Los
Hermanos de Lola
Juli
Un poco de amor era lo único
que le pedía, sólo un poco de amor. Fueron muchos años de mendigar cariño sin
tener aún las palabras para expresarlo. Y me quedó después la costumbre de mendigar, de hacer todo por un
poco de amor. Yo te hago el asado y un pete al mismo tiempo.
Me dicen que no se puede
vivir con rencor, que hace mal, que te enferma ¿Pero, sabés qué? ¡Yo puedo
vivir perfectamente con todo mi rencor, hacia él! De hecho fuimos mi hermana y
yo las que le pedimos a mamá que por favor le iniciara un juicio por alimentos,
que le embargaran el sueldo si era necesario. Mamá no quería, prefería estar
tranquila y seguir haciéndose cargo ella sola de nosotras como siempre. Pero yo
decía, a papá lo único que parece importarle es la plata. Entonces quería darle
donde más le duele.
Todos los sábados lo
esperábamos a papá, con nuestras mochilitas hasta que mamá nos avisaba que “no había podido llegar”,
pero nosotras seguíamos esperándolo. Rechazábamos invitaciones a cumpleaños y
no hacíamos ningún otro plan para el fin de semana más que esperarlo. A veces
llegaba. Entonces nos llevaba a su casa, nos dejaba cuidando a nuestro
hermanito, mientras la esposa daba clases de canto en el living y él se iba
todo el día. Venía recién a la noche.
Una de las noches que cenamos en casa de papá,
mi hermana no quiso comer porque no le gustaba la tarta de atún. Y yo digo ¿no?
Si no me ves casi nunca ¿No podés por una vez malcriarme, cocinarme otra cosa,
decirme está bien, no te comas la tarta de atún si no te gusta? Más mi hermana,
que nunca fue una nena caprichosa…ella siempre fue tan perfecta…la amo
tanto….no era grave, a la piba no le gustaba la tarta de atún.
Papá, totalmente desbordado, le dijo que era
lo que había para comer y punto. Ella dijo que no se la iba a comer, que no le
gustaba. Entonces él la mandó a la cama sin cenar y yo por solidaridad me levanté
de la mesa y también me fui a la habitación.
Ella lloraba angustiada y yo
la consolaba como si fuera la hermana
mayor, en realidad sólo soy un año menor, tampoco es tanta la diferencia de
edad.
Papá entró gritándole y ella se puso a llorar más fuerte.
Yo salté a defenderla. Papá dijo que éramos unas malcriadas que la culpa era de
nuestro abuelo. Y cuando osó nombrar al papá de mi mamá, que era como mi padre,
con el que vivíamos, el que nos cuidaba cuando ella salía a trabajar, a quien
amo con toda mi alma, me puse como loca, a gritarle que de mi abuelo no hablés.
La esposa de mi papá no se
metía nunca, pero esta vez entró a la habitación para decirle a papá que se
calmara, que nos dejara en paz. Mi hermana empezó a decir que quería irse con
mamá. La llamamos y a los diez minutos mi abuelo nos vino a buscar, diez
minutos de casa a Ramos Mejía le metió.
Esa fue la última vez que fuimos a casa de
papá. Yo no lo volví a ver ni a él ni a mi hermanito hasta que fui adulta.
Nunca pude perdonarle su abandono, tampoco hizo demasiado mérito para ser
perdonado.
Mi papá, el que yo llamo
papá, es el esposo de mi mamá y padre de mis hermanos menores.
Nati
Yo hubiera podido perdonarlo, pero quería
empezar de cero, olvidarme de todo; y él en su afán de justificarse metía el
dedo en la llaga una y otra vez, no haciéndose cargo, responsabilizando a otros
de su ausencia.
Retomé contacto con él varias veces, pero no
pude sostenerlo cuando me dijo que su actual pareja estaba embarazada, que él
no quería tener hijos, que ella quería y él simplemente le había hecho el
favor. Fue muy fuerte, viniendo de alguien que nunca había podido hacerse cargo
de sus tres primeros hijos con sus dos primeros matrimonios. Y el detalle de
que su actual pareja tuviera mi edad y que él dijera que no estaba seguro de
que el hijo que estaba esperando fuera de él, no dejaba de chocarme un poco.
Dejé de hablarle y él no intentó acercarse ni
cuando estuve internada. La pasé muy mal, no sabía que tenía ni cómo controlar
mi enfermedad. Creí que me moría, pero ahí estaban los que siempre estuvieron,
mi mamá, su esposo, mis hermanos y
abuelos maternos manteniéndome con vida. Mi abuela paterna había muerto hacía
tiempo, mi abuelo paterno era un discapacitado afectivo. Una vez le dijo a mi
papá que él no había querido tener hijos, que la que quería era la abuela.
A mi abuelo también dejé de verlo, me hacía
mal su indiferencia y la actitud conciliadora de su nueva esposa que no tenía
demasiadas luces.
Me enteré por casualidad de la muerte de mi
abuelo un año después de ocurrida.
Cuando le reclamé a mi padre
por no haberme avisado, me contestó que madurara, que yo ya no era una nena de
quince años, que me hiciera cargo de mis decisiones y que no me preocupara, que
en sus últimos días de internación el abuelo había estado tan mal que ni se
enteró de que no lo fuimos a ver.
Lamentablemente, cuando yo estuve internada,
sí me enteré de que no habían venido a
verme ni mi abuelo, ni mi papá.
No tuve la posibilidad de despedirme, de
decidir cómo hacer mi duelo, ni de perdonarlo.
Juani
Yo de mi abuelo, sí pude
despedirme, porque papá me avisó cuando lo internaron. Una de las últimas veces
que fui a su casa a una reunión familiar, me llamó la atención su relación con
Lola. La nueva bebé había causado en la familia como una revolución de la
alegría. Y mi abuelo, que jamás nos había dado pelota, ni a mí, ni a mis
hermanas, ni a mis primos, de pronto era el abuelo ejemplar, totalmente
embelesado con mi hermanita.
El detalle de que Lola no se
parecía en nada a mi papá, ni a nadie de la familia me parecía una ironía de la
vida. Pensar que tal vez la única nieta por la que mi abuelo alguna vez
demostró tener sentimientos, no fuera su nieta biológica no dejaba de
provocarme cierta gracia.
“El abuelo quiere verte” me
dijo papá. Fui al hospital. Estaba muy consumido, hablaba muy bajito
-No puedo más- fueron sus
primeras palabras al verme.
-Está bien, abuelo, ya podés
irte tranquilo si querés.
-Perdón.
-Está bien.
Me despedí pensado que no
pasaba de esa noche, pero no se murió. Le dieron el alta y vivió un año más.
A papá siempre le tuve miedo. Nunca me pegó,
jamás le levantó la mano a mamá, pero era muy violento. Yo quería que papá se
fuera de casa, había algo en él que no me gustaba y no podía descifrar qué. Era
sombrío, creo que porque le pasaron muchas, perdió laburos, un socio lo cagó,
todos los emprendimientos le terminaban saliendo mal.
Mamá lo bancaba en sus proyectos, poniendo
guita de su sueldo, que era bajo, pero estable. “Si a vos te parece que puede
andar, dale para adelante” le dijo cuando puso el supermercado. Y anduvo un
tiempo hasta que el socio se quedó con la guita y con la llave del local.
Hubo un tiempo en que viajaba mucho. Eso era
una de las cosas que no me cerraba y tardé mucho años en entender que pasaba
muchos días fuera de casa, laburando y acostándose con otras minas.
A mí como que nunca me registró demasiado.
Mamá se dio cuenta de que yo era gay desde que empecé a caminar. Papá creo que
hasta ahora no lo sabe. Tampoco me dan ganas de contarle, ni eso ni nada.
Cuando tenía trece años, los niveles de violencia
en las peleas de papá y mamá ya eran insoportables. Al parecer no quería
separarse por mí, hasta me preguntaron qué pensaba “Yo quiero que se separen y
que papá se vaya de casa” les dije y ahí parece que ya no les quedó la excusa
de no separarse por el nene.
Después de separarse, venía cada tanto a
verme, pero nuestros encuentros eran como la nada misma, incómodos. La salida
era invitarme a almorzar a un bar, nos sentábamos a comer, él sin saber de qué
hablarme y yo menos.
Hasta que no lo quise ver más y él no insistió
demasiado.
Reapareció al tiempo, me
dijo que quería hablarme de algo “voy a tener una hija” me informó, y quería
retomar contacto conmigo. Le dije que estaba bien, pero que me diera tiempo
para asimilarlo.
Quedamos en vernos. El día pactado vino a
buscarme, abrí la puerta y estaba con Lola en brazos. Fuimos a almorzar, la
misma situación incómoda de antes y a eso sumado…Lola, que todo bien con Lola,
es una beba hermosa, pero yo no sentía que tuviera nada que ver conmigo, no
podía verla como a una hermana.
Cuando papá quiso volver a verme, le dije que
sí, pero sin Lola, al menos los primeros reencuentros. Me dijo que era
imposible, que él no podía no hacerse cargo de su hija, no podía dejarla para
venir a almorzar conmigo.
Le dije que todo bien y no
nos vimos más.
Me llamó para avisarme cuando volvieron a
internar al abuelo. Me dijo si quería ir a despedirme. Le dije que no, que ya
me había despedido de él.
Autor: Teodora Nogués