martes, 7 de junio de 2016


Capitulo final
Yolanda vagabundea por las esquinas, conn el bigote crecido y las piernas enfundadas en panties de red. No parece inofensiva, por qué mentir, no lo es. Le gusta bailar, los días de sol y rescatar animalitos, ha pensado seriamente hacerse vegana. Tiene el cabello rojo, ondulado y la tez blanca como la de un cadaver.
Ella tampoco entiende por qué está ahí,en algún momento la única forma de ser ella era serlo en la parte más vil de la ciudad. Fuma mucho, no siente frío pero está cansada. Camina chueca con los tacones, ella definitivamente prefiere las botas.

Yolanda tiembla esperando el bondi , esta amaneciendo, un aroma a churros le abre el apetito y se prende otro pucho.
A una cuadra entre la neblina y los faroles de mercurio un muchacho joven se acerca caminando con una bici que tiene pinchada la rueda. Él la saluda, ella no sabe que sentir, le pregunta qué pasó, él niega con la cabeza mientras arrodillado en la vereda mojada y fría desarma las partes de su vehículo.
Se sientan juntos, van rumbo a tigre. Yolanda deja de temblar aún cuando atraviesa la ventanilla un viento helado, respira profundo. El muchacho abre un libro de Cortazar, ella lo mira por sobre su hombro y le comenta que leyó esa misma obra unas 10 veces.
Finalmente, intrigada por la naturaleza del muchacho, este – que adivina- responde. Tiene una isla, durante el verano es hospedaje pero este invierno están haciendo trabajo colectivo para armar la huerta y ayudando a los guardaparques, es temporada de cazadores furtivos- termina la frase y sus ojos se opacan, su mente ha volado a otros pensamientos más oscuros. Ella pregunta entusiasmada si puede ir, el muchacho sonrrie y asiente con la cabeza, el sol que se refracta en el cristal tiñe de colores sus rulos.
Yolanda no volverá a su casa esa mañana y tal vez no vuelva a esa esquina nunca más. Suben a la lancha colectivo y por primera vez Yolanda huele el río.

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