unos minutos, se me ocurrió pensar que ella había tomado la iniciativa de averiguar mi paradero, y venir a buscarme. Me imaginé abrazándola. Pero la chica que estaba esperándome, no era mi hija.
Autor: Teodora Nogués