lunes, 4 de julio de 2016

A Ver Si La Rata Encara (Otro Cuento de Ciencia Aflicción)



A Ver Si la Rata Encara


(Otro Cuento de Ciencia Aflicción)


En cuanto me sacó a bailar sentí una necesidad intensa de abrazarlo fuerte. No quería pasar otra noche de invierno en soledad. Presioné sus brazos con mis dedos y pegué mi pecho al suyo casi hasta sentir su carne a través de su buzo polar y mi saco de lana. Me volvió el calor al cuerpo y se me fue la angustia que me estaba atormentando desde hacía un tiempo sin razón aparente. Me saqué el abrigo y lo dejé en la silla más cercana a la pista que encontré; él hizo lo mismo. Ya con los brazos desnudos, recuperé algo del pudor que parecía haberse esfumado con el primer baile.
-¿A qué te dedicás?- Me preguntó -¿Bailás y qué más hacés?
-Bailo y en mi tiempo libre trabajo en lo que me gusta.
-Yo también trabajo en lo que me gusta, soy biólogo.
Recuperamos nuestros abrigos y nos fuimos a la barra.
-¿Cómo es tu trabajo de biólogo?
-Podría decirse que… trabajo con ratas.
“Si, tenés medio cara de rata” fue la primera frase que se me vino a la cabeza, pero no se lo dije. En cambio le hice las preguntas menos originales, que supuse habría respondido miles de veces a lo largo de su carrera.
-No, no soy impresionable. Y a la rata no la veo sufrir, porque una vez que le inyecto la anestesia ya no siente nada.


Mientras hablaba, me dediqué a observar en detalle su cara, sus ojos oscuros, lindos, pero fríos, su mirada algo inexpresiva que imaginé analizando ratas torturadas por sus manos que hasta hacía unos instantes había sentido cálidas en mi espalda y mis brazos. Noté que tenía los dientes algo desparejos, los colmillos levemente prominentes, la boca grande, carnosa y una línea oscura que en la penumbra del lugar no podía distinguir qué era, le surcaba todo el labio inferior.
-En algunos ámbitos, lo que te estoy contando podría resultar fascinante, pero no se si este es el ámbito…
Ese no era el ámbito, él no parecía ser una persona habituada al juego de seducción y yo no era la audiencia más indicada. Recordé la rata que hacía unos meses, había aparecido en el inodoro de mi casa una noche de tormenta, recordé la mezcla de asco, impotencia y lástima que sentí por el animal pataleando desesperadamente sobre la loza donde sus garritas resbalaban. Yo no podía hacer nada para evitar el sufrimiento de esa criatura de dios diminuta y repulsiva; más que irme a dormir hasta que se me ocurriera algo más que “me cago en la moraleja de las dos ranitas en el barril de crema, por más que esta rata inmunda patalee, no va a amanecer en una manteca de mierda sólida”. Al amanecer el animalejo seguía pataleando, pero más despacio, con sus patitas cansadas. Tenía que hacer algo. Sobreponiéndome al asco intenté rescatarla con la escobilla. El impulso que le dio el susto, la ayudó a darse vuelta y escapar por la misma cañería por donde había venido. Juraría que antes de huir, me miró agradecida.
El hombre rata me seguía hablando de su trabajo.
-Hay que ver si la rata encara.
-¿Qué significa que la rata encare?
-Que reviva, no perderla. Llegué a hacerles masaje cardíaco Tengo un colega que les mete una jeringa por la garganta para sacarles el líquido en los pulmones y así logró revivir a varias, para que te des una idea, en un ser humano es el equivalente a intubarlo…


Igual no me daba ninguna idea. Lo odié con toda mi alma aunque lo acababa de conocer. Odié con fuerzas renovadas a todos los hombres que alguna vez me habían herido. Pero al recordar mis malos amores, pensé en una característica común a todos ellos…eran buenos tipos, literalmente incapaces de matar ni una mosca, mucho menos de clavarle un bisturí a una rata y sin embargo me habían lastimado, engañando y traicionado con una crueldad aparentemente impropia de su naturaleza.
El odio por el hombre rata se transformó en deseo. Al menos, antes de lastimar a una rata, tenía la deferencia de inyectarles anestesia. Eso era más cuidado del que habían tenido conmigo en mis últimas experiencias amorosas. Casi sentí envidia por las ratas agonizando en sus manos. Imaginé sus manos acariciando todo mi cuerpo con una precisión quirúrgica. Quería pasar mi lengua por sus dientes desparejos, morder sus labios carnosos.
-Yo me voy en taxi ¿Te alcanzo a algún lado?
-Si, al metro bus, pero bailemos un poquito más, por favor, solo un ratito más.
No me inspiraba confianza como para que supiera donde vivía, pero quería sentir el calor de su cuerpo bailando una vez más.
Bailamos, intercambiamos números de teléfono y me acompañó a la parada.


-Vení, estás muerta de frío- me dijo mientras esperábamos, me puso el abrigo sobre los hombros, tomó mis manos y me atrajo hacia él.

Me dio un beso en la boca que yo retribuí muy suavemente, apenas rozándolo. No metí mi lengua entre sus dientes ni mordí sus labios, en parte porque en ese momento vino el colectivo, pero lo que más frenó mi impulso fue que todavía no había podido dilucidar si la línea oscura que surcaba su labio inferior era una mancha de vino, una paspadura que podría dolerle, o un herpes contagioso.

Subí al colectivo con una sensación de plenitud que me duraría mucho tiempo. Había desaparecido mi depresión. Sentí que el hombre rata me había salvado del suicidio.

Miré por la ventanilla, pero solo alcancé a ver su cola desapareciendo por la alcantarilla de la parada del metro bus y por un instante, antes de desaparecer del todo, sus bigotes volvieron a asomar y sus ojos me echaron una mirada fría, pero agradecida.



3 comentarios:

  1. Excelente Teo!!!! Buenísimo!!! Resulta que tenemos una escritora que le hace sombra a la mismísima Graciela Montes!!!1

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  2. Uf, gracias por el piropo, Laura Lingua!

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