Día de los
Enamorados
(Autor: Teodora Nogués)
-Yo me enamoro fácil- Dijo él
-Yo me enamoro solo los 14 de febrero- Dijo ella.
“Soy un pelotudo” Pensó él.
“Podría enamorarme de este pelotudo” pensó ella “Si tan solo
se quedara en mi vida hasta el 14 de febrero”.
Él le acababa de contar sus historias de amor más
importantes, incluso la de Mariana, que tenía marcada a fuego desde su
infancia. Mariana siempre rodeada de sus admiradores, con todos los varones del grado detrás suyo,
pero que sólo le daba cabida a cuatro. Él había logrado, con mucho esfuerzo,
ser del grupo de los cuatro, pero relegado al cuarto lugar en importancia. Fue
el último en llegar a semejante elite. Le había tomado la mitad de la primaria,
había llegado a fuerza de ser el mejor alumno, buen compañero, bueno en matemáticas, rápido en hacerle la
tarea a los demás y demás meritocracias que habían logrado paliar en algo su
enorme timidez ¡Le había costado, pero pudo llegar, carajo!
-Tuve mi revancha, ya de adultos, nos volvimos a encontrar
por casualidad. Ella se acababa de divorciar y tuvimos algo.
-¿Y prosperó ese algo?
-No, era difícil. Yo no me animé a dejar a mi novia de ese
entonces. Mariana, por su parte ya tenía tres hijos, se complicaba vernos y además ella…había comido…
Ella estalló en una carcajada.
Él se estremeció. Le gustaba su risa. Fue lo primero que le
llamó la atención cuando la vio por
primera vez rodeada por los otros expositores, admirada por ellos igual que
Mariana por sus compañeritos. Sólo que ella, lejos de relegarlo al cuarto
lugar, lo miró por un instante como si fuera el único hombre sobre la tierra y
lo incluyó en la conversación dándole la espalda a los demás como si hubieran
dejado de existir.
Su risa, su onda, su entorno y su “volumen”, le confesaría
luego, con cierta deformación profesional de escultor, habían bastado para impresionarlo.
-¿Sos soltera?-Se animó a preguntar.
-Si- Respondió ella.
-Te invito a una visita guiada por mi casa/taller, venite el finde.
-Dale.
Él le dio un beso.
Ella le pidió prestada su guitarra.
Cantaron muy bajito sin perder contacto visual en ningún momento, como si
estuvieran conversando.
Le devolvió la guitarra.
-Tocá algo vos.
-Si, pero un intervalo antes-Y le dio otro beso.
Cantaron un rato con pequeños intervalos de besos.
En el último intervalo él la desnudó.
-¡Qué belleza! Sos perfecta ¿Puedo entrar en vos?
Que no se le hubiera abalanzado encima en cuanto llegó a su casa y que aún estando desnuda en su cama no diera por sentado que estaba autorizado a penetrarla, la conmovió más que el halago. La enterneció, además, su ego más bien pequeño y su pija más bien grande. Sobre todo porque, según su experiencia, cuando la combinación era a la inversa, resultaba en un carácter espantoso.
Que no se le hubiera abalanzado encima en cuanto llegó a su casa y que aún estando desnuda en su cama no diera por sentado que estaba autorizado a penetrarla, la conmovió más que el halago. La enterneció, además, su ego más bien pequeño y su pija más bien grande. Sobre todo porque, según su experiencia, cuando la combinación era a la inversa, resultaba en un carácter espantoso.
Mientras ella se vestía y juntaba sus cosas para irse, él
tomó nuevamente la guitarra e improvisó una canción relatando su partida que a
ella le sonó a despedida definitiva con algo de sorna.
-Quiero que seas mi Dulcinea-Cantó él.
-Para personaje literario, prefiero ser la Eulogia de
Inodoro Pereyra.
Sentía ese deseo en serio. Muchos la habían amado,
idealizándola como Dulcinea, pero nadie la había elegido nunca como la
compañera que ella quería ser. Quería un compañero a quién cebarle mate en el rancho al final de la
jornada, no un caballero desquiciado y ausente ocupado en pelear contra molinos
de viento.
Los dos intuyeron que no se volverían a ver, o si, pero ella
había pasado a ser inalcanzable y él a ocupar, como mucho, un segundo, o más bien un cuarto lugar.
Ambos estaban cómodos donde siempre habían estado.
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