Mostrando entradas con la etiqueta La Gringuita. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta La Gringuita. Mostrar todas las entradas

martes, 13 de marzo de 2018

Tríptico de la Gringuita de Teodora Nogués



Tríptico de la Gringuita
Sin Fueros
   Acá estoy.
Otra vez toca clase de educación cívica y todavía no me pude aprender de memoria el preámbulo de la constitución: nos los representantes del pueblo de la Nación Argentina, reunidos en congreso general constituyente por voluntad y elección de las provincias que la componen…y de ahí no puedo pasar.
 -Imaginen- nos dice el señor maestro- que sexto grado es la cámara de diputados,  séptimo es la cámara de senadores y yo soy el presidente.
Miro a los tres  alumnos de séptimo que comparten aula y maestro con nosotros. Me los imagino perfectamente, son muy educaditos y formales de guardapolvos impecables, deben ser los únicos no repetidores de la escuela, por eso quedaron solos en esta promoción. A los de sexto no nos imagino para nada como diputados, pero hago el esfuerzo.
-Ustedes conforman el poder legislativo y yo el ejecutivo. Imaginen ahora que uno de sexto trae una propuesta de ley, si todos, o la mayoría de los de sexto está de acuerdo, pasa a los de séptimo. Si los de séptimo la aprueban, me la pasan a mí, que puedo aprobarla o vetarla.
 Dicho así, parece muy sencillo.
 Sexto y séptimo compartimos el aula que da al pasillo que usamos de comedor. Allí tragamos en cinco minutos los guisos y sopas que a la cocinera le lleva toda la mañana preparar. A veces me pregunto qué piensa de nuestras fauces en las que su arte culinario se vuelve efímero, pero nunca la escuché emitir palabra.
 Cocina en un fogón al costado del patio, con la leña que llevamos todas las mañanas. Formamos y tomamos distancia con el leño a nuestros pies; y después de saludar a la bandera, se los dejamos junto a la cacerola gigante donde ya están hirviendo el arroz o los fideos donados por Molinos Río de la Plata que apadrina la escuela.
 Estoy cansada de los fideos tirabuzón que almorzamos casi todos los días, pero me encanta cuando sobra gelatina  y podemos repetir, me recuerda los sábados en casa de la abuela. Sólo que acá, salvo los días que hace frío, es líquida porque no hay heladera.
 Pasando el patio hay una cancha donde los varones juegan al fútbol en la llamada “hora de educación física”, mientras las nenas se pasean del brazo por el patio o miran jugar a los chicos.
  Yo soy de las que miran los partidos. En realidad miro las montañas que están más allá de la cancha. Me imagino que las sobrevuelo todas, que llego volando a Buenos Aires y la abuela me espera con gelatina de frutilla. Sólo en su edificio debe vivir más gente que acá en todo el pueblo.
 A veces juego a la mancha con las nenas de tercero, porque lo de pasearme con las de sexto tomadas del brazo no es una actividad que me atraiga ni a la que esté invitada.
 Me invitaban al principio, cuando recién llegué,  porque les divertía hacerme creer que en la hora de educación física íbamos a tener efectivamente educación física con un profesor que estaba por llegar.
- Es que está llegando tarde.
-Vamos al patio de atrás que se ve el camino a ver si llega.
-Parece que hoy no va a venir.
  Al final entendí que nunca iba a venir, que en realidad nunca había existido.  Y me dediqué a la contemplación de las montañas en casi todos los recreos.
 -Entonces, señor maestro- digo después de levantar la mano y que él me ceda la palabra- si yo, como diputada, presento un proyecto de ley proponiendo que pongan una red de vóley con el patio para que en la hora de educación física las mujeres también podamos jugar a algo, y sexto la aprueba y séptimo también…
-Entonces, yo la veto- me dice divertido- Bueno, ahora imaginen que el poder judicial…
Pero ya no lo escucho.  Por suerte, parece que hoy no nos va a tomar el preámbulo.
Camino los tres kilómetros a casa pensando en la impulsión de las leyes.
-En otra época, por eso  hubieras ido presa- me dice mamá cuando le cuento mi intervención en la clase de hoy.
 Después me propone llevar la idea de, en vez de comprar una red de vóley, para la que evidentemente no hay presupuesto, armemos una con lazos de lana hilada. Casi todas las familias hacen sus propios lazos para enlazar sus cabras y ovejas. Es un insumo fácil de conseguir.
 Pero ya es tarde, mi incipiente carrera política acaba de terminar. No tengo alma de mártir, o tal vez sí, pero una red de vóley no es una causa que me merezca el riesgo de perder mi preciada libertad. Prefiero seguir dedicándome a la contemplación de las montañas.





Sin Voz Ni Voto

¿Cómo llegué hasta aquí?
 Mi hermano era chiquito cuando empezó a frecuentar la casa de la señorita Mariángela que ya era directora de la escuela.
 Yo ya estaba bastante crecida, sino también me hubiera ido a su casa para que medio me adoptara como hizo con mi hermano.
 A él le fue mejor que a mí, aunque los fines de semana, cuando la señorita Mariángela se va a su casa de Amaicha, anda todo el día mamado. Pero al menos anda mejor que yo, creo que por el cariño maternal extra, o mejor dicho el único cariño maternal que recibió en su niñez que fue el de la señorita Mariángela. Porque en mi casa, de eso no había.
 Claro que ahora que él es grande, las malas lenguas insinúan cosas y ella es consciente de eso, es una mujer muy inteligente además de sensible.
Una vez le pregunté si no le importaba.
-Estuvo conmigo casi toda su vida- Me respondió -¿Qué le iba a decir “ahora que sos grande andate y no vengas más a  casa”?.
 No, ella no le soltó la mano; y cuando salió el puesto para portero de la escuela, lo hizo entrar.
 Después salió el de cocinera y maestranza y me hizo entrar a mí, que yo me lo merecía me dijo dulcemente.
Y puede ser, tal sea esta la única vida que merezco. Todos los días igual. Limpiando y cocinando para que en cinco minutos desaparezca en las bocas de estas bestias mi trabajo de toda la mañana.
Todos los días escuchando sus protestas porque mis guisos, dicen, parecen sopa y mis sopas parecen guiso.

Sin Justicia

¿Cómo salgo de aquí?
Suponiendo que quisiera salir. Son treinta años ya, conozco el pasado de los alumnos y de sus padres, por eso conozco el futuro de cada uno de ellos, a veces inevitable. La zamarreé a Carmen hoy, porque ayer faltó a la escuela y la vieron loqueando en lo del chaqueño, pero sé que no tiene remedio, no va a terminar sus estudios. Tiene catorce, a esa edad su mamá quedó embarazada ella. Estaba en quinto grado recién, como ella  ahora y abandonó.
 Llegué a saberme de memoria, los números de documento de todos los alumnos de la escuela. Y hasta el número de calzado, cuando los anotamos para las donaciones de zapatillas.  Y sequé sus lágrimas cuando los números llegaron mal, la derecha de uno y la izquierda de otro.
  El otro día la gringuita me preguntó si nunca tuve marido o novio y por qué. En treinta años como directora aquí, nunca nadie me lo preguntó. Claro, ahora tengo 54 años, me acuerdo cuando una señora de 54 años me parecía una anciana, es lo que yo les parezco a ellos, ni se les ocurre que pueda tener una vida sentimental.
 Le conté una semi verdad, le dije que había tenido un pretendiente que se quería casar conmigo y cuando le dije que no, insistió tanto que tuve pesadillas durante años donde se me aparecía pidiéndome ser mi novio. Le dije que por eso no quise tener novio nunca. Le hablé  de mi ataque de pánico repentino debajo del puente, pero que se lo atribuí a la superstición, por lo que cuentan los chicos que ahí se aparece la luz mala.
 Me iré cuando me jubile, pero por ahora están bien las cosas así. Pasar la semana acá y sólo volver a mi casa de Amaicha los fines de semana, es lo mejor. Mientras siga viviendo papá. Ahora reza el rosario todo el fin de semana, supongo que durante la semana hace lo mismo, ahora que es un viejo decrépito de 94 años reza, claro, pero bien que se las mandó de joven. Ojalá Dios escuche sus oraciones y lo perdone, porque yo no puedo. Ojalá su arrepentimiento sea sincero, pero por las dudas, el fin de semana que invité a la gringuita a casa, le dije ni se le acerque, que es un señor muy malo.
 Bastante con tenerlo yo en mis pesadillas.


sábado, 10 de marzo de 2018

Presentación Personal de Teodora Nogués


Presentación Personal

(Autora: Teodora Nogués)

Yo me crié en un barco. Desde los siete años, hasta pasados los once, viví en un velero de doce metros de eslora.
Conocí toda la costa de Brasil, la Guyana Francesa, la desembocadura del río Amazonas y varias islas del Caribe. Todo esto lo conocí desde el agua y sobre todo conocí el agua, el color azul tinta que tiene el agua cuando estás lejos muy lejos de la tierra; tan hermoso y tan profundo como el miedo cuando estás lejos, muy lejos de la tierra.
 Pero no voy a escribir sobre eso. Porque a mí me gusta escribir sobre gente, no sobre peces; no me interesan los bagres, las tarariras ni las mojarritas que aprendí a reconocer en el Río de la Plata.
No me interesan las tortugas gigantes, las orcas, los tiburones y las manta rayas que vi retozar junto a otras criaturas marinas que jamás había visto,  en la playa más desierta de Isla del Diablo, como en un cuento de hadas japonés. Me dijeron que de un acantilado de  esa isla Papillón saltó al mar, huyendo de la prisión con una bolsa de cocos a modo de balsa, pero no me consta. Yo probé los cocos de la Isla del Diablo para flotar y funcionan bastante bien, pero no sé si tanto como para escapar de los guardias y los tiburones.
  Después de que el barco naufragó en una de las paradisíacas islas del Caribe, viví dos años en un pueblito de 300 habitantes en los Valles Calchaquíes en la provincia de Tucumán, a 4000 metros sobre el nivel del mar. Sobre eso voy a escribir un poquito, pero no tanto, porque 300 personas no es tanta gente.
 Ya escribí algo sobre eso desde un personaje que se llama La Gringuita. La Gringuita soy yo, o una de mis tantas versiones, porque así me apodaban en los Valles Calchaquíes, pero eso queda entre nosotros. Nadie más que ustedes y yo lo saben shhh.
 La gringuita, que soy yo, o eso prende ser ella aunque le falta crecer mucho aún para llegar a ser yo…La Gringuita, decía, viajará durante un par de años más y a los 17 volverá a su Buenos Aires natal.
 Acá dejo de ser la gringuita, o la rubita. A nadie le llama la atención mi color de pelo ni de piel. Salvo cuando me lo teñí de rojo y me apodaron “la colo” un tiempo.
 Acá lo que llama la atención es que me crié en un barco, que crecí en una montaña, que viví en una comunidad wichi.
 Acá aprendí a decir acá en vez de aquí ¿O cómo es que se dice acá: aquí o acá?
Acá o aquí, llama la atención mi acento. Allá y allí también, porque mi acento no es de ningún lado.
 Acá me dicen que vivir en un barco es fantástico, los que no saben lo que es la agonía de marearse siempre en alta mar y no poder bajarse para seguir el viaje caminando.
 Acá me dicen que debería escribir sobre eso. Y voy a escribir, pero no sobre eso.




jueves, 13 de abril de 2017

Composición Tema Un Día de Campo (Cuentos de la Gringuita)

Composición Tema Un día de Campo
(Cuentos de la Gringuita)
(Autor: Teodora Nogués)

  El señor maestro está feliz con mi composición. Soy la única que entendió la consigna. Me gusta que le guste, pero siento  un poco de vergüenza, por mí y por él, vergüenza ajena, creo que se llama eso que siento. Porque yo sé escribir como una nena de ciudad y lo que es salir a pasear al campo. No es que haya tenido tantos días de campo en mi vida, pero entiendo el concepto.
Soy la única dentro del aula, que compartimos los doce alumnos de sexto con los tres de séptimo, que nació y vivió en una ciudad. Mis compañeros de grado nunca vieron un edificio ni se lo pueden imaginar. Ninguno de los cincuenta alumnos de mi escuela se lo puede imaginar.
 Una nena de tercero sintió  curiosidad el otro día y me preguntó en el recreo:
-¿Y viste alguna vez un edificio de tres pisos?
- Si, y de más también. Mi abuela vive en un edificio de catorce pisos.
-¡Callate! ¿Existen edificios de catorce pisos?
-Si, en algunas ciudades hay hasta de cien…
-¡Callate!


El señor maestro pasa lista.
-¿Juana Rosa Corregidor?
-Presente, señor maestro.
-¿Tu composición?
-No la hice.
-¿Sos bruta? Sos la peorcita de los Corregidor, tus hermanos no eran así.
 Para Juana Rosa todos los días son un día de campo, pero no de paseo. Ella y su hermano Aníbal que está en quinto, se levantan siempre a las cinco de la mañana, toman unos mates cebados y caminan dos kilómetros para ir al corral donde los Corregidor tienen sus cabras. Vuelven a su casa, se bañan y caminan tres kilómetros hasta  la escuela. Entramos a las ocho. A las diez nos dan mate cocido  y comemos el pan casero que traen los alumnos por turnos. Le toca llevar una horneada a una familia cada semana.
Apenas son las nueve de la mañana, Juan Rosa hace cuatro horas que se levantó, caminó siete kilómetros, llevó a pastorear a sus cabras, todavía no ingirió nada más que unos mates amargos y el señor maestro ya le está preguntando si es bruta porque no escribió la composición tema un día de campo. La compara con sus hermanos mayores que son los que “triunfaron”. La hermana está cursando sus estudios secundarios en San Miguel de Tucumán mientras trabaja cama adentro en una casa de familia. No hay secundaria en el pueblo ni sus alrededores.
El hermano mayor trabaja en una zapatería en Santa María. Lo vi un par de veces cuando vino de visita para las fiestas. Se viste canchero y huele rico.
 Juana Rosa y Aníbal son los que me enseñaron el camino a la escuela y a pelar el maíz en su mortero de piedra. Son los que me prestan su mortero cada vez que en casa (si puede llamarse casa la tapera en la que vivimos de prestado) queremos cocinar un locro. Porque yo tendré muy claro cómo escribir sobre un día de campo, pero mi familia “los hippies” no tiene ni un pedacito de campo donde poner un mortero.
 Comprendo mejor que nadie la expresión “no tener un lugar donde caerse muerto”.  Y no es lo que más me preocupa, el problema de no tener donde caer mientras vivo es lo que me desvela.
 Quiero defender a Juana Rosa, decirle al señor maestro que no es ninguna bruta, que el bruto es él, pero entonces me acuerdo de la última vez que fui a pelar maíz a la casa de los Corregidor. Juana Rosa me recibió cagándose de risa.
-¿Qué pasó, Juana?
-Los hermanos Escobar  violaron al hijo de la vecina.
-No te entiendo.
-Que los hermanos Escobar violaron al hijo de la vecina.
Me cuesta entender lo que dice y quiero creer que lo dice en chiste, aunque no le veo la gracia.
 Detrás de la casa de los Escobar vive una mujer mayor con su único hijo  que tiene un retraso madurativo severo.
 No sé si es verdad lo de la violación.
Me doy cuenta de que yo también creo que Juana Rosa es bruta, pero no por la misma razón que el señor maestro.
No puedo creer nada de lo que se dice dentro y fuera de la escuela. Los chicos dicen cualquier cosa y los no tan chicos también.
 Si voy dejarme llevar por los rumores, a Juana Rosa le crecieron los pechos, porque cacho “se los formó”.  No entiendo mucho de sexualidad, pero sé perfectamente que los pechos crecen con la pubertad, sin ayuda externa de nadie y que Cacho nunca en su vida tocó a una mujer, seguro que nunca vio una teta ni de lejos, tal vez las de su madre si es que fue amamantado, pero lo dudo.
 El sexo para él, pasa por hacer gestos obscenos, secundado por sus amigotes cada vez que el señor maestro sale del aula.
 Cacho está en sexto grado, ya perdió la cuenta de cuantos años repitió. El año que viene va a cumplir 16 y  va a estar en séptimo. De los doce alumnos, sólo vamos a egresar cuatro. La Quela y yo porque supuestamente estamos mejor preparadas que los demás; Cacho y Mingo, porque el señor maestro dice que si repiten otro año más ya les va a tocar el servicio militar y todavía van a estar en la primaria.
Cacho me provoca repulsión y  miedo. Es el más grande de la escuela, no solo de edad sino de tamaño. Dentro del aula es el líder de los varones. Afuera yo creía que también.
 Estamos volviendo de la escuela, de pronto los varones empiezan a gritar:
-¡Ahí viene la hermana de Cacho, la hermana de Cacho!
Viene del pueblo con su bebé en brazos. Una chica muy joven. Es soltera, pero casi todas la madres de mis compañeros tuvieron al menos  un hijo “en soltera”, sino a ellos mismos, a sus hermanos mayores. No sé por qué el ensañamiento con la hermana de Cacho.
-¡Ahí viene la hermana de Cacho, viene con la guagua!
-¡Vení que te hago una guagua!
  Algunos le tiran piedras que no llegan alcanzarla a ella ni a su bebé, pero le pasan cerca.
 Lo miro a Cacho. Claramente no le gusta la situación, esta vez no se está riendo como siempre con las guarangadas de sus amigos, pero no hace nada y no entiendo por qué. Baja apenas la cabeza. Cacho es gigante, con dos manotazos podría voltear a cuatro de los adolescentes enclenques que están intentando lapidar a su hermana. O simplemente mandarlos callar con un solo grito.
 Dejo de tenerle miedo a Cacho en ese momento para pasar a tenerle lástima.


Cuando estamos llegando al pueblo, justo pasando al lado de las primeras alamedas, empieza a soplar un viento agradable que vuela las hojas amarillas y ocres de los álamos.
 Corremos y saltamos tratando de atrapar las hojas. Por un momento siento que somos un grupo de niños y adolescentes normales, o lo que yo entiendo como normales, de los que escriben composiciones sobre días de campo y hacen paseos que no implican apedrear a tu prójimo. Dura poco el momento, lo interrumpe la voz áspera de Carmen detrás de mí.
-¡Ey, jipa!
-¿Por qué me decís jipa, Carmen?
-Porque sos la hija de los hippies.
-¿Por qué le decís hippies a mis padres? ¿Vos sabés que son los hippies?
-Sí, una raza, una raza muy fea.
-En realidad fue un movimiento norteamericano de los  sesenta…-Intento explicarle, pero me interrumpe.
-Jipa, tenés todo manchado de rojo atrás.
Me miro el pantalón con la ilusión de haberme hecho señorita, pero no veo que esté manchado.
-¿Dónde tengo manchado, Carmen?
-Atrás, tenés todo rojo, todo rojo ¿Qué te van a decir tus padres? ¿No te van a cagar matando?
-¿Por qué harían algo así? ¿Porque me vino?
-Si, porque ya no sos virgen.
 Entonces entiendo, en este pueblo infernal al que me trajeron a vivir los hippies roñosos de mis padres, por alguna extraña razón que desconozco; en este inframundo, las criaturas que lo habitan, creen que las tetas crecen sólo cuando alguien las apretujó, que sodomizar a un retardado es gracioso y que la menstruación le viene solo a las chicas que ya tuvieron relaciones sexuales.
 Entiendo también que todavía no me vino. Carmen me mintió porque quiere sonsacarme, que confiese un crimen que no cometí y tal vez verme terminar mis días muerta a pedradas.
 Carmen tiene catorce años y está en quinto grado. Poco antes de cumplir quince, queda embarazada, no llega a cursar sexto grado, no llegará nunca a saber nada sobre contracultura de la década del 60, ni  a hacer la composición tema Un Día de Campo.


miércoles, 28 de septiembre de 2016

La Gringuita y el Hombre en Llamas. Dibujo E Sobico

La Gringuita y el Hombre en Llamas
 (Cuentos de la Gringuita)
Autor: Teodora Nogués

   La gringuita acaba de decidir dejar de creer en Dios y en los hombres; dejar de rezar todas las noches pidiendo alivio al dolor de su alma y dejar de tratarse con  el supuesto médico naturista esperando alivio al dolor de su rodilla infectada.
   ¿Qué caso tiene? Ambos dolores persisten.
   Además esa tarde el médico intentó incumplir el trato: ella sólo se desnudaría para entrar en el sauna  natural,  armado por el médico, si estaba presente la señora.
    —Va a volver más tarde hoy, pero no te preocupes ¿Sabés cuantos cuerpos desnudos vi en mi vida?
    —No me importa, la espero.
   Su cuerpo no fue visto desnudo ni por su primer amor, el que prometió esperarla hasta que creciera un poco más, hasta que se cansó de esperar y procedió a desnudar a otra dejándola embarazada ( o tal vez ya venía embarazada y le enchufó el crío, como rumoreaban en el pueblo). Su cuerpo no fue visto desnudo por el hombre por el que todavía llora todas las noches en secreto. ¿Mirá si va dejar que sea visto por este médico chanta de mirada lasciva?
   Finalmente la señora del médico llegó. La gringuita tomó el baño de vapor con hierbas medicinales que supuestamente purificará su sangre y hará que la lesión (esa que le salió en los Valles Calchaquíes y se le infectó al mudarse a la tropical Yacuiba, en pleno Chaco Boliviano) se termine de curar.
   Tiene un aroma a plantas aromáticas en el pelo todavía húmedo. Ya se está haciendo de noche y en el patio de tierra apisonada de la casa del médico se siente fresco.
   Se prepara para irse, pero un ruido detrás del muro que da a la calle le hace dudar al ponerse el poncho. El ruido es de una explosión. La gringuita se pone el poncho, se lo saca, y se lo vuelve a poner.
   Se ve una llamarada detrás del muro.
   Se escucha un grito desgarrador.
   Un hombre envuelto en llamas salta el muro y cae en el patio. Tiene toda la ropa y gran parte de la piel quemada. De los restos de lo que parece haber sido una campera sintética brota un fuego implacable que se extiende por todo el cuerpo de la víctima, devorándole la piel.
   La gringuita, con una rapidez de reflejos que a ella misma le sorprende, se saca el poncho y cubre con él al hombre, apagando el fuego.
   —¡Llévenme al hospital, no sean malitos, no sean malitos! Grita el hombre como un niño.
   Alguien que viene de la calle y paró un taxi, le dice que se suba al auto, que lo van a llevar al hospital.
   La esposa del médico está paralizada. El médico no está. Reaparece un rato después cuando ya no hay una emergencia médica que atender en su propio patio. Pareciera que los cuerpos quemados en su haber no son tantos, como los cuerpos desnudos de adolescentes vírgenes.
   La gringuita vuelve a su casa.
   Dobla con cariño el poncho salvador, acaricia la mancha de tela sintética derretida, pegada para siempre en la lana tejida a telar.
   Piensa en la nobleza del material de su prenda de vestir favorita, mientras le cuenta a su madre lo ocurrido.
   Al rato llega su padre, que a su vez cuenta que un vecino le contó, que le contó otro que estaba de guardia en el hospital a donde llevaron al hombre quemado, que no lo quisieron atender porque no tenía cobertura médica. Tuvo que esperar bastante papeleo antes de recibir las primeras curaciones y finalmente fue derivado a alguna clínica de La Paz.
   La gringuita decide seguir creyendo en Dios un tiempo más. Lo necesita para rezar por el hombre desconocido, para rogar que se cure, que no le duelan tanto las quemaduras y  las injusticias.






 Autor: Teodora Nogués

martes, 6 de septiembre de 2016

La Gente es Envidiosa (Cuentos de la Gringuita) Dibujo E Sobico


Los viera a los pichagüeños, al cosechar los nogales
No se comen ni una nuez, se comerán los australes

La Gente Es Envidiosa
(Cuentos de la Gringuita)
Autor: Teodora Nogués
-La gente es envidiosa, envidiosa y mala, en cambio el Rafa es bueno- Solía decir el Rafa que a veces le daba por hablar de si mismo en tercera persona.
El Rafa era uno de los borrachines de Pichao, un pueblo de trescientos habitantes, seis de los cuales eran borrachos crónicos. A mi me llamaba tanto la atención ese alto porcentaje de alcoholismo, como que la mayoría de los habitantes de Pichao pudieran sobrevivir sobrios la mayor parte del tiempo en un lugar tan malditamente inhóspito, sin tirarse de la punta de algún cerro o hacerse el arakiri con una espina de los miles de cardones que crecían en el desierto circundante (idea que me rondaba seguido en mi añoranza solitaria de las luces del centro porteño). Igualmente, quien más, quién menos, eran todos de buen beber. Me pegué un cagazo de aquellos, la primera vez que vi a un joven padre de familia volar por los aires cuando su caballo se retobó asustado al cruzarse conmigo. El joven parecía estar casi en un coma etílico, pero se levantó del suelo zizagueante y volvió a montar puteando a su flete como si nada. Cuando comenté lo sucedido con mis vecinos linderos, me dijeron que eso al muchacho le pasaba siempre, que ya debía estar acostumbrado a estrolarse contra las piedras.
A fuerza de sacar piedras sin más tecnología que pico y pala para cultivar frutales en sus pequeñas quintas, las familias pichagüeñas habían logrado convertir a Pichao en un manchón verde salpicado entre los cerros descoloridos.
Siempre me pregunté qué suponía el Rafa que le envidaba la gente mala, porque que había gente mala era cierto ¿Pero qué le envidiaban al pobre Rafa? Sus posesiones más ostensibles eran su borrachera permanente y su hinchazón de vientre, esto último supongo, producto de la cirrosis. Tenía, además, un ranchito minúsculo y roñoso, ubicado, eso sí, en un terreno propio, con algunos árboles frutales que “arrendaba”, es decir, dejaba que sus vecinos cortaran hasta el último de los duraznos a cambio de unos pocos australes para comprarse el vino con el que subsistía, jamás lo vi ingerir otra cosa ni líquida ni sólida. 
Historia aparte eran los nogales del Rafa. Como todo buen pichagüeño los explotaba el mismo.
-Hola, Rafa ¿A cuanto tenés la nueces?- Le pregunté un día que me lo crucé en un sendero, viendo que llevaba dos bolsas cargadas del valioso fruto de su tierra.
-Hola, gringuita. Estas están a diez australes y las partidas a ocho.
Me quedé muda de asombro, no por el precio de las nueces, era el precio que cobraban todos, pero no podía creer escuchar al Rafa, por primera vez desde mi llegada al pueblo, un año atrás, completamente sobrio. Después supe que eso pasaba una sola vez al año, para el tiempo de recolección y venta de nueces.
Un día el hermano del Rafa, mejor dicho, el cadáver del hermano del Rafa, apareció en el agua. Seguramente un tropezón al llegar borracho a su casa que quedaba justo a orillas de la represa, había terminado con su vida. Mala idea para la ubicación del rancho de uno de los seis borrachines del pueblo. Ahora solo quedaban cinco y al poco tiempo solo quedaron cuatro, porque al agravarse la cirrosis y la pena del Rafa, una hermana que vivía en la ciudad, se lo llevó con ella. Ya no estaba en condiciones de vivir solo.
Ignoro si vivió un tiempo más o si la cirrosis lo terminó liquidando, pero por más mala que sea la gente, dudo que alguna vez alguien haya envidiado jamás su destino.
Autor: Teodora Nogués
Principio del formulario



lunes, 30 de mayo de 2016

Flores de Noche (Cuentos de la Gringuita)

Flores de Noche
(Cuentos de la Gringuita)
Autor: Teodora Nogués

-¿Conocés las flores de noche?
Su voz  alzándose por encima del sonido del agua que corre por la acequia y su mano rozando levemente mi cara, sin llegar a ser una caricia, detiene mis pasos y llevan mi mirada hacia el lugar de la finca que señala su dedo.
 Allí donde al salir, hace unas horas, era todo verde, ahora está lleno de flores amarillas iluminadas por la luna y las estrellas que en ese cielo de los Valles Calchaquíes parecen estar muy cerca, pegadas a los cerros, a la acequia, al río seco lleno de cuarzos, blancos, traslúcidos, rosados y celestes. Parecen estar muy cerca incluso a uno mismo, o que uno mismo es el que está dentro del cielo.
-Son muy hermosas-le digo-muy  hermosas, nunca las había visto.
-Sí, son hermosas, pero no sólo eso, chunca e tero, cortá unas cuantas que te muestro algo.
Me toco las pantorrillas, tienen algo más de tono muscular que cuando llegué a los valles, ya no se parecen tanto a las patas de un tero. Intento protestar, pero él ya está lejos, metido dentro del manchón amarillo de flores de noche.
Me acerco a las flores y el aire limpio se vuelve perfumado. Corto los tallos sintiendo el frío en mis dedos. Cierro los ojos, el perfume de las flores va cediendo lugar a su perfume, tengo su cuello casi pegado a mi nariz.
-Mirá, cortales el tallo por acá.
Corta los tallos, se lleva las flores a la boca y les da un chupón rápido. Lo imito, tengo en mi mano unas dos docenas de flores y al chupar los 24 tallos sale una gotita ínfima de un líquido dulzón. El néctar de las flores de noche, es lo más parecido al sabor, que imagino, deben tener los ríos del paraíso.

Autor: Teodora Nogués