lunes, 30 de mayo de 2016

Cuentapropista Precaria

Cuentapropista Precaria

-¡Saliste en la contratapa de La Nación!-Me dijo alguien en la calle.
Me acerqué con mi canasta de títeres al puesto de diarios de Santa Fe y Pueyredón. Unos días antes, una fotógrafa me había pedido permiso para sacarme una foto.
-Tal vez la usen  para algo en el diario donde trabajo, no sé para qué, pero me parece muy pintoresca  esa canasta que llevás llena de títeres…se parecen a vos.
-Es que estamos hechos por la misma persona.                                                                
 Las caritas pintadas en las cabezas de madera eran muy sencillas, pero mi mamá era muy minuciosa en los pequeños detalles que hacían que cada uno tuviera una expresión especial.
Compré el diario imaginando encontrar  algo relacionado con los artistas plásticos, o con el teatro de títeres, o “pintoresco”.
 Ocupando casi media contratapa, la foto me mostraba sonriente, mi piel blanca contrastaba graciosamente con el colorido de los títeres  y estos,  con el título de la nota que rezaba:
“La Mafia de la Venta Ilegal Ambulante”.
 Abajo y bastante más pequeña aparecía la foto de una señora boliviana vendiendo verduras en la calle.
“Cuentapropistas Precarios. Una vida nada fácil, perseguidos por la policía, odiados por los comerciantes y esquilmados por sus explotadores”,  se podía leer al pie de mi foto.

Entré al bar empapada, con el diario húmedo en una mano y el canasto con los títeres protegidos por un cobertor de plástico en la otra.  Esteban y Daniel me esperaban en una mesa junto a la ventana.
-Hola, soy una cuentapropista precaria esquilmada por sus  explotadores- los saludé,  y  al verbalizar mi indignación no pude evitar que me brotaran algunas lágrimas.
-Bueno, amor, eso deja muy mal parada a tu vieja-  Intentó bromear Esteban para consolarme.
-Si, creo que me esquilma, no estoy segura porque no tuve tiempo de buscar en el diccionario el verbo esquilmar. *
-¿Querés tomar algo?
-No tengo un mango, con esta lluvia no pude vender ni un solo títere. Es la tarde más improductiva de mi vida…soy un fracaso hasta como cuentapropista precaria…
-Invito yo, vida ¿Qué querés tomar?
- Una lágrima…
Mientras Esteban llamaba al mozo, saqué una lapicera de mi riñonera y me puse a escribir rápido en una servilleta que luego arrojé sobre la mesa. Pensé en el sinsentido de lo escrito y lo vivido. Quise destruirlo, pero una mano amiga, más precisamente la mano de Daniel, salvó la servilletita de mi furia autodestructiva, como si ya tuviera claro que en ese borrador catártico iba a encontrar las herramientas necesarias para rescatarme del abismo existencial en el que estaba cayendo.

Daniel, yo no lo sabía entonces, pero lo intuía, llegaría a ser un gran pedagogo. Ya era un grande  que se asomaba a la vida de adulto joven  creciendo a pasos agigantados, sin perder la capacidad de asombro y de admiración por sus semejantes.
Estudiaba flauta traversa, tocaba piano y guitarra. Cursaba el profesorado de nivel inicial y en las prácticas probaba la música  que estaba componiendo para un cancionero infantil.  Las canciones que no gustaban a sus pequeños alumnos, quedaban fuera del repertorio.
Hacía arreglos de canciones de Silvio Rodríguez y componía para un coro al que me invitó a cantar. Decliné la invitación porque ya me había comprometido a participar en uno que me había recomendado una amiga, que resultó ser el mismo al que me había invitado Daniel. Acepté que el destino había decidido que  yo cantara sus canciones.
Había publicado un libro de poemas, en cuya presentación me enteré que de chico dirigía, junto con su mejor amigo Ernesto, una revista escolar que llamaron Danesto.  La madre de Ernesto fue quien lo contó; y cuando se le quebró la voz por el llanto, supe que Daniel también conocía el dolor de la pérdida temprana de un ser querido.
Daniel y Esteban se habían conocido en el Regimiento 1 de Patricios. Eran clase 75, la última que hizo el servicio militar obligatorio. Ahí Esteban me presentó a Daniel, en ese espacio castrense totalmente ajeno a su naturaleza.
-¿Vos sos la famosa…?
Con esas primeras palabras me nombraba, me empoderaba, me ubicaba reinante en el corazón de Esteban y en sus conversaciones de músicos conscriptos.

Daniel leyó en voz alta mi servilleta:

“La cuentapropista
En estado precario
Salió a la autopista
A vender un canario.

Yo quisiera uno, 
Pero está lloviendo
Decía la gente 
Y salía corriendo”

-Esto es genial,  es genial ¿Me lo puedo llevar? Le quiero poner música.
Me sequé las lágrimas. Sentí el alma acariciada por las palabras de Daniel que, una vez más, me empoderaban.
Pocos días después, mi canción del canario tenía música y una estrofa agregada por Daniel que hablaba de un cangrejo otario.
El dolor por la precariedad y las ausencias que siguieron a esa tarde lluviosa, se me fueron desarraigando del cuerpo con los años.  La melodía alegre de Daniel, en cambio, viene todavía a rescatarme de las dudas existenciales, cada vez que la necesito, no como respuesta a nada, sino como pregunta transformadora.
Autor: Teodora Nogués.


*nota del traductor: Tengamos en cuenta que la historia transcurre alrededor de 1995. Estos jóvenes conversan en  la mesa de un bar sin ningún smartphone en la mano. Nuestro personaje tendrá que esperar a llegar a su casa para buscar en el diccionario el significado de “esquilmar”. No existe aún el concepto cotidiano de googlear.



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