martes, 25 de abril de 2017

El Sueño de Tomás (Cuentos de Ciencia Aflicción) Autor: Teodora Nogués

El Sueño de Tomás
(Cuentos de Ciencia Aflicción)
(Autor: Teodora Nogués)
 Tomás
 Hay una pared mojada a punto de derrumbarse.
 Estamos en mi casa, pero no es como mi casa, es como la casa de mi hermano.
 Necesito salir corriendo a ver qué pasa en el edificio, pero no puedo porque no encuentro mi zapato. A Ella le pasa lo mismo, los dos terminamos de vestirnos, pero nos falta un zapato que no aparece, estamos inmovilizados.
 La casa se empieza a llenar de gente, pero no conozco a nadie. Pregunto si alguien es del edificio, para dar con el vecino de la pared contigua.
 Aparece una vieja que me empieza a acosar. Ella se ríe viendo como trato de sacarme a la vieja de encima; le pregunto si no vio mi zapato.
-Ah, si, tu zapato lo vi por ahí- Me contesta, todavía riéndose.
 Siento que hace una eternidad que estoy atrapado por no tener el zapato para salir corriendo. Y ella supo dónde estaba todo el tiempo, ella tenía la solución y no me lo dijo.
Ella
 Siento muchos celos de la vieja que está forcejeando con Tomás. El esfuerzo que hace  para sacársela de encima, nunca lo hará por mí, ni para sacarme de su vida, ni para que me quede.
 La pared se está viniendo abajo. Tomás me pregunta si no vi sus zapatos. Quiero que salga corriendo descalzo conmigo, para que la pared no nos aplaste, pero él insiste y  sé que no puedo obligarlo a obrar como yo quisiera. Veo sus zapatos debajo del sillón que está justo contra la pared que se está cayendo. Si le indico dónde están, va a ir por ellos aunque le cueste la vida.

La Vieja
 Estoy en la casa de mi infancia, pero no es la casa de mi infancia. Me doy cuenta de en realidad estoy en Argentina, porque lo veo a mi nieto en la habitación, pero hay un bombardeo como los que había en mi tierra.
 Una pared está a punto de derrumbarse sobre mi nieto, lo abrazo para protegerlo con mi cuerpo, que no es el de ahora sino el que tenía cuando era joven. De pronto mi nieto no es mi nieto, es su abuelo con la misma apariencia de cuando lo conocí. Lo abrazo, lo acaricio, le digo que lo extraño todos los días desde que partió, pero él me empuja y ya no es más él, es mi nieto que de pronto ya no es mi  nieto, es un joven que no conozco.
La Pared
Siento una humedad que nace de mis cimientos. Me resquebrajo, me voy desmoronado lentamente. Hay mucha gente a mi alrededor, pero es como si estuviera sola. Nadie intenta sostenerme. Todos se alejan y me dejan caer.
El Zapato
Intento no respirar, para que el sonido del aire no me delate. Sé que si él me ve, no tengo escapatoria. De pronto, ella descubre mi escondite, le hago una seña, le suplico con la mirada que no diga nada. Unos instantes después siento las manos de él agarrándome y su pie que me aplasta.
El Hermano
Veo toda mi casa, pero no estoy en mi casa.
 En mi cama veo a Tomás y una mujer desnuda que le besa un hombro antes de levantarse.
Empieza a brotar agua de una pared, entonces Tomás también se levanta. Ambos buscan sus ropas desparramadas por la habitación, el pasillo y el living.
 Ya están vestidos, pero descalzos cuando la pared empieza a desmoronarse.
La mujer le extiende una mano a Tomás y le señala la puerta. Tomás le pregunta por su zapato.
 Ella duda, mira la puerta, mira el sillón y lo señala. Tomás se tira bajo el sillón para agarrar su zapato mientras ella sale corriendo sola.

Veo que la pared se le viene encima a Tomás, intento gritar, pero no sale ningún sonido de mi boca y nadie ve mis movimientos desesperados por salvar a mi hermano, porque en realidad no estoy ahí.

jueves, 13 de abril de 2017

Composición Tema Un Día de Campo (Cuentos de la Gringuita)

Composición Tema Un día de Campo
(Cuentos de la Gringuita)
(Autor: Teodora Nogués)

  El señor maestro está feliz con mi composición. Soy la única que entendió la consigna. Me gusta que le guste, pero siento  un poco de vergüenza, por mí y por él, vergüenza ajena, creo que se llama eso que siento. Porque yo sé escribir como una nena de ciudad y lo que es salir a pasear al campo. No es que haya tenido tantos días de campo en mi vida, pero entiendo el concepto.
Soy la única dentro del aula, que compartimos los doce alumnos de sexto con los tres de séptimo, que nació y vivió en una ciudad. Mis compañeros de grado nunca vieron un edificio ni se lo pueden imaginar. Ninguno de los cincuenta alumnos de mi escuela se lo puede imaginar.
 Una nena de tercero sintió  curiosidad el otro día y me preguntó en el recreo:
-¿Y viste alguna vez un edificio de tres pisos?
- Si, y de más también. Mi abuela vive en un edificio de catorce pisos.
-¡Callate! ¿Existen edificios de catorce pisos?
-Si, en algunas ciudades hay hasta de cien…
-¡Callate!


El señor maestro pasa lista.
-¿Juana Rosa Corregidor?
-Presente, señor maestro.
-¿Tu composición?
-No la hice.
-¿Sos bruta? Sos la peorcita de los Corregidor, tus hermanos no eran así.
 Para Juana Rosa todos los días son un día de campo, pero no de paseo. Ella y su hermano Aníbal que está en quinto, se levantan siempre a las cinco de la mañana, toman unos mates cebados y caminan dos kilómetros para ir al corral donde los Corregidor tienen sus cabras. Vuelven a su casa, se bañan y caminan tres kilómetros hasta  la escuela. Entramos a las ocho. A las diez nos dan mate cocido  y comemos el pan casero que traen los alumnos por turnos. Le toca llevar una horneada a una familia cada semana.
Apenas son las nueve de la mañana, Juan Rosa hace cuatro horas que se levantó, caminó siete kilómetros, llevó a pastorear a sus cabras, todavía no ingirió nada más que unos mates amargos y el señor maestro ya le está preguntando si es bruta porque no escribió la composición tema un día de campo. La compara con sus hermanos mayores que son los que “triunfaron”. La hermana está cursando sus estudios secundarios en San Miguel de Tucumán mientras trabaja cama adentro en una casa de familia. No hay secundaria en el pueblo ni sus alrededores.
El hermano mayor trabaja en una zapatería en Santa María. Lo vi un par de veces cuando vino de visita para las fiestas. Se viste canchero y huele rico.
 Juana Rosa y Aníbal son los que me enseñaron el camino a la escuela y a pelar el maíz en su mortero de piedra. Son los que me prestan su mortero cada vez que en casa (si puede llamarse casa la tapera en la que vivimos de prestado) queremos cocinar un locro. Porque yo tendré muy claro cómo escribir sobre un día de campo, pero mi familia “los hippies” no tiene ni un pedacito de campo donde poner un mortero.
 Comprendo mejor que nadie la expresión “no tener un lugar donde caerse muerto”.  Y no es lo que más me preocupa, el problema de no tener donde caer mientras vivo es lo que me desvela.
 Quiero defender a Juana Rosa, decirle al señor maestro que no es ninguna bruta, que el bruto es él, pero entonces me acuerdo de la última vez que fui a pelar maíz a la casa de los Corregidor. Juana Rosa me recibió cagándose de risa.
-¿Qué pasó, Juana?
-Los hermanos Escobar  violaron al hijo de la vecina.
-No te entiendo.
-Que los hermanos Escobar violaron al hijo de la vecina.
Me cuesta entender lo que dice y quiero creer que lo dice en chiste, aunque no le veo la gracia.
 Detrás de la casa de los Escobar vive una mujer mayor con su único hijo  que tiene un retraso madurativo severo.
 No sé si es verdad lo de la violación.
Me doy cuenta de que yo también creo que Juana Rosa es bruta, pero no por la misma razón que el señor maestro.
No puedo creer nada de lo que se dice dentro y fuera de la escuela. Los chicos dicen cualquier cosa y los no tan chicos también.
 Si voy dejarme llevar por los rumores, a Juana Rosa le crecieron los pechos, porque cacho “se los formó”.  No entiendo mucho de sexualidad, pero sé perfectamente que los pechos crecen con la pubertad, sin ayuda externa de nadie y que Cacho nunca en su vida tocó a una mujer, seguro que nunca vio una teta ni de lejos, tal vez las de su madre si es que fue amamantado, pero lo dudo.
 El sexo para él, pasa por hacer gestos obscenos, secundado por sus amigotes cada vez que el señor maestro sale del aula.
 Cacho está en sexto grado, ya perdió la cuenta de cuantos años repitió. El año que viene va a cumplir 16 y  va a estar en séptimo. De los doce alumnos, sólo vamos a egresar cuatro. La Quela y yo porque supuestamente estamos mejor preparadas que los demás; Cacho y Mingo, porque el señor maestro dice que si repiten otro año más ya les va a tocar el servicio militar y todavía van a estar en la primaria.
Cacho me provoca repulsión y  miedo. Es el más grande de la escuela, no solo de edad sino de tamaño. Dentro del aula es el líder de los varones. Afuera yo creía que también.
 Estamos volviendo de la escuela, de pronto los varones empiezan a gritar:
-¡Ahí viene la hermana de Cacho, la hermana de Cacho!
Viene del pueblo con su bebé en brazos. Una chica muy joven. Es soltera, pero casi todas la madres de mis compañeros tuvieron al menos  un hijo “en soltera”, sino a ellos mismos, a sus hermanos mayores. No sé por qué el ensañamiento con la hermana de Cacho.
-¡Ahí viene la hermana de Cacho, viene con la guagua!
-¡Vení que te hago una guagua!
  Algunos le tiran piedras que no llegan alcanzarla a ella ni a su bebé, pero le pasan cerca.
 Lo miro a Cacho. Claramente no le gusta la situación, esta vez no se está riendo como siempre con las guarangadas de sus amigos, pero no hace nada y no entiendo por qué. Baja apenas la cabeza. Cacho es gigante, con dos manotazos podría voltear a cuatro de los adolescentes enclenques que están intentando lapidar a su hermana. O simplemente mandarlos callar con un solo grito.
 Dejo de tenerle miedo a Cacho en ese momento para pasar a tenerle lástima.


Cuando estamos llegando al pueblo, justo pasando al lado de las primeras alamedas, empieza a soplar un viento agradable que vuela las hojas amarillas y ocres de los álamos.
 Corremos y saltamos tratando de atrapar las hojas. Por un momento siento que somos un grupo de niños y adolescentes normales, o lo que yo entiendo como normales, de los que escriben composiciones sobre días de campo y hacen paseos que no implican apedrear a tu prójimo. Dura poco el momento, lo interrumpe la voz áspera de Carmen detrás de mí.
-¡Ey, jipa!
-¿Por qué me decís jipa, Carmen?
-Porque sos la hija de los hippies.
-¿Por qué le decís hippies a mis padres? ¿Vos sabés que son los hippies?
-Sí, una raza, una raza muy fea.
-En realidad fue un movimiento norteamericano de los  sesenta…-Intento explicarle, pero me interrumpe.
-Jipa, tenés todo manchado de rojo atrás.
Me miro el pantalón con la ilusión de haberme hecho señorita, pero no veo que esté manchado.
-¿Dónde tengo manchado, Carmen?
-Atrás, tenés todo rojo, todo rojo ¿Qué te van a decir tus padres? ¿No te van a cagar matando?
-¿Por qué harían algo así? ¿Porque me vino?
-Si, porque ya no sos virgen.
 Entonces entiendo, en este pueblo infernal al que me trajeron a vivir los hippies roñosos de mis padres, por alguna extraña razón que desconozco; en este inframundo, las criaturas que lo habitan, creen que las tetas crecen sólo cuando alguien las apretujó, que sodomizar a un retardado es gracioso y que la menstruación le viene solo a las chicas que ya tuvieron relaciones sexuales.
 Entiendo también que todavía no me vino. Carmen me mintió porque quiere sonsacarme, que confiese un crimen que no cometí y tal vez verme terminar mis días muerta a pedradas.
 Carmen tiene catorce años y está en quinto grado. Poco antes de cumplir quince, queda embarazada, no llega a cursar sexto grado, no llegará nunca a saber nada sobre contracultura de la década del 60, ni  a hacer la composición tema Un Día de Campo.