jueves, 16 de marzo de 2017

Tiempo Loco (Autor: Teodora Nogués)

Tiempo Loco
(Autor: Teodora Nogués)

 Vamos por la mitad de la primera tanda. Está sonando La Yumba.
 A veces pasa que la conexión entre dos bailarines en una milonga es inmediata. En cuanto los cuerpos entran en contacto, o incluso unos instantes antes, cuando las miradas se encuentran y el varón te invita a bailar con un gesto sutil, se produce una comunión casi sagrada, una santa trinidad de movimientos armoniosos compuesta por él, vos y Osvaldo Pugliese con su orquesta típica, o algún otro inmortal de los que ha dado a luz nuestro bendito suelo argentino.
  Nada de eso está ocurriendo en este momento. El joven que me sacó a bailar con un cabeceo aparatoso sin la más mínima gracia, me da tirones bruscos y rígidos que nada tienen que ver con el ritmo de la música. Avanza hacia mí sin “marcar”, es decir sin ninguna señal que anticipe sus movimientos, por lo que me pisa en cada avance y me hace tropezar en cada retroceso.
-I’m sory- Me dice en cada pisotón.
 Estoy acostumbrada a que supongan que soy extranjera, pero por lo visto, este pibe cree que soy extranjera y estúpida, que vivo acá desde hace bastante tiempo, el suficiente para bailar tango a la perfección, pero que no aprendí ni una palabra de castellano. Me habla con mímica entre tango y tango. Agita las manos delante de su cara y me explica  silabeando lentamente cada palabra:
-Ha ce ca lor.
-Sí, hace un calor de re cagarse- Le contesto marcando mucho la “r”
-¡Ah, sos de acá! Pensé que eras de afuera- Se sorprende.
-¡No, qué de afuera, soy argentina, viejo! ¡Y hace un calor del orto!
-Sí, hace un calor de la concha de la lora.
-Un calor de la reputísima madre de dios.
Ahora nos estamos entendiendo. Esquivo sus pisotones haciendo “lápices” y otros adornos que invento  para sobrellevar el mal momento.
Termina la tanda. Nos despedimos con una reverencia respetuosa.



Los Hermanos de Lola (Autor: Teodora Nogués)

Los Hermanos de Lola
Juli
Un poco de amor era lo único que le pedía, sólo un poco de amor. Fueron muchos años de mendigar cariño sin tener aún las palabras para expresarlo. Y me quedó después  la costumbre de mendigar, de hacer todo por un poco de amor. Yo te hago el asado y un pete al mismo tiempo.
Me dicen que no se puede vivir con rencor, que hace mal, que te enferma ¿Pero, sabés qué? ¡Yo puedo vivir perfectamente con todo mi rencor, hacia él! De hecho fuimos mi hermana y yo las que le pedimos a mamá que por favor le iniciara un juicio por alimentos, que le embargaran el sueldo si era necesario. Mamá no quería, prefería estar tranquila y seguir haciéndose cargo ella sola de nosotras como siempre. Pero yo decía, a papá lo único que parece importarle es la plata. Entonces quería darle donde más le duele.
Todos los sábados lo esperábamos a papá, con nuestras mochilitas hasta que  mamá nos avisaba que “no había podido llegar”, pero nosotras seguíamos esperándolo. Rechazábamos invitaciones a cumpleaños y no hacíamos ningún otro plan para el fin de semana más que esperarlo. A veces llegaba. Entonces nos llevaba a su casa, nos dejaba cuidando a nuestro hermanito, mientras la esposa daba clases de canto en el living y él se iba todo el día. Venía recién a la noche.
 Una de las noches que cenamos en casa de papá, mi hermana no quiso comer porque no le gustaba la tarta de atún. Y yo digo ¿no? Si no me ves casi nunca ¿No podés por una vez malcriarme, cocinarme otra cosa, decirme está bien, no te comas la tarta de atún si no te gusta? Más mi hermana, que nunca fue una nena caprichosa…ella siempre fue tan perfecta…la amo tanto….no era grave, a la piba no le gustaba la tarta de atún.
 Papá, totalmente desbordado, le dijo que era lo que había para comer y punto. Ella dijo que no se la iba a comer, que no le gustaba. Entonces él la mandó a la cama sin cenar y yo por solidaridad me levanté de la mesa y también me fui a la habitación.
Ella lloraba angustiada y yo la consolaba como si  fuera la hermana mayor, en realidad sólo soy un año menor, tampoco es tanta la diferencia de edad.
 Papá entró  gritándole y ella se puso a llorar más fuerte. Yo salté a defenderla. Papá dijo que éramos unas malcriadas que la culpa era de nuestro abuelo. Y cuando osó nombrar al papá de mi mamá, que era como mi padre, con el que vivíamos, el que nos cuidaba cuando ella salía a trabajar, a quien amo con toda mi alma, me puse como loca, a gritarle que de mi abuelo no hablés.
La esposa de mi papá no se metía nunca, pero esta vez entró a la habitación para decirle a papá que se calmara, que nos dejara en paz. Mi hermana empezó a decir que quería irse con mamá. La llamamos y a los diez minutos mi abuelo nos vino a buscar, diez minutos de casa a Ramos Mejía le metió.
 Esa fue la última vez que fuimos a casa de papá. Yo no lo volví a ver ni a él ni a mi hermanito hasta que fui adulta. Nunca pude perdonarle su abandono, tampoco hizo demasiado mérito para ser perdonado.
Mi papá, el que yo llamo papá, es el esposo de mi mamá y padre de mis hermanos menores.


Nati
 Yo hubiera podido perdonarlo, pero quería empezar de cero, olvidarme de todo; y él en su afán de justificarse metía el dedo en la llaga una y otra vez, no haciéndose cargo, responsabilizando a otros de su ausencia.
 Retomé contacto con él varias veces, pero no pude sostenerlo cuando me dijo que su actual pareja estaba embarazada, que él no quería tener hijos, que ella quería y él simplemente le había hecho el favor. Fue muy fuerte, viniendo de alguien que nunca había podido hacerse cargo de sus tres primeros hijos con sus dos primeros matrimonios. Y el detalle de que su actual pareja tuviera mi edad y que él dijera que no estaba seguro de que el hijo que estaba esperando fuera de él, no dejaba de chocarme un poco.
 Dejé de hablarle y él no intentó acercarse ni cuando estuve internada. La pasé muy mal, no sabía que tenía ni cómo controlar mi enfermedad. Creí que me moría, pero ahí estaban los que siempre estuvieron, mi mamá, su esposo,  mis hermanos y abuelos maternos manteniéndome con vida. Mi abuela paterna había muerto hacía tiempo, mi abuelo paterno era un discapacitado afectivo. Una vez le dijo a mi papá que él no había querido tener hijos, que la que quería era la abuela.
 A mi abuelo también dejé de verlo, me hacía mal su indiferencia y la actitud conciliadora de su nueva esposa que no tenía demasiadas luces.
 Me enteré por casualidad de la muerte de mi abuelo un año después de ocurrida.
Cuando le reclamé a mi padre por no haberme avisado, me contestó que madurara, que yo ya no era una nena de quince años, que me hiciera cargo de mis decisiones y que no me preocupara, que en sus últimos días de internación el abuelo había estado tan mal que ni se enteró de que no lo fuimos a ver.
 Lamentablemente, cuando yo estuve internada, sí me enteré de que no  habían venido a verme ni mi abuelo, ni mi papá.
 No tuve la posibilidad de despedirme, de decidir cómo hacer mi duelo, ni de perdonarlo.
Juani
Yo de mi abuelo, sí pude despedirme, porque papá me avisó cuando lo internaron. Una de las últimas veces que fui a su casa a una reunión familiar, me llamó la atención su relación con Lola. La nueva bebé había causado en la familia como una revolución de la alegría. Y mi abuelo, que jamás nos había dado pelota, ni a mí, ni a mis hermanas, ni a mis primos, de pronto era el abuelo ejemplar, totalmente embelesado con mi hermanita.
El detalle de que Lola no se parecía en nada a mi papá, ni a nadie de la familia me parecía una ironía de la vida. Pensar que tal vez la única nieta por la que mi abuelo alguna vez demostró tener sentimientos, no fuera su nieta biológica no dejaba de provocarme cierta gracia.

“El abuelo quiere verte” me dijo papá. Fui al hospital. Estaba muy consumido, hablaba muy bajito
-No puedo más- fueron sus primeras palabras al verme.
-Está bien, abuelo, ya podés irte tranquilo si querés.
-Perdón.
-Está bien.
Me despedí pensado que no pasaba de esa noche, pero no se murió. Le dieron el alta y vivió un año más.
 A papá siempre le tuve miedo. Nunca me pegó, jamás le levantó la mano a mamá, pero era muy violento. Yo quería que papá se fuera de casa, había algo en él que no me gustaba y no podía descifrar qué. Era sombrío, creo que porque le pasaron muchas, perdió laburos, un socio lo cagó, todos los emprendimientos le terminaban saliendo mal.
 Mamá lo bancaba en sus proyectos, poniendo guita de su sueldo, que era bajo, pero estable. “Si a vos te parece que puede andar, dale para adelante” le dijo cuando puso el supermercado. Y anduvo un tiempo hasta que el socio se quedó con la guita y con la llave del local.
 Hubo un tiempo en que viajaba mucho. Eso era una de las cosas que no me cerraba y tardé mucho años en entender que pasaba muchos días fuera de casa, laburando y acostándose con otras minas.
 A mí como que nunca me registró demasiado. Mamá se dio cuenta de que yo era gay desde que empecé a caminar. Papá creo que hasta ahora no lo sabe. Tampoco me dan ganas de contarle, ni eso ni nada.
 Cuando tenía trece años, los niveles de violencia en las peleas de papá y mamá ya eran insoportables. Al parecer no quería separarse por mí, hasta me preguntaron qué pensaba “Yo quiero que se separen y que papá se vaya de casa” les dije y ahí parece que ya no les quedó la excusa de no separarse por el nene.
 Después de separarse, venía cada tanto a verme, pero nuestros encuentros eran como la nada misma, incómodos. La salida era invitarme a almorzar a un bar, nos sentábamos a comer, él sin saber de qué hablarme y yo menos.
 Hasta que no lo quise ver más y él no insistió demasiado.
Reapareció al tiempo, me dijo que quería hablarme de algo “voy a tener una hija” me informó, y quería retomar contacto conmigo. Le dije que estaba bien, pero que me diera tiempo para asimilarlo.
 Quedamos en vernos. El día pactado vino a buscarme, abrí la puerta y estaba con Lola en brazos. Fuimos a almorzar, la misma situación incómoda de antes y a eso sumado…Lola, que todo bien con Lola, es una beba hermosa, pero yo no sentía que tuviera nada que ver conmigo, no podía verla como a una hermana.
 Cuando papá quiso volver a verme, le dije que sí, pero sin Lola, al menos los primeros reencuentros. Me dijo que era imposible, que él no podía no hacerse cargo de su hija, no podía dejarla para venir a almorzar conmigo.
Le dije que todo bien y no nos vimos más.
 Me llamó para avisarme cuando volvieron a internar al abuelo. Me dijo si quería ir a despedirme. Le dije que no, que ya me había despedido de él.



 Autor: Teodora Nogués