La Gringuita y el Hombre en
Llamas
(Cuentos de la Gringuita)
Autor: Teodora Nogués
La gringuita acaba de decidir dejar de creer
en Dios y en los hombres; dejar de rezar todas las noches pidiendo alivio al
dolor de su alma y dejar de tratarse con
el supuesto médico naturista esperando alivio al dolor de su rodilla
infectada.
¿Qué caso tiene? Ambos dolores persisten.
Además esa tarde el médico intentó incumplir
el trato: ella sólo se desnudaría para entrar en el sauna natural,
armado por el médico, si estaba presente la señora.
—Va
a volver más tarde hoy, pero no te preocupes ¿Sabés cuantos cuerpos desnudos vi
en mi vida?
—No
me importa, la espero.
Su cuerpo no fue visto desnudo ni por su
primer amor, el que prometió esperarla hasta que creciera un poco más, hasta
que se cansó de esperar y procedió a desnudar a otra dejándola embarazada ( o
tal vez ya venía embarazada y le enchufó el crío, como rumoreaban en el
pueblo). Su cuerpo no fue visto desnudo por el hombre por el que todavía llora
todas las noches en secreto. ¿Mirá si va dejar que sea visto por este médico
chanta de mirada lasciva?
Finalmente la señora del médico llegó. La
gringuita tomó el baño de vapor con hierbas medicinales que supuestamente
purificará su sangre y hará que la lesión (esa que le salió en los Valles
Calchaquíes y se le infectó al mudarse a la tropical Yacuiba, en pleno Chaco
Boliviano) se termine de curar.
Tiene un aroma a plantas aromáticas en el
pelo todavía húmedo. Ya se está haciendo de noche y en el patio de tierra
apisonada de la casa del médico se siente fresco.
Se prepara para irse, pero un ruido detrás
del muro que da a la calle le hace dudar al ponerse el poncho. El ruido es de
una explosión. La gringuita se pone el poncho, se lo saca, y se lo vuelve a
poner.
Se ve una llamarada detrás del muro.
Se escucha un grito desgarrador.
Un hombre envuelto en llamas salta el muro y
cae en el patio. Tiene toda la ropa y gran parte de la piel quemada. De los
restos de lo que parece haber sido una campera sintética brota un fuego
implacable que se extiende por todo el cuerpo de la víctima, devorándole la
piel.
La gringuita, con una rapidez de reflejos
que a ella misma le sorprende, se saca el poncho y cubre con él al hombre,
apagando el fuego.
—¡Llévenme
al hospital, no sean malitos, no sean malitos! —Grita el hombre como un
niño.
Alguien que viene de la calle y paró un
taxi, le dice que se suba al auto, que lo van a llevar al hospital.
La esposa del médico está paralizada. El
médico no está. Reaparece un rato después cuando ya no hay una emergencia
médica que atender en su propio patio. Pareciera que los cuerpos quemados en su
haber no son tantos, como los cuerpos desnudos de adolescentes vírgenes.
La gringuita vuelve a su casa.
Dobla con cariño el poncho salvador,
acaricia la mancha de tela sintética derretida, pegada para siempre en la lana
tejida a telar.
Piensa en la nobleza del material de su
prenda de vestir favorita, mientras le cuenta a su madre lo ocurrido.
Al rato llega su padre, que a su vez cuenta
que un vecino le contó, que le contó otro que estaba de guardia en el hospital
a donde llevaron al hombre quemado, que no lo quisieron atender porque no tenía
cobertura médica. Tuvo que esperar bastante papeleo antes de recibir las
primeras curaciones y finalmente fue derivado a alguna clínica de La Paz.
La gringuita decide seguir creyendo en Dios
un tiempo más. Lo necesita para rezar por el hombre desconocido, para rogar que
se cure, que no le duelan tanto las quemaduras y las injusticias.
Duramente hermoso!!!
ResponderEliminarGracias, Laura!
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