Tiempo
Loco
(Autor: Teodora Nogués)
Vamos por la mitad de la primera tanda. Está
sonando La Yumba.
A veces pasa que la conexión entre dos
bailarines en una milonga es inmediata. En cuanto los cuerpos entran en
contacto, o incluso unos instantes antes, cuando las miradas se encuentran y el
varón te invita a bailar con un gesto sutil, se produce una comunión casi
sagrada, una santa trinidad de movimientos armoniosos compuesta por él, vos y
Osvaldo Pugliese con su orquesta típica, o algún otro inmortal de los que ha dado
a luz nuestro bendito suelo argentino.
Nada de
eso está ocurriendo en este momento. El joven que me sacó a bailar con un
cabeceo aparatoso sin la más mínima gracia, me da tirones bruscos y rígidos que
nada tienen que ver con el ritmo de la música. Avanza hacia mí sin “marcar”, es
decir sin ninguna señal que anticipe sus movimientos, por lo que me pisa en
cada avance y me hace tropezar en cada retroceso.
-I’m sory- Me dice en cada
pisotón.
Estoy acostumbrada a que supongan que soy
extranjera, pero por lo visto, este pibe cree que soy extranjera y estúpida,
que vivo acá desde hace bastante tiempo, el suficiente para bailar tango a la
perfección, pero que no aprendí ni una palabra de castellano. Me habla con
mímica entre tango y tango. Agita las manos delante de su cara y me
explica silabeando lentamente cada
palabra:
-Ha ce ca lor.
-Sí,
hace un calor de re cagarse- Le contesto marcando mucho la “r”
-¡Ah,
sos de acá! Pensé que eras de afuera- Se sorprende.
-¡No,
qué de afuera, soy argentina, viejo! ¡Y hace un calor del orto!
-Sí,
hace un calor de la concha de la lora.
-Un
calor de la reputísima madre de dios.
Ahora
nos estamos entendiendo. Esquivo sus pisotones haciendo “lápices” y otros adornos
que invento para sobrellevar el mal
momento.
Termina
la tanda. Nos despedimos con una reverencia respetuosa.
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