jueves, 29 de marzo de 2018

Por Amor a la Cillamor de Teodora Nogués


Por Amor a la Cillamor
(Autora: Teodora Nogués)
-Lo hago por amor al arte- Fue la respuesta de X, cuyo nombre no recuerdo, cuando le pregunté por qué intentaba vendernos fondos de inversión  sin ser oficial de cuentas, siendo que eso no le reportaba ningún beneficio económico
-Lo hace por amor a la cillamor- Me dijo por lo bajo uno de mis compañeros más veteranos.
 Tardé en entender que se refería a su amor por el oficial de cuentas carilindo de la sucursal donde trabajaba antes.
 Había mucha presión para cumplir los objetivos. Los oficiales de cuenta nos pedían a los otros empleados que por favor contratáramos seguros, o que adquiriéramos tarjetas de crédito aunque no las usáramos, total después podíamos darlas de baja, pero a ellos ya se los contabilizan como una venta.
 El amor de X estaba en la misma situación y ella lo ayudaba con eso, para que él no tuviera que arrastrase hasta el centro a rogarnos que invirtiéramos aunque más no fuera en unas pocas cuotaspartes y así contabilizar un alta en su cartera de clientes.
Hasta donde yo sé, el carilindo no se hizo cargo cuando X quedó embarazada de él. Pero son sólo rumores. En ese momento ella trabajaba en otro sector y no éramos amigas como para preguntarle. No seguíamos en contacto.
Pero decían, que X estaba feliz de tener a ese hijo. Era una polvorita, emprendedora, creativa hasta en el trabajo rutinario de oficina, buscando siempre nuevas formas de mejorar los procesos. No se quedaba mucho tiempo en un sector, porque se aburría. Siempre imaginé que sería una madre feliz, aún con el corazón roto, parecía que se llevaba la vida por delante.
-¿No será tuyo? ¿Vos no anduviste por ahí?- Le preguntaron al más pajero de mis compañeros. Aunque sabían que el padre no era él.
-No…a menos que la haya embarazado por la boca.
Le festejaron la gracia de dar a entender que la flamante madre soltera había tragado su semen. Así como le festejaban sus otras gracias: la de tirarse pedos al lado de su compañera de escritorio; o la de ir al baño todos los mediodías tapándose una erección, no se si real o imaginaria, con una revista para mostrar que iba a masturbarse.
Lo que no le festejaban, pero tampoco censuraban era que tocara libidinosamente  los hombros descubiertos de sus compañeras. Lo que sí festejaron, fue la bofetada que le di cuando quiso hacer lo mismo conmigo. Pero el festejo era más por la gracia de que yo tan “tranquilita y pura paz interior” le hubiera zampado esa bofetada que se escuchó en toda la oficina, que por un sentimiento de justicia.
 Hasta ese  ser despreciable, se sentía con derecho de estigmatizar una madre soltera, en pleno estreno del segundo milenio.
 No recuerdo ninguna burla dirigida al oficial carilindo.
 Hace poco  lo “stalkeé”, curiosidad morbosa que me da saber de qué lado de la brecha quedó la gente de mi pasado.
 Por lo que vi, quedó del lado de los anti negros choriplaneros que no quieren agarrar la pala, porque trabajo hay, pasa que quieren trabajos fifi de computadora.
No se identifica con Santiago Maldonado porque él es un trabajador que siempre se ganó la vida decentemente, sin ayuda de nadie, que no anda cortando rutas ni pegánole a gendarmes.
De lindo, no le queda nada, ni la cara, ni el pensamiento.
 Tiene un hijo pequeño, lo mejor que le pasó en la vida, su bebé hermoso  por el que agradece a la virgencita de Luján.
No parece que se haya hecho cargo  de su otro hijo.
No hay lugar en la foto familiar para el hijo fruto de ese amor unilateral, fruto del amor a la cillamor.




martes, 13 de marzo de 2018

Tríptico de la Gringuita de Teodora Nogués



Tríptico de la Gringuita
Sin Fueros
   Acá estoy.
Otra vez toca clase de educación cívica y todavía no me pude aprender de memoria el preámbulo de la constitución: nos los representantes del pueblo de la Nación Argentina, reunidos en congreso general constituyente por voluntad y elección de las provincias que la componen…y de ahí no puedo pasar.
 -Imaginen- nos dice el señor maestro- que sexto grado es la cámara de diputados,  séptimo es la cámara de senadores y yo soy el presidente.
Miro a los tres  alumnos de séptimo que comparten aula y maestro con nosotros. Me los imagino perfectamente, son muy educaditos y formales de guardapolvos impecables, deben ser los únicos no repetidores de la escuela, por eso quedaron solos en esta promoción. A los de sexto no nos imagino para nada como diputados, pero hago el esfuerzo.
-Ustedes conforman el poder legislativo y yo el ejecutivo. Imaginen ahora que uno de sexto trae una propuesta de ley, si todos, o la mayoría de los de sexto está de acuerdo, pasa a los de séptimo. Si los de séptimo la aprueban, me la pasan a mí, que puedo aprobarla o vetarla.
 Dicho así, parece muy sencillo.
 Sexto y séptimo compartimos el aula que da al pasillo que usamos de comedor. Allí tragamos en cinco minutos los guisos y sopas que a la cocinera le lleva toda la mañana preparar. A veces me pregunto qué piensa de nuestras fauces en las que su arte culinario se vuelve efímero, pero nunca la escuché emitir palabra.
 Cocina en un fogón al costado del patio, con la leña que llevamos todas las mañanas. Formamos y tomamos distancia con el leño a nuestros pies; y después de saludar a la bandera, se los dejamos junto a la cacerola gigante donde ya están hirviendo el arroz o los fideos donados por Molinos Río de la Plata que apadrina la escuela.
 Estoy cansada de los fideos tirabuzón que almorzamos casi todos los días, pero me encanta cuando sobra gelatina  y podemos repetir, me recuerda los sábados en casa de la abuela. Sólo que acá, salvo los días que hace frío, es líquida porque no hay heladera.
 Pasando el patio hay una cancha donde los varones juegan al fútbol en la llamada “hora de educación física”, mientras las nenas se pasean del brazo por el patio o miran jugar a los chicos.
  Yo soy de las que miran los partidos. En realidad miro las montañas que están más allá de la cancha. Me imagino que las sobrevuelo todas, que llego volando a Buenos Aires y la abuela me espera con gelatina de frutilla. Sólo en su edificio debe vivir más gente que acá en todo el pueblo.
 A veces juego a la mancha con las nenas de tercero, porque lo de pasearme con las de sexto tomadas del brazo no es una actividad que me atraiga ni a la que esté invitada.
 Me invitaban al principio, cuando recién llegué,  porque les divertía hacerme creer que en la hora de educación física íbamos a tener efectivamente educación física con un profesor que estaba por llegar.
- Es que está llegando tarde.
-Vamos al patio de atrás que se ve el camino a ver si llega.
-Parece que hoy no va a venir.
  Al final entendí que nunca iba a venir, que en realidad nunca había existido.  Y me dediqué a la contemplación de las montañas en casi todos los recreos.
 -Entonces, señor maestro- digo después de levantar la mano y que él me ceda la palabra- si yo, como diputada, presento un proyecto de ley proponiendo que pongan una red de vóley con el patio para que en la hora de educación física las mujeres también podamos jugar a algo, y sexto la aprueba y séptimo también…
-Entonces, yo la veto- me dice divertido- Bueno, ahora imaginen que el poder judicial…
Pero ya no lo escucho.  Por suerte, parece que hoy no nos va a tomar el preámbulo.
Camino los tres kilómetros a casa pensando en la impulsión de las leyes.
-En otra época, por eso  hubieras ido presa- me dice mamá cuando le cuento mi intervención en la clase de hoy.
 Después me propone llevar la idea de, en vez de comprar una red de vóley, para la que evidentemente no hay presupuesto, armemos una con lazos de lana hilada. Casi todas las familias hacen sus propios lazos para enlazar sus cabras y ovejas. Es un insumo fácil de conseguir.
 Pero ya es tarde, mi incipiente carrera política acaba de terminar. No tengo alma de mártir, o tal vez sí, pero una red de vóley no es una causa que me merezca el riesgo de perder mi preciada libertad. Prefiero seguir dedicándome a la contemplación de las montañas.





Sin Voz Ni Voto

¿Cómo llegué hasta aquí?
 Mi hermano era chiquito cuando empezó a frecuentar la casa de la señorita Mariángela que ya era directora de la escuela.
 Yo ya estaba bastante crecida, sino también me hubiera ido a su casa para que medio me adoptara como hizo con mi hermano.
 A él le fue mejor que a mí, aunque los fines de semana, cuando la señorita Mariángela se va a su casa de Amaicha, anda todo el día mamado. Pero al menos anda mejor que yo, creo que por el cariño maternal extra, o mejor dicho el único cariño maternal que recibió en su niñez que fue el de la señorita Mariángela. Porque en mi casa, de eso no había.
 Claro que ahora que él es grande, las malas lenguas insinúan cosas y ella es consciente de eso, es una mujer muy inteligente además de sensible.
Una vez le pregunté si no le importaba.
-Estuvo conmigo casi toda su vida- Me respondió -¿Qué le iba a decir “ahora que sos grande andate y no vengas más a  casa”?.
 No, ella no le soltó la mano; y cuando salió el puesto para portero de la escuela, lo hizo entrar.
 Después salió el de cocinera y maestranza y me hizo entrar a mí, que yo me lo merecía me dijo dulcemente.
Y puede ser, tal sea esta la única vida que merezco. Todos los días igual. Limpiando y cocinando para que en cinco minutos desaparezca en las bocas de estas bestias mi trabajo de toda la mañana.
Todos los días escuchando sus protestas porque mis guisos, dicen, parecen sopa y mis sopas parecen guiso.

Sin Justicia

¿Cómo salgo de aquí?
Suponiendo que quisiera salir. Son treinta años ya, conozco el pasado de los alumnos y de sus padres, por eso conozco el futuro de cada uno de ellos, a veces inevitable. La zamarreé a Carmen hoy, porque ayer faltó a la escuela y la vieron loqueando en lo del chaqueño, pero sé que no tiene remedio, no va a terminar sus estudios. Tiene catorce, a esa edad su mamá quedó embarazada ella. Estaba en quinto grado recién, como ella  ahora y abandonó.
 Llegué a saberme de memoria, los números de documento de todos los alumnos de la escuela. Y hasta el número de calzado, cuando los anotamos para las donaciones de zapatillas.  Y sequé sus lágrimas cuando los números llegaron mal, la derecha de uno y la izquierda de otro.
  El otro día la gringuita me preguntó si nunca tuve marido o novio y por qué. En treinta años como directora aquí, nunca nadie me lo preguntó. Claro, ahora tengo 54 años, me acuerdo cuando una señora de 54 años me parecía una anciana, es lo que yo les parezco a ellos, ni se les ocurre que pueda tener una vida sentimental.
 Le conté una semi verdad, le dije que había tenido un pretendiente que se quería casar conmigo y cuando le dije que no, insistió tanto que tuve pesadillas durante años donde se me aparecía pidiéndome ser mi novio. Le dije que por eso no quise tener novio nunca. Le hablé  de mi ataque de pánico repentino debajo del puente, pero que se lo atribuí a la superstición, por lo que cuentan los chicos que ahí se aparece la luz mala.
 Me iré cuando me jubile, pero por ahora están bien las cosas así. Pasar la semana acá y sólo volver a mi casa de Amaicha los fines de semana, es lo mejor. Mientras siga viviendo papá. Ahora reza el rosario todo el fin de semana, supongo que durante la semana hace lo mismo, ahora que es un viejo decrépito de 94 años reza, claro, pero bien que se las mandó de joven. Ojalá Dios escuche sus oraciones y lo perdone, porque yo no puedo. Ojalá su arrepentimiento sea sincero, pero por las dudas, el fin de semana que invité a la gringuita a casa, le dije ni se le acerque, que es un señor muy malo.
 Bastante con tenerlo yo en mis pesadillas.


sábado, 10 de marzo de 2018

Presentación Personal de Teodora Nogués


Presentación Personal

(Autora: Teodora Nogués)

Yo me crié en un barco. Desde los siete años, hasta pasados los once, viví en un velero de doce metros de eslora.
Conocí toda la costa de Brasil, la Guyana Francesa, la desembocadura del río Amazonas y varias islas del Caribe. Todo esto lo conocí desde el agua y sobre todo conocí el agua, el color azul tinta que tiene el agua cuando estás lejos muy lejos de la tierra; tan hermoso y tan profundo como el miedo cuando estás lejos, muy lejos de la tierra.
 Pero no voy a escribir sobre eso. Porque a mí me gusta escribir sobre gente, no sobre peces; no me interesan los bagres, las tarariras ni las mojarritas que aprendí a reconocer en el Río de la Plata.
No me interesan las tortugas gigantes, las orcas, los tiburones y las manta rayas que vi retozar junto a otras criaturas marinas que jamás había visto,  en la playa más desierta de Isla del Diablo, como en un cuento de hadas japonés. Me dijeron que de un acantilado de  esa isla Papillón saltó al mar, huyendo de la prisión con una bolsa de cocos a modo de balsa, pero no me consta. Yo probé los cocos de la Isla del Diablo para flotar y funcionan bastante bien, pero no sé si tanto como para escapar de los guardias y los tiburones.
  Después de que el barco naufragó en una de las paradisíacas islas del Caribe, viví dos años en un pueblito de 300 habitantes en los Valles Calchaquíes en la provincia de Tucumán, a 4000 metros sobre el nivel del mar. Sobre eso voy a escribir un poquito, pero no tanto, porque 300 personas no es tanta gente.
 Ya escribí algo sobre eso desde un personaje que se llama La Gringuita. La Gringuita soy yo, o una de mis tantas versiones, porque así me apodaban en los Valles Calchaquíes, pero eso queda entre nosotros. Nadie más que ustedes y yo lo saben shhh.
 La gringuita, que soy yo, o eso prende ser ella aunque le falta crecer mucho aún para llegar a ser yo…La Gringuita, decía, viajará durante un par de años más y a los 17 volverá a su Buenos Aires natal.
 Acá dejo de ser la gringuita, o la rubita. A nadie le llama la atención mi color de pelo ni de piel. Salvo cuando me lo teñí de rojo y me apodaron “la colo” un tiempo.
 Acá lo que llama la atención es que me crié en un barco, que crecí en una montaña, que viví en una comunidad wichi.
 Acá aprendí a decir acá en vez de aquí ¿O cómo es que se dice acá: aquí o acá?
Acá o aquí, llama la atención mi acento. Allá y allí también, porque mi acento no es de ningún lado.
 Acá me dicen que vivir en un barco es fantástico, los que no saben lo que es la agonía de marearse siempre en alta mar y no poder bajarse para seguir el viaje caminando.
 Acá me dicen que debería escribir sobre eso. Y voy a escribir, pero no sobre eso.




viernes, 9 de marzo de 2018

Lo Respeto Como Ser Humano de Teodora Nogués


Lo Respeto Como Ser Humano

(Autora: Teodora Nogués)

-Hoy no, gracias-  Me dijo la primera vez que entré a su local de la calle Defensa en el barrio de San Telmo con mi canasta de tortas fritas- Pero volvé a pasar mañana.
 En el fondo sabía por experiencia que el “hoy no” significaba que mañana tampoco, pero igual volví al día siguiente.
-Vení, pasá- Me dijo la segunda vez-¿No querés descansar un rato? Te cebo unos mates.
-Dale y yo te convido unas tortas fritas, son las últimas, ya no las voy a vender.
-No, gracias, no puedo comer harinas.
-Ah, hubiéramos empezado por ahí.
 Nunca supe por qué no podía. Por exceso de peso, seguro que no. Era muy delgada, casi demacrada. Debía tener mi edad, pero me parecía algo mayor que yo.
-Sentate- Insistió- Te deben doler los pies de tanto caminar.
-¿Pero no estás ocupada escribiendo?
-No, ya terminé.
-¿Estabas estudiando?
-No, escribiendo una carta…tengo un amor a distancia, en Alemania. – Puso la carta en un sobre y lo cerró sonriendo
 Yo me acomodé en la silla que me ofreció como quién invita a una amiga de toda la vida.
-¿Lo ves seguido?- Le pregunté.
-Hace dos años que no lo veo, pero estamos más cerca que muchas parejas. Se todo de él. Sé qué sueños recurrentes tiene por las noches y qué hace durante el día. Sé que le gusta tomar el mate con yuyitos y granitos de café. Y él sabe todo de mí. Conoce mi historia, sabe que tengo un hijo y no me juzga por eso.
-¿Y por qué te iba a juzgar por tener un hijo? ¿Cómo lo conociste?
-Hace dos años vino a la Argentina de visita. Yo trabajaba en un local en el tren de la costa. Un día entró, nos pusimos a charlar y me invitó a almorzar. Salimos en mi horario de almuerzo y cuando nos subimos  a la escalera mecánica, me dijo: “así no se bajan las escaleras, se bajan así” y me dio un beso que duró todo el recorrido de las escaleras. No me lo olvido más. Al otro día se volvió a Alemania y desde entonces nos escribimos siempre.
-¿O sea que saliste sólo un día con él?
-Solo unas horas, lo que duró la charla en el local y el almuerzo.
-¿No te dan ganas de ir a Alemania?
-Fui una vez hace un año,  pero no le dije que había ido, porque estábamos en un impás, así que no nos vimos. El estaba en pareja y no quise saber nada. Después se separó, nos volvimos a escribir  y cuando le conté que habíamos estado tan cerca y no nos vimos, se quería matar.
-¿Creés que van a estar juntos algún día?
-Es complicado. Alguna vez soñamos con que yo me vaya a vivir allá. Mi vieja me apoya en eso, me dice que puedo tener un buen futuro en Alemania, pero no puedo.
-¿Por tu hijo?
-No, mi vieja dice que se haría cargo de él. En realidad, siempre se hizo cargo. Vivimos los tres en la misma casa, pero mi vieja se ocupa de todas la cosas de él.
-Pero si te vas, lo extrañarías.
-No, no es eso.
 Seguí pasando por su local a tomar mates para recuperarme del frío de la calle y descansar del silencio de mi departamento al que me acababa de mudar sola hacía unos meses.
 Un día me invitó a su casa. Era un ph, con las habitaciones tipo “chorizo”.
 Estábamos tomando mate en la cocina, cuando llegó su mamá con el nene.
-Hola-  le dije al chico- ¿Así que vos sos el hijo de…
-No le digas así- Me interrumpió ella por lo bajo.
-¿Por qué?
-El cree que soy la hermana.

-¿Además del que vive en Alemania y el padre de tu hijo, tuviste otro novio?- Le pregunté la siguiente vez que fui a tomar mate a su local.
-No, nunca tuve novio. El padre de mi hijo no era mi novio. A mí me violaron. Tenía 16 años y era virgen. Nunca pude estar con nadie, después de eso.  Mi mamá es médica y por ética profesional no quiso que yo abortara. Me pidió que no abortara y me ofreció criar a mi hijo como suyo.
-¿Por eso él no sabe que sos la madre?
-Sabe y no sabe…se da cuenta de que hay algo raro, no es boludo.
-¿Cómo te llevás con él? ¿Cómo hacés para vivir con él?
-Hubo un tiempo en que lo quería matar, era un pibe insoportable, tiene nueve años, pero viste que no es como un nene normal de nueve y además tiene la misma cara de…antes no lo aguantaba.
-¿Y ahora?
-Ahora lo respeto como ser humano.







Tres Cachorritos Machos de Teodora Nogués


Tres Cachorritos Machos

(Autora: Teodora Nogués)

-No soy gay- Les dice mi hijo de siete años a sus compañeros de entrenamiento.
-Sí, sos, gay, porque hiciste así- le contesta su  “atacante”, dando saltos de bailarina clásica.
 Es la primera vez que escucho a mi hijo usar la palabra “gay”. No parece que tenga idea de su significado, aunque cuando mi suegra se casó con su actual mujer, fue él el que les entregó los anillos.
-Escuchame una cosa- Le digo cuando se me acerca a pedirme su agua- Si te vuelven a decir que sos gay, deciles que no tiene nada de malo se gay.
-¿En serio?- Me dice, pero sé que no duda de mí ni por un instante, está en esa edad en que mi palabra todavía es sagrada.
-Claro, la abuela es gay ¿Tiene algo de malo?
-No.
-El tío Alan es gay ¿Tiene algo de malo?
-No.
-Mi amigo Santi es gay ¿Tiene algo de malo?
-No.
 Toma agua y vuelve a la pista de atletismo. Unos minutos después les está explicando a sus compañeros que ser gay no tiene nada de malo, pero no parecen registrarlo.
 Dos mamás vienen a buscar a los chicos. No las conozco, pero ante el pedido de mi hijo, nos invitan a compartir la merienda en la plaza.
 Los chicos juegan, las dos amigas hablan, yo me aburro.
 Una de las mamás cuenta que paga la cuota de socios de River, pero que trae a los chicos a entrenar a Parque Sarmiento porque el entrenador  de handball del club, no tiene las herramientas pedagógicas necesarias y que se lo dijo, porque el otro día su hijo mayor no tocó la pelota en todo el partido. Explica cómo se debe jugar al handball con chicos de esa edad.
 Yo me siento una madre pésima, porque no tengo la más pálida idea de cómo se juega al Handball.
Se acerca el hermanito de los chicos, quejándose porque se manchó las manos con barro, pidiendo que se las limpien.
-No- Le dice la madre- ¡Sacudite así nomás y andá a jugar! ¡Sino tenemos tres putilines!
 Miro al hijo mayor de la mujer experta en handball y en criar cachorros machitos, el que “acusó” a mi hijo de ser gay. Tiene unos diez años. Juega  con la gracia de una bailarina clásica. Me da la impresión de que tal vez, en un futuro no muy lejano, mi hijo va a tener que volver a explicarle que ser gay no tiene nada de malo, que no le haga caso a su madre, que sea feliz.


Contravención Pasional de Teodora Nogués

Contravención Pasional

(Autora: Teodora Nogués)

-¿No tenés un scaner para tomarme las huellas?- Le digo a la milica.
-No, qué vamos a tener, acá no tenemos nada- Me contesta- cada cual se trae su computadora, la silla en la que estás sentado es prestada, el teléfono del que llamaste a tu abogado es el mío.
 Y ahí me entero, pobres canas, no tienen nada, tres milicas haciendo el laburo de oficina.
 Mi abogado me había dicho que negara todo.
-¿Te vieron?
-No, pero hay cámaras.
-No importa, vos negá todo.
  Cuando me llamaron parar declarar, justo estaba con mi hija después de seis meses de no verla. Así que le conté que había estado en cana y lo que había hecho.
-¿Vos te diste cuenta de que había sido yo?-Le pregunté, sin vueltas.
-Si- Me contestó- Al toque- Y hubo un momento de tensión.
 Ella no está acostumbrada a estar conmigo, porque la madre, desde que nos separamos, me impidió el contacto, no respetó el régimen de visitas, me puso trabas, me puso una orden de restricción para que no me acerque a la casa.     
 Pero yo sabía que pasaba todos los días por la plaza a la misma hora camino a la escuela y tomé la decisión, justo unos días antes de la audiencia en la que finalmente, mi abogada iba a pedir que se respetara el régimen de visitas, pero no aguantaba más ¡Seis meses hacía que no veía a la nena!
  A ella le gusta pintar y yo le pongo de todo en la mesa para que se exprese, lápices, témperas, crayones, marcadores. Siempre hace un dibujo muy particular, es un corazón al que le dibuja ojos, boca y piernas de piba.
 Sirvió la estrategia de negar todo, aunque al momento de tomarme las huellas dactilares, todavía tenía manchas rojas frescas en las manos y en la camisa.
-¿Y qué pensaste cuando viste en el monumento de la plaza el grafiti de tu corazón?- Le insistí a mi hija.
-Pensé: ¡papá está vivo, está vivo!

martes, 26 de septiembre de 2017

El Perro Turquesa. Autora: Teodora Nogués. Foto: Marina Martinez

El Perro Turquesa

 Le voy a ser sincero, no tengo un mango para pagarle  al analista, así que necesito contarle mi sueño a alguien.
   Resulta que estoy en mi cama, que no es mi cama, en una casa que no es mi casa…como ocurre siempre en los sueños, así que digamos que estoy en mi cama, para simplificar. En eso, me parece ver a mi gatito, el que se fue hace poco, supongo que a morirse, vio como son los gatos, a diferencia de los perros que vienen a morirse a los pies de sus dueños, los gatos cuando son viejitos, como era el mío y sienten que se van a morir, se van lejos, como para evitarles a uno el mal rato. Cuestión que yo no sé con certeza que mi gato, efectivamente se haya muerto, así que no me llama la atención que aparezca en mi ventana.
 Veo la silueta de lo que parece ser mi gato acercarse, pero resulta ser un perrito hermoso, tipo peluche. Abrazo al animalito que se muestra muy  a gusto conmigo. Veo que tiene una medallita, así que busco mi teléfono móvil para llamar al número que aparece en la medalla. Pero me cuesta mover el brazo, porque lo tengo a upa y está tan lindo y mimoso que no lo quiero molestar. Entonces le pido a mi madre, que no es mi madre (y esto sí tengo que aclararlo, como verá en un rato), que llame ella, que yo le dicto el número. Pero fíjese que también me cuesta leer los números porque cambian como si la medallita del perro fuera un reloj digital con poca pila. Lo que parece ser un cero, de pronto es un ocho, o un tres.
  Salgo al patio para ver mejor, donde está el resto de mi familia, que no es mi familia, con el perrito en brazos y en eso noto que su pelaje es de color turquesa, la cosa más linda que haya visto. Claro, en el sueño me parece totalmente posible que un perro sea de color turquesa, aunque me llame la atención. Aclaro que aunque estoy cada vez más encariñado con ese animal maravilloso, no dudo en ningún momento que hay que devolverlo
  Tampoco me parece raro que el perro traiga, además de correa una cartera. Para mi es obvio que la cartera se le perdió al dueño junto con el perro. Está abierta y alcanzo a ver en su interior varios billetes, uno de quinientos, algunos de cien y otros más chicos.
 Ya veo los números con claridad y se los dicto a mi madre que no es mi madre.
-Avisale que también encontramos su cartera con la plata- le digo cuando logra comunicarse con el dueño del perro.
-Si, ya le digo y ahí le acomodo las cosas de la cartera.
Me contesta mi madre que no es mi madre y vuelvo a aclarar que no es mi madre, porque mi madre, paz descanse, no robaría ni en sueños, ni en los sueños de ella ni en los de otro ¿Me explico? Mi madre era de las que si le daban vuelto de más, lo devolvía, así fuera en un una cadena de supermercados que qué les importa unos pesos de menos, pero ella los devolvía igual. Y yo heredé de ella esa incapacidad de quedarme con un vuelto de más.
-Ya está, ya le acomodé la plata, hay ochenta y cinco pesos.
-¿Cómo ochenta y cinco?- Le grito- ¡Había mucho más!
-Ya está, hijo.
-¡No mamá, esos no son los valores que me inculcaste! ¡Devolvé la plata!
Grito indignado, dolido, porque me siento traicionado por mi madre que no es mi madre y mi familia cómplice que no es mi familia.
 ¿Vio cuando uno trata de gritar en un sueño, pero la voz no le sale y entonces se despierta y le queda como el nudo en la garganta? Bueno, así me desperté hoy.
   Mi santa madre (la de verdad, no la del sueño) decía que Dios, en su infinita misericordia, cuando uno hacía una buena acción en un sueño, se la computaba como una buena acción real; en cambio, si uno cometía un pecado en sueños, no era contado como real. Pero yo no sé si es tan así, por eso que dicen en catequesis de que se puede pecar de palabra, pensamiento y obra ¿Entonces un sueño no valdría lo mismo que el pensamiento?
En ese caso ¿Cómo cuenta mi sueño para el Señor? ¿Cómo buena acción porque intenté devolver la plata? ¿O mala, porque no pude evitar que mi familia se la robara?
    A lo que voy ¿Por qué desde que me desperté, me sigue a todos lados este hermoso perro turquesa? ¿Es un premio o me está persiguiendo para que le devuelva la plata robada a su dueño?


Autora: Teodora Nogués

martes, 16 de mayo de 2017

Yo También (Autor: Teodora Nogués)

Yo También
(Autor: Teodora Nogués)


-Te quiero- Le dije al despedirnos.
-Gracias- Me contestó.
No era la respuesta que quería, pero sí para la que me había preparado. Sólo tenía que caminar hacia la avenida Corrientes para tomar el subte B, con la dignidad propia de los que sufrimos amores no correspondidos, sin mirar atrás, para hacer más fácil la derrota.
 Caminé unos pasos.
-¡Ey!-Me gritó con una sonrisa
-¿Si?- Contesté, ya adivinado en sus labios el tan anhelado "yo también"
-Corrientes está para el otro lado.


martes, 25 de abril de 2017

El Sueño de Tomás (Cuentos de Ciencia Aflicción) Autor: Teodora Nogués

El Sueño de Tomás
(Cuentos de Ciencia Aflicción)
(Autor: Teodora Nogués)
 Tomás
 Hay una pared mojada a punto de derrumbarse.
 Estamos en mi casa, pero no es como mi casa, es como la casa de mi hermano.
 Necesito salir corriendo a ver qué pasa en el edificio, pero no puedo porque no encuentro mi zapato. A Ella le pasa lo mismo, los dos terminamos de vestirnos, pero nos falta un zapato que no aparece, estamos inmovilizados.
 La casa se empieza a llenar de gente, pero no conozco a nadie. Pregunto si alguien es del edificio, para dar con el vecino de la pared contigua.
 Aparece una vieja que me empieza a acosar. Ella se ríe viendo como trato de sacarme a la vieja de encima; le pregunto si no vio mi zapato.
-Ah, si, tu zapato lo vi por ahí- Me contesta, todavía riéndose.
 Siento que hace una eternidad que estoy atrapado por no tener el zapato para salir corriendo. Y ella supo dónde estaba todo el tiempo, ella tenía la solución y no me lo dijo.
Ella
 Siento muchos celos de la vieja que está forcejeando con Tomás. El esfuerzo que hace  para sacársela de encima, nunca lo hará por mí, ni para sacarme de su vida, ni para que me quede.
 La pared se está viniendo abajo. Tomás me pregunta si no vi sus zapatos. Quiero que salga corriendo descalzo conmigo, para que la pared no nos aplaste, pero él insiste y  sé que no puedo obligarlo a obrar como yo quisiera. Veo sus zapatos debajo del sillón que está justo contra la pared que se está cayendo. Si le indico dónde están, va a ir por ellos aunque le cueste la vida.

La Vieja
 Estoy en la casa de mi infancia, pero no es la casa de mi infancia. Me doy cuenta de en realidad estoy en Argentina, porque lo veo a mi nieto en la habitación, pero hay un bombardeo como los que había en mi tierra.
 Una pared está a punto de derrumbarse sobre mi nieto, lo abrazo para protegerlo con mi cuerpo, que no es el de ahora sino el que tenía cuando era joven. De pronto mi nieto no es mi nieto, es su abuelo con la misma apariencia de cuando lo conocí. Lo abrazo, lo acaricio, le digo que lo extraño todos los días desde que partió, pero él me empuja y ya no es más él, es mi nieto que de pronto ya no es mi  nieto, es un joven que no conozco.
La Pared
Siento una humedad que nace de mis cimientos. Me resquebrajo, me voy desmoronado lentamente. Hay mucha gente a mi alrededor, pero es como si estuviera sola. Nadie intenta sostenerme. Todos se alejan y me dejan caer.
El Zapato
Intento no respirar, para que el sonido del aire no me delate. Sé que si él me ve, no tengo escapatoria. De pronto, ella descubre mi escondite, le hago una seña, le suplico con la mirada que no diga nada. Unos instantes después siento las manos de él agarrándome y su pie que me aplasta.
El Hermano
Veo toda mi casa, pero no estoy en mi casa.
 En mi cama veo a Tomás y una mujer desnuda que le besa un hombro antes de levantarse.
Empieza a brotar agua de una pared, entonces Tomás también se levanta. Ambos buscan sus ropas desparramadas por la habitación, el pasillo y el living.
 Ya están vestidos, pero descalzos cuando la pared empieza a desmoronarse.
La mujer le extiende una mano a Tomás y le señala la puerta. Tomás le pregunta por su zapato.
 Ella duda, mira la puerta, mira el sillón y lo señala. Tomás se tira bajo el sillón para agarrar su zapato mientras ella sale corriendo sola.

Veo que la pared se le viene encima a Tomás, intento gritar, pero no sale ningún sonido de mi boca y nadie ve mis movimientos desesperados por salvar a mi hermano, porque en realidad no estoy ahí.

jueves, 13 de abril de 2017

Composición Tema Un Día de Campo (Cuentos de la Gringuita)

Composición Tema Un día de Campo
(Cuentos de la Gringuita)
(Autor: Teodora Nogués)

  El señor maestro está feliz con mi composición. Soy la única que entendió la consigna. Me gusta que le guste, pero siento  un poco de vergüenza, por mí y por él, vergüenza ajena, creo que se llama eso que siento. Porque yo sé escribir como una nena de ciudad y lo que es salir a pasear al campo. No es que haya tenido tantos días de campo en mi vida, pero entiendo el concepto.
Soy la única dentro del aula, que compartimos los doce alumnos de sexto con los tres de séptimo, que nació y vivió en una ciudad. Mis compañeros de grado nunca vieron un edificio ni se lo pueden imaginar. Ninguno de los cincuenta alumnos de mi escuela se lo puede imaginar.
 Una nena de tercero sintió  curiosidad el otro día y me preguntó en el recreo:
-¿Y viste alguna vez un edificio de tres pisos?
- Si, y de más también. Mi abuela vive en un edificio de catorce pisos.
-¡Callate! ¿Existen edificios de catorce pisos?
-Si, en algunas ciudades hay hasta de cien…
-¡Callate!


El señor maestro pasa lista.
-¿Juana Rosa Corregidor?
-Presente, señor maestro.
-¿Tu composición?
-No la hice.
-¿Sos bruta? Sos la peorcita de los Corregidor, tus hermanos no eran así.
 Para Juana Rosa todos los días son un día de campo, pero no de paseo. Ella y su hermano Aníbal que está en quinto, se levantan siempre a las cinco de la mañana, toman unos mates cebados y caminan dos kilómetros para ir al corral donde los Corregidor tienen sus cabras. Vuelven a su casa, se bañan y caminan tres kilómetros hasta  la escuela. Entramos a las ocho. A las diez nos dan mate cocido  y comemos el pan casero que traen los alumnos por turnos. Le toca llevar una horneada a una familia cada semana.
Apenas son las nueve de la mañana, Juan Rosa hace cuatro horas que se levantó, caminó siete kilómetros, llevó a pastorear a sus cabras, todavía no ingirió nada más que unos mates amargos y el señor maestro ya le está preguntando si es bruta porque no escribió la composición tema un día de campo. La compara con sus hermanos mayores que son los que “triunfaron”. La hermana está cursando sus estudios secundarios en San Miguel de Tucumán mientras trabaja cama adentro en una casa de familia. No hay secundaria en el pueblo ni sus alrededores.
El hermano mayor trabaja en una zapatería en Santa María. Lo vi un par de veces cuando vino de visita para las fiestas. Se viste canchero y huele rico.
 Juana Rosa y Aníbal son los que me enseñaron el camino a la escuela y a pelar el maíz en su mortero de piedra. Son los que me prestan su mortero cada vez que en casa (si puede llamarse casa la tapera en la que vivimos de prestado) queremos cocinar un locro. Porque yo tendré muy claro cómo escribir sobre un día de campo, pero mi familia “los hippies” no tiene ni un pedacito de campo donde poner un mortero.
 Comprendo mejor que nadie la expresión “no tener un lugar donde caerse muerto”.  Y no es lo que más me preocupa, el problema de no tener donde caer mientras vivo es lo que me desvela.
 Quiero defender a Juana Rosa, decirle al señor maestro que no es ninguna bruta, que el bruto es él, pero entonces me acuerdo de la última vez que fui a pelar maíz a la casa de los Corregidor. Juana Rosa me recibió cagándose de risa.
-¿Qué pasó, Juana?
-Los hermanos Escobar  violaron al hijo de la vecina.
-No te entiendo.
-Que los hermanos Escobar violaron al hijo de la vecina.
Me cuesta entender lo que dice y quiero creer que lo dice en chiste, aunque no le veo la gracia.
 Detrás de la casa de los Escobar vive una mujer mayor con su único hijo  que tiene un retraso madurativo severo.
 No sé si es verdad lo de la violación.
Me doy cuenta de que yo también creo que Juana Rosa es bruta, pero no por la misma razón que el señor maestro.
No puedo creer nada de lo que se dice dentro y fuera de la escuela. Los chicos dicen cualquier cosa y los no tan chicos también.
 Si voy dejarme llevar por los rumores, a Juana Rosa le crecieron los pechos, porque cacho “se los formó”.  No entiendo mucho de sexualidad, pero sé perfectamente que los pechos crecen con la pubertad, sin ayuda externa de nadie y que Cacho nunca en su vida tocó a una mujer, seguro que nunca vio una teta ni de lejos, tal vez las de su madre si es que fue amamantado, pero lo dudo.
 El sexo para él, pasa por hacer gestos obscenos, secundado por sus amigotes cada vez que el señor maestro sale del aula.
 Cacho está en sexto grado, ya perdió la cuenta de cuantos años repitió. El año que viene va a cumplir 16 y  va a estar en séptimo. De los doce alumnos, sólo vamos a egresar cuatro. La Quela y yo porque supuestamente estamos mejor preparadas que los demás; Cacho y Mingo, porque el señor maestro dice que si repiten otro año más ya les va a tocar el servicio militar y todavía van a estar en la primaria.
Cacho me provoca repulsión y  miedo. Es el más grande de la escuela, no solo de edad sino de tamaño. Dentro del aula es el líder de los varones. Afuera yo creía que también.
 Estamos volviendo de la escuela, de pronto los varones empiezan a gritar:
-¡Ahí viene la hermana de Cacho, la hermana de Cacho!
Viene del pueblo con su bebé en brazos. Una chica muy joven. Es soltera, pero casi todas la madres de mis compañeros tuvieron al menos  un hijo “en soltera”, sino a ellos mismos, a sus hermanos mayores. No sé por qué el ensañamiento con la hermana de Cacho.
-¡Ahí viene la hermana de Cacho, viene con la guagua!
-¡Vení que te hago una guagua!
  Algunos le tiran piedras que no llegan alcanzarla a ella ni a su bebé, pero le pasan cerca.
 Lo miro a Cacho. Claramente no le gusta la situación, esta vez no se está riendo como siempre con las guarangadas de sus amigos, pero no hace nada y no entiendo por qué. Baja apenas la cabeza. Cacho es gigante, con dos manotazos podría voltear a cuatro de los adolescentes enclenques que están intentando lapidar a su hermana. O simplemente mandarlos callar con un solo grito.
 Dejo de tenerle miedo a Cacho en ese momento para pasar a tenerle lástima.


Cuando estamos llegando al pueblo, justo pasando al lado de las primeras alamedas, empieza a soplar un viento agradable que vuela las hojas amarillas y ocres de los álamos.
 Corremos y saltamos tratando de atrapar las hojas. Por un momento siento que somos un grupo de niños y adolescentes normales, o lo que yo entiendo como normales, de los que escriben composiciones sobre días de campo y hacen paseos que no implican apedrear a tu prójimo. Dura poco el momento, lo interrumpe la voz áspera de Carmen detrás de mí.
-¡Ey, jipa!
-¿Por qué me decís jipa, Carmen?
-Porque sos la hija de los hippies.
-¿Por qué le decís hippies a mis padres? ¿Vos sabés que son los hippies?
-Sí, una raza, una raza muy fea.
-En realidad fue un movimiento norteamericano de los  sesenta…-Intento explicarle, pero me interrumpe.
-Jipa, tenés todo manchado de rojo atrás.
Me miro el pantalón con la ilusión de haberme hecho señorita, pero no veo que esté manchado.
-¿Dónde tengo manchado, Carmen?
-Atrás, tenés todo rojo, todo rojo ¿Qué te van a decir tus padres? ¿No te van a cagar matando?
-¿Por qué harían algo así? ¿Porque me vino?
-Si, porque ya no sos virgen.
 Entonces entiendo, en este pueblo infernal al que me trajeron a vivir los hippies roñosos de mis padres, por alguna extraña razón que desconozco; en este inframundo, las criaturas que lo habitan, creen que las tetas crecen sólo cuando alguien las apretujó, que sodomizar a un retardado es gracioso y que la menstruación le viene solo a las chicas que ya tuvieron relaciones sexuales.
 Entiendo también que todavía no me vino. Carmen me mintió porque quiere sonsacarme, que confiese un crimen que no cometí y tal vez verme terminar mis días muerta a pedradas.
 Carmen tiene catorce años y está en quinto grado. Poco antes de cumplir quince, queda embarazada, no llega a cursar sexto grado, no llegará nunca a saber nada sobre contracultura de la década del 60, ni  a hacer la composición tema Un Día de Campo.